Podredumbre del Orgullo RagabashPodredumbre del Orgullo Ragabash

El encierro de la banshee

Lee la primera parte de la historia.

Jack recordó cómo entró en Estados Unidos al mismo tiempo que cruzaba el umbral de la habitación donde se encontraba el cuerpo de Varick. Allí, en el claustrofóbico metro de los Ángeles, el cuerpo de su camarada yacía encerrado en una barrera espiritual. Al igual que su mente en sus primeras horas en Norteamérica.

Obligado a asumir su forma humana casi continuamente, Diente Pútrido adoptó el nombre de Jack Tanner para el gobierno estadounidense. Él y Varick se trasladaron a un barrio peligroso de los Ángeles, donde su compañero Parentela encontró trabajo de mecánico.

Jack, que nunca había aprendido a integrarse en la sociedad humana, pasaba sus días viviendo como un perro callejero, alimentándose de porquería y durmiendo a salvo en la casa de su colega. Varick desconocía si existían Garous que custodiasen las zonas, así que regresaba por las noches con miedo a que Jack hubiese sido asesinado por hombres lobo o algo peor.

Las sospechas del joven alemán no tardaron en hacerse realidad, pues el comportamiento errático de su compañero Garou terminó llamando la atención del clan local. La manada de las Costras, perteneciente al clan de la Justicia Metálica, localizó al Fenris vagabundeando por la zona del Túmulo. El líder de esta manada, Milton Sinnerfield, un Philodox negro de los Roehuesos, se dirigió al errático Jack Tanner.

El Ragabash se había pasado dos días vagando de un lado a otro de una fábrica abandonada, lugar de descanso de la manada de Sinnerfield.

– ¡Hey, blanquito! ¿Qué haces aquí? – el Philodox habló en un perfecto inglés. Jack balbuceó algo incomprensible. No hablaba bien el idioma extranjero. – ¿Se puede saber que mierda has dicho? ¿Quién eres?

– S… soy Jack Tanner, Ragabash de la Camada de Fenris. – el Don de la Auténtica Forma que aprendió para distinguir traidores peligrosos de traidores humanos fue muy útil en ese momento. Jack se puso en guardia; temía ser atacado por el amenazante afroamericano. – N… no pretendía molestar.

– ¿Un Fenris? ¿En los Ángeles? Me estás jodiendo, hermano. – Sinnerfield se acercó pausadamente hacia Jack. El Ragabash clavó su mirada y no se movió. – Hace tiempo que los de tu calaña se marcharon lloriqueando… y no sois bien recibidos aquí. – una vez que el Roehuesos llegó a la altura de Jack, le dio un golpecito en la espalda. Se fijó en la ropa raída y estropeada que llevaba: para nada era un Fenris. – ¡Pero mírate, tío! Tú eres uno de los nuestros, la escoria de los Garou. – miró directamente a los ojos de Jack, escrutando su interior – Eres un Roehuesos, Tanner. Y uno muy divertido, viendo que estamos a 30 grados y tú andas con chaqueta. ¿O es que acaso estás tomando el sol?

– ¿To… tomando el sol? ¿Qué dices? – el poco conocimiento de Jack sobre el inglés hacía que la conversación fuese como un bloque de hormigón sobre sus hombros. No le gustaba el tono ni la actitud de aquel negro.

– ¡Claro tío! Fíjate, esa chaqueta tuya está pillando un buen bronceado. ¡Si hasta rima con tu nombre! – Sinnerfield sonrió, agarrando a Jack por las mejillas. Su legado Fenris se estaba desintegrando en una charla irrelevante con un chucho Roehuesos. – Para nosotros, las Costras, serás Jacketan. El colgado que iba con gabardina en pleno verano.

– No… no sé de qué estás hablando, extraño. Yo ya… – Jack suspiró al recordar que no tenía ningún lugar en su antiguo clan. Ni siquiera tenía un túmulo o un espíritu guía al que aferrarse. – … pertenezco a una manada. Debo irme, extraño. – Jack se separó de Sinnerfield y comenzó a caminar. El clima flaqueaba desde que inició la conversación y la zona se llenó rápidamente de nubarrones. El Roehuesos carraspeó, adoptando un semblante oscuro.

