Origen de un pánicoOrigen de un pánico

La recién llegada no parecía asustada. Había asumido con tranquilidad su naturaleza Garou y sus nuevos dones llamaban mucho su atención. Mauricio frunció el ceño, mientras el alemán Karlos Kabarga terminaba su charla de Gallliard; éste hizo un gesto a Mauricio para que trajese los elementos del ritual. El Philodox obedeció de mala gana, colocando las hierbas y los frascos encima de la mesa. La chica miró al Galliard mientras éste mezclaba unas plantas que olían a almizcle con un mortero de madera oscura.

– Ahora, esparciré este ungüento sobre tu frente y la mía. Los espíritus que viven en las plantas te ayudarán a saber quién eres. Yo también veré tu verdadera naturaleza. – esto es lo que debería haber dicho Karlos, según el punto de vista de Mauricio. Lo que en realidad dijo fue lo siguiente. – Ven aquí. – sin explicar nada, manchó la frente de la chica sin ningún cuidado y luego hizo lo mismo consigo. – Ya está.

Los dos sufrieron los espasmos del ritual del Despertar. Mauricio se indignó recordando su propio rito, una versión exprés en la que el celebrante vomita sobre la boca abierta del iniciado, causando una reacción en cadena de vómitos en los participantes del ritual y provocando las mismas visiones que este rito, más Garou que escatológico. Lo mirase por donde lo mirase, Karlos era un Galliard bastante vago.

– Eres una Galliard Uktena. Tu… los Uktena son gente de Sudamérica y eso; es normal que seas mexicana. – respondió Karlos mientras se lavaba el mejunje en el fregadero. – Te haré la prueba… algún día. Para que subas de Rango.

– ¿Acaba de despertar y ya le estás dando la prueba? – respondió Mauricio.

– Sí, claro. Ahora me voy; te quedas con ella, novato. – y el Galliard Karlos, más español que alemán, se marchó de la cocina a ocuparse de sus asuntos. Un aire de incomodidad llenó el lugar.

– Si quieres, te indico donde está el baño para que te des una ducha y te arregles. Supongo que cuando llegue Felipe él podrá darte más detalles. – hizo una pausa, pensando. – ¿Te has traído ropa?

– No, la verdad es que no esperaba descubrir que soy parte de un mito. – se levanto y empezó a limpiarse con cuidado la frente. – Agradeceré esa ducha, Mauricio. Me llamo Selûne.

– ¿Cómo nuestra Madre Luna? Es un nombre muy curioso. Ven, sígueme a la planta de arriba. No tenemos ropa de chica por aquí, pero te puedo dejar un chándal o algo.

– Me arreglaré con eso. – contestó mientras se secaba con un trapo de flores.

Origen de un pánico

Selûne era una chica bajita, de metro cincuenta y cinco aproximadamente. De pelo negro y espeso, no parecía proceder de Méjico. Más tarde explicaría que uno de sus progenitores era mejicano y que ella se sentía española completamente.

Después de recibir la visita de Felipe de Marichalar, el alfa de la manada de Mauricio, le indicó al Philodox que fuese con la nueva hasta la Cañada, para mostrarle parte del territorio del clan. Sin rechistar, Mauricio se marchó con Selûne hacia aquel lugar. Se les unió a mitad de camino una Theurge de los Hijos de Gaia un tanto peculiar: Estefanía Merino. Fani procedía de una aldea perdida en las montañas de Zamora, hija de padres ocultistas. Los rumores decían que ella era el experimento de su padre Changelling para crear híbridos mitad hada, mitad lobo, pero que la cosa salió mal. Fani no hablaba demasiado, pero lo compensaba comiendo. No se preocupaba mucho de su pelo verde natural ni de las voluptuosas caderas y pechos que le estaban saliendo por su afición a consumir bollería industrial.

La Cañada era un lugar mágico, en el estricto sentido de la palabra, pues era un punto de unión donde la Umbra, el mundo de los espíritus y el Ensueño, el mundo de las hadas, se fusionaban en armonía. A pesar de que todo era muy bello y agradable, el lugar tenía sus peligros.

– Mauricio, esta zona por la que vamos es peligrosa. Aparte del Camino de Plata que estamos bordeando, por aquí hay una tribu de Galletas Salvajes. – dijo Fani, con aire taciturno.

– ¿Tú tienes miedo de las galletas? Si nos atacan, ¡cómetelas! – respondió Mauricio socarronamente. Selûne los miró con cara sorprendida, mientras emergía de una colina cercana una gigantesca horda de galletas Marbú ataviadas con lanzas y taparrabos. Desde entonces, Mauricio no desayuna galletas… ni siquiera tostadas. Aún recuerda los pinchazos en los hombros…

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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