Lobo en supermercadoLobo en supermercado

Los raros signos humanos eran tan incomprensibles y absurdos como caminar a dos patas. Mike Harris el Apestoso había enseñado a Donna que un círculo rojo y con una línea por el medio significaba “prohibido”, como la parte de la Letanía donde se hababa de no aparearse con Garous. Entonces, ese círculo sobre una figura canina significaba que los perros no estaban permitidos; pero ella era un lobo al fin y al cabo. Los humanos no sabían distinguir una cosa de la otra porque eran idiotas. Donna se sentó sobre sus cuartos traseros mientras observaba a los monos tras la pared transparente. Quizás se esforzaba mucho en mirar, porque parte de su hocico estaba pegado al “cristal”, como lo llamaba Sinnerfield, dejando un reguero de babas y vaho de respiración; pero eso a Donna no le importaba lo más mínimo.

Había buscado por toda la ciudad un establecimiento en el que tuviesen restos de comida deliciosa en las cajas de plástico traseras, sin éxito. Donna se había detenido frente a aquel lugar por el agradable olor dulce del azúcar sobre hojaldre; ella lo conocía bien por sus frecuentes asaltos a las pastelerías. Pero esta fragancia era diferente, hipnótica. La salivación creó un charco de baba cerca de sus patas, empapando parte de sus garras. Los humanos entraban y salían del lugar sin percatarse de Donna, salvo algún intento de cánido que no superaba los 30 centímetros de alto.

Un niño se acercó a la Roehuesos, balbuceando algo en su idioma. A pesar de que Donna ya había aprendido las combinaciones de palabras estúpidas que usaban los humanos para comunicarse, la práctica de inglés con infantes de tres años no era precisamente su hobby. Tras recibir una caricia, la loba intentó gruñir, pero el crío le ofreció el origen de aquel olor: una sabrosa, crujiente y celestial rosquilla de crema con azúcar glasé. Donna se comió el trozo de placer inmediatamente, baboseando aun más la acera de la calle; el niño contestó con una carcajada y se lo llevó su madre, que estaba completamente asustada por el enorme tamaño de la Roehuesos. Ésta asumió que el crío o su madre eran el origen de aquellos pedacitos de cielo perruno, así que decidió seguirlos hasta el coche. La mujer aceleró el paso y entró en el vehículo, cerrando las ventanas y mirando a Donna con una mueca de parálisis y horror. Ésta lanzó un gruñido de satisfacción y regresó de nuevo a la entrada del lugar, donde encontró una de las mayores revelaciones de su vida: un humano adulto entregaba piezas de metal a cambio de las rosquillas.

Excitada por su descubrimiento, recorrió las calles recogiendo cualquier trozo de hierro que se asemejase a aquellas piezas redondas que usó el humano. Cuando tuvo varias y el tamaño era considerable, se acercó de nuevo al establecimiento y entró, ignorando el signo que prohibía el paso de perros; pero ella era un lobo. El enorme tamaño de Donna en su forma de lobo empezó a sembrar el pánico entre los clientes del supermercado. Cuando colocó un montón de chapas oxidadas, trozos de radio de bicicleta y restos de tubería sobre la mesa de la panadería, al panadero le dio un ataque al corazón y cayó inconsciente sobre el mostrador. Donna hizo un gesto de aprobación y se coló para devorar sus queridas rosquillas.

Milton tuvo que llevar a su compañera al laboratorio de la Justicia Metálica para hacerle un lavado de estómago. También tuvo que dar explicaciones de los motivos de la lupus para irrumpir en un supermercado de barrio y atacar al panadero, aunque los altos cargos nunca entendieron por qué después Donna se tragó cinco kilos de rosquillas azucaradas, cuatro panes blancos, tres paquetes de donuts de chocolate y una barra de pan integral.

Desde entonces, a la rara Donna la Espumarajos no le gusta nada dulce. O, al menos, nada que sea demasiado dulce. El panadero de aquel supermercado decidió dedicarse a la agricultura, para defender sus ovejas de los lobos. En realidad, le hubiese ido mejor en la panadería, pues un tiempo después fue devorado junto a su rebaño por una jauría de Garras Rojas descontrolados; Donna sólo se hubiese comido el pan.


Imagen: Wolf wallpaper, de animalwall.xyz

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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