La JonandaLa Jonanda

El ambiente de aquel bar oscuro y olvidado de Utah estaba bastante cargado, con el sonido cascado de unos viejos altavoces resoplando temas de Elvis y el aroma de cerveza y humo de tabaco flotando por el lugar. Las cuatro de la mañana repiqueteaban en el práctico reloj de muñeca de John Sunderland, recordándole que ya era hora de sentir cansancio. El Morador del Cristal no quiso dejarse caer por el sueño y continuó hablando con su acompañante: un hombre asiático de inglés atascado y ojos de rata.

Como prueba de ascenso a Cliath, se le había asignado la tarea de encontrar la localización de un traficante de drogas bastante escurridizo. Sus pesquisas le habían llevado hasta el raquítico asiático, pero la velada estaba siendo cualquier cosa menos productiva.

Chang… llevo aquí dos horas, ¿vas a ponerme en contacto con La Jonanda? —suspiró John mientras apagaba el último cigarrillo; el cenicero estaba lleno de colillas y de escupitajos.

—Disculpalme, señol Sundel-land. Ya sabe que su compañía me es glata, pelo complenda que ahola es talde pala llamal a La Jonanda. ¿Puedo quedal con usted mañana? —el chino se encontraba nervioso, casi llegando a tirar al suelo los últimos gramos de cocaína. John le miró con expresión de asco.

—No me jodas, ChangJohn se llevó las manos a la cabeza, dejando que los mechones de su pelo se mezclasen con sus dedos—. No puedo seguir perdiendo el tiempo. Tienes que llevarme ante él.

—Pelo… pelo…. ¡el señol La Jonanda no le gusta atendel a clientes fuela de su holalio —agachó su pequeño cráneo hacia la mesa para respirar la nieve. Después de esnifar con fuerza, se irguió y se puso rígido, parpadeando con la boca abierta—. Puaf… Bueno, usted señol Sundel-land se ha poltado bien conmigo. Puedo conseguil-le una cita con La Jonanda ahola mismo… pelo eso tiene un plecio extra… —dijo Chang mientras se frotaba las manos. John soltó un bufido de exasperación y ayudó al asiático a abandonar el local.

Tras pagar otros quinientos dólares de su bolsillo, John fue llevado por el cocainómano entre callejones que olían a orines y calles repletas de vagabundos hasta una casa destartalada en los suburbios. John sentía que no iba a suceder nada bueno una vez cruzase el umbral de aquella chabola. Chang pasó el primero, tropezándose con una mujer esquelética que dormitaba en el suelo; John tuvo más cuidado.

La casa olía a heces y a sudor y estaba completamente destrozada. En una de las habitaciones al final del pasillo había un resplandor de color verde azulado que ondeaba arriba y abajo de manera intermitente. Chang caminó dubitativo hasta la entrada mientras el suelo pegajoso lamía sus deportivas viejas. Retiró con la mano la tela rajada que hacía las veces de puerta y susurró algo en chino. John empezaba a impacientarse, así que se colocó detrás de su informador asiático; lo que vio en el habitáculo de luces verdes no mejoró su humor: el señor “La Jonanda” era un tipo chupado, en los huesos, espatarrado sobre una silla bastante estropeada; la peluca rosa y el maquillaje corrido por toda la cara le daban un aspecto aterrador. Debía estar perdido en un trance de LSD y marihuana, pues lo único lógico que balbuceaba era la letra de una canción de los Beatles.

John rechinó los dientes; se sentía insultado por el objetivo que le había marcado su encargado. ¿Un travesti consumidor de todas las drogas sintéticas inventadas y por inventar? Se había esforzado mucho en encontrar a su contacto, Chang, y había pagado demasiado de su dinero para localizar a La Jonanda. Pegó un puñetazo a una pared cercana y se marchó de allí, enrabietado. Chang metió cincuenta dólares en uno de los bolsillos de La Jonanda y empezó a revolver los cajones de la habitación. Lo próximo que sintió fue una bala del calibre treinta y ocho atravesándole el cráneo; parece que el colocón del travesti no era tan profundo.

El día que presentó sus resultados a Marvin Bootfield, encargado de adiestramiento de los Philodox de la Delegación Sur, redactó una queja escrita y un discurso de diez minutos en la que exponía lo indignado que se hallaba por haberle hecho perder el tiempo con un objetivo tan denigrante para su habilidad.

La contestación que obtuvo fue: “Se te ha pedido encontrarlo. Y por orgullo lo has vuelto a perder, además de a tu informador y unos… setecientos cincuenta dólares. No has utilizado bien tus recursos y has fracasado. Tus quejas no tienen justificación.


Imagen: Neon Underground, encontrado en Imgur. Autor desconocido.

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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