Galletas de VainillaGalletas de Vainilla

La nevera común estaba vacía, otra vez. Rufus Sentinel se mordió el labio inferior y pegó una patada a la máquina, haciendo un pequeño abollón a la altura de la rendija. Soltó un improperio y se dirigió a su despacho, situado al fondo de la base subterránea del Viento de Acero. Allí, se desplomó de mala gana sobre la silla y comenzó a revisar su trabajo diario. La Justicia Metálica había empezado a moverse internacionalmente y faltaba poco para que decidiesen visitar Europa en serio.

En medio de su concentración, un grito desgarrador interrumpió su evaluación de fuerzas. Con el arma en ristre, salió al pasillo, preparado para suprimir cualquier peligro que amenazase su Protectorado. Pero las ilusiones de Rufus se desvanecieron cuando vió a Joanna Meiers, una chica enjuta, de pelo castaño corto y ojos de ratón, de rodillas frente a la nevera vacía. De nuevo.

Joanna por lo que más quieras, ¿vas a estar todos los días montando un espectáculo porque algún gordo te robe las galletas de vainilla? —preguntó el Philodox mientras guardaba su pistola en la cartuchera. Se le trabó el cañón entre las hebillas, por lo que tuvo que hacer fuerza varias veces para que encajase.

—Pero… ¡señor! Todo el clan sabe que son mis favoritas… y que me cuesta mucho encontrarlas en los comercios de la zona… —lloriqueó la joven. Era una Ragabash de los Hijos de Gaia que había llegado unas semanas atrás. Cumplía bien sus funciones como Garou, pero resultaba molesta cuando se quedaba sin las puñeteras galletas.— ¿No podría usted cogerme uno de los paquetes a primera hora de la mañana y guardármelo?

—Está bien, Joanna. Pero por favor, no grites de esa manera cada vez que vengas a la nevera. Sabes que se vacía en cuestión de minutos; Iris y Aránzazu suelen acabar con todos los bollos y batidos de chocolate en cuanto se pasa el señor Menéndez… —Rufus suspiró mientras ayudaba a la Ragabash a ponerse de pie.— Nuestro Parentela se pasa todos los días entre semana a partir de las nueve de la mañana. Madruga y podrás conseguir tus galletas de vainilla.

Una sonrisa de agradecimiento despidió a Rufus y la joven Joanna regresó a sus quehaceres diarios. El Philodox miró el pasillo, la nevera vacía y el resto de las instalaciones. Se alegraba de tener un lugar así, parecido a cuando vivía en Utah, pero mucho más familiar. La mesa llena de papeles y la silla tirada en el suelo seguían en la misma posición en que las dejó; una vez que se colocó de nuevo, continuó con los informes, mientras su cerebro tramaba una operación importante.

A la mañana siguiente, Joanna estaba montando guardia frente a la nevera, medio dormida. Cuando llegó el señor Menéndez arrastrando un carro de dulces, la Ragabash roncaba dulcemente tumbada encima de una de las mesas blancas de plástico que se utilizaban para dejar las tazas de café. El Parentela parpadeó y siguió con su trabajo.

Iris despertó a Joanna una hora después, con una taza de café en la mano y en pijama. Joanna fue ilusionada hacia la nevera para recoger su preciado premio, pero una ola de tristeza y decepción la inundó: todos los paquetes de galletas de vainilla habían desaparecido.

En su despacho, entre documentos, mapas e informes de campo, Rufus Sentinel disfrutaba del último paquete de galletas de vainilla antes de continuar con el trabajo del mes. Hubiese querido compartir algo con Joanna, pero el sabor dulce mezclado con la textura de la galleta era algo irresistible.


Imagen: Vanilla Malted Cookies de The Little Epicurean

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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