Pelea en la Posada del Caminante.

La estatuilla maldita: Parte dos

La Posada del Caminante no se diferenciaba mucho de cualquier otra posada en la que había entrado: poco más de un par de mesas ocupadas y el tabernero. Al entrar el ambiente se volvió algo tenso, estaba claro que los forasteros no eran bienvenidos. De repente uno de los grupos reconoció a nuestro aldeano moribundo nada más verlo. Se acercaron para decirnos que lo conocían y, algo nerviosos, decidieron llevárselo de allí.

Eran unos campesinos que no vivían muy lejos de allí. Les preguntamos sobre la estatuilla antes de que se marchasen. Lo único que pudimos sonsacarles fue que si continuábamos camino arriba encontraríamos una pequeña casa en la que vivía, al que llamaban, el Sabio de Ashmarra. Cuando se marcharon ocupamos su mesa, sin prestar mucha atención al otro grupo que aún nos miraban mal o al tabernero.

Con el problema resuelto del aldeano, sentados y con unas pintas en la mano examinamos detenidamente la estatuilla. Era de piedra. Representaba a una especie de animal o bestia que no tenía ningún parecido con nada que conociésemos. Toda ella nos parecía normal, nada destacable. Sin inscripciones o marchas pronto nos aburrimos de ella y nos pusimos a beber.

Cuando quise darme cuenta ya era demasiado tarde. Un apestoso aliento me sacó de mis pensamientos. Uno de los babosos del otro grupo creía que invitándome a una pinta tendría la noche asegurada. Dejó de sonreír cuanto, de manera muy sutil, puse mi martillo de guerra de forma sonora sobre la mesa. Pero lo peor no fue eso, sino la insensatez de parte del resto de mis compañeros. Tanto Droste como Yogurta andaban presumiendo de sus sacos llenos de monedas, y ambos grupos llevaban un buen rato mirándose mal los unos con los otros. Estos no eran aldeanos comunes como los de antes, estos iban armados y parecían más tontos, una combinación letal cuando buscas problemas en una taberna. Antes de que la cosa pasase a más, pagamos la bebida y la estancia al tabernero y subimos a nuestras habitaciones.

El día había sido largo y estábamos cansados. Dormir entre cuatro paredes tenía la ventaja de que las posibilidades de sufrir un ataque nocturno son menores… o eso pensaba yo. La voz de Korko en susurros y su mano en mi hombro despertándome en mitad de la noche no era un buen augurio. Había oído cómo alguien estaba intentando entrar por la ventana en nuestra habitación. Al incorporarme sobre la cama vi como por debajo de la puerta se colaba una luz tenue, también nos esperaban en el pasillo. No había tiempo, solo con nuestras armas y espalda con espalda nos preparamos para lo que iba a pasar. La ventana de madrea se abrió de par en par dejando pasar a un par de tipos. No parecía que por la puerta fuese a entrar nadie así que nos dedicamos a acabar con todo aquel que entraba por la ventana.

Estaba claro que estaban más entrenados que cualquier apestoso orco, y que sabían explotar su ventaja sobre nosotros: el grupo estaba dividido y nuestras armaduras yacían en el suelo junto con nuestros escudos. Sólo podíamos contar con nuestra arma y la pericia del otro mientras esquivábamos como podíamos los golpes y cortes.

En mitad de la pelea oímos como Yogurta daba golpes en la pared de la habitación contigua para despertarnos y avisarnos de que nos atacaban…

En el momento en el que Korko acabó con la vida del último tipo preparé mi ballesta. Asomándome por la ventana vi como otro corría por el tejadillo intentando colarse en la habitación de Droste, Ramplocin y Yogurta. Disparé el virote y acerté de lleno en su cabeza, rodó por el tejadillo y cayó al suelo. Cuando Korko salió en busca del resto del grupo vio que el pasillo estaba vacío. Todos reunidos y con la luz de velas pudimos examinar los cadáveres. Se trataban de los mismos mercenarios que estaban en la posada. Se habían coordinado para asaltarnos en mitad de  la noche y matarnos.

Registramos a fondo el piso de abajo por si aún quedaba alguna sorpresa. En la parte trasera de la barra había una cocina y una habitación, supusimos que era la del tabernero porque lo encontramos muerto en la cama. Había sido un combate duro y mientras descansábamos y Droste nos curaba con sus hierbas debatíamos si quedarnos en el piso de abajo o no era una buena opción. Hasta que un golpe y unos pasos provenientes de arriba nos alertaron. Subimos las escaleras de dos en dos. Tanto nuestras habitaciones como en las que ellos habían estado «durmiendo» estaban abiertas. Todas menos una. Nos colocamos frente a ella. Dentro aún nos aguardaban un par de ellos, más el de la vela. No eran gran cosa y pudimos reducirlos con facilidad.

Tuvimos suerte en que uno de ellos quedase moribundo, pero para él no tanta. Discutimos si usar nuestras hierbas Draaf en él o no si queríamos que nos contase todo lo que sabía. Yo no estaba de acuerdo con ello, claro está, era un mercenario que hacía un rato intentó matarnos. Al final Droste le dio una de las suyas. No sirvió de mucho ya que no pudieron sonsacarle mucho, solo que al presumir de nuestras ganancias les había dado ganas de probar suerte de hacerse con ellas. ¡Ah! Y que no saldríamos vivos de allí. Según él aún había otro grupo esperando a que saliésemos. Esa última noticia no nos gustó nada.

Decidimos que la mejor opción era usarlo para que avisase a los que quedaban fuera, que depusiesen sus armas y nos dejasen en paz si no querían correr la misma suerte. Droste cargó con él hasta una de las ventanas de la entrada y le ayudó a sacar la cabeza, pero nada más asomarla un virote le impactó en el pecho. Una vez de vuelta, Yogurta y Korko continuaron el interrogatorio haciéndole ver que no era importante ni para sus «aliados», pero este continuó jactándose que esa iba a ser nuestra última noche. Su comportamiento cabreó tanto a Droste que decidió salir de la posada con él, pero usándolo como escudo y así ver dónde se escondía el resto.

Salimos todos corriendo de la posada tras ellos pero ya era noche cerrada y el único que tenía ventaja era el enano. El rehén ya era un cadáver casi incluso antes de salir todos de la posada, recibió otro par de virotes en su cuerpo, y esta vez más certeros que la primera vez. A mí lo único que me preocupaba era el estado de mi caballo, y al ver que el resto se hacía cargo de los dos o tres mercenarios que quedaban fui a los establos a comprobar que todo estaba bien.

Al poco, regresaron todos. Una vez de vuelta cerramos bien todas las puertas y ventanas y pasamos lo que quedaba de la noche como buenamente pudimos.

Con los primeros rayos del día recogimos nuestras pertenencias y tomamos prestado de la posada lo que nos podía hacer falta para el viaje: unas cuantas monedas de cobre y alguna que otra hierba Harfy y Edram. Antes de reanudar el camino, a casa del Sabio de Ashmarra, Yogurta dejó una nota en las puertas de la posada, con una breve explicación de lo que allí había pasado por si alguien pasaba por allí.

Esta vez no habían sido orcos, pero una vez más, la estatuilla nos parecía cada vez más maldita.

 

CONTINUARÁ…

[Continuar leyendo el relato]


Relato resultante de las jornadas de rol en Langa (30-06-2017 al 2-07-2017). Ambientación: Tierra Media. Sistema: Rolemaster.

Imagen: encontrada en The Unsungs Scuttlebutt

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