– ¿Quieres dejar de aparentar lo que no eres? Ni un solo Fenris pisa California desde hace treinta años. Tú estás aquí porque te han exiliado. – estas palabras se clavaron directamente en el corazón del Ragabash. Se giró, apretando los puños – Y, o eres un espía absurdo… o eres idiota. A nadie se le ocurriría entrar en territorio de la Justicia Metálica con el culo al aire, blanco.

Esa fue la última provocación que iba a aguantar Jack. Rápidamente, asumió su forma de lobo y asaltó al Philodox. Éste reaccionó con velocidad y esquivó el ataque, pasando a forma Glabro mientras rodaba por el suelo. El hocico de Diente Pútrido goteaba con babas de ira; Sinnerfield provocó aun más al lupus, incitándole a asumir una forma más digna de combatir. El orgullo pudo con Jack y pasó a forma Crinos, abalanzándose de manera descontrolada sobre su rival. Éste aprovechó las imperfecciones de la zona para trepar con sus garras por la pared de la fábrica y ganar altura. Diente Pútrido solo gruñía y tiraba zarpazos al aire, destrozando el material urbano que iba encontrando a su paso.

Con una deslumbrante habilidad, Sinnerfield se colocó detrás de Diente Pútrido y atravesó los pulmones del Ragabash con los hilos de plata que siempre llevaba encima. El dolor aplastó el formidable cuerpo del Crinos, obligándole a pasar a lobo y a lloriquear por su vida.

Sinnerfield pisó el cuello del lobo, que se encontraba gimiendo sobre un charco de sangre. Retiró con cuidado las herramientas de plata de su cuerpo, procurando no provocarle más daño del que ya había sufrido. Miró con lástima al Garou.

– No sé quién eres, pero está claro que no sirves de mucho. – guardó sus armas en la mochila y se limpió la sangre que había salpicado su cara. Diente Pútrido había dejado de gemir. – Te llevaré ante nuestros médicos para que te curen. Luego te interrogaremos. No concibo que un Fenris bastardo se pasee por nuestras zonas.

Sinnerfield cargó con el cuerpo del Fenris hasta los laboratorios de la Justicia Metálica. Las investigaciones que se hicieron sobre el nuevo Garou “Jacketan” no revelaron nada importante, salvo que era un exiliado de un clan alemán de la Camada de Fenris. Sin haber decidido el cambio, Jack pasó a formar parte de los Roehuesos y fue admitido en la Justicia Metálica como un miembro más de la manada de las Costras, formada exclusivamente por parias de la Nación Garou.

Tras la humillación por el líder de las Costras, Jack se integró bien en la manada. Hizo las paces con Sinnerfield y aceptó, no sin un mínimo de resignación, pertenecer a los Roehuesos, pues le habían tratado como un miembro más, cosa que la Camada de Fenris no pudo (o supo) ofrecerle.

Varick se sorprendió al escuchar la historia de su compañero, llevándose una grata sorpresa. Jack había encontrado un nuevo lugar donde cumplir sus obligaciones como guerrero de Gaia; y los Roehuesos no solían ser malas personas, quitando el hecho de que oliesen fatal. Durante unos meses, el antiguo Diente Pútrido fue adaptándose a su nueva personalidad, el Roehuesos Jacketan y su existencia se acercaron al concepto de felicidad.

Jack se sentó en la silla destartalada al lado del cuerpo de Varick. La habitación estaba iluminada por una tenue lámpara que reclamaba una bombilla nueva desde hacía meses. El Ragabash suspiró. El resto de la Delegación le tomaba por un loco más, perdido en su mente por el exilio de los Fenris. Aunque se había sentido cómodo en un principio, la Justicia Metálica había acabado por darle el mismo trato que cuando estaba en Alemania.

La faz de Varick permanecía en estado de espera, aguardando que alguien lo liberase de la pesadilla en la que estaba inmerso. La voz de aquella mujer que lo sumió en ese coma resonaba por la cabeza de Jack. Cerró los ojos y recordó los últimos días de Varick.

El calor estival estaba difuminándose en los pasos sobre las hojas secas del otoño cuando Varick desapareció. Jack pidió ayuda a sus compañeros de manada, recibiendo la ayuda de Donna.

Donna era una perra callejera que se había escapado de un zoológico cuando tenía pocos meses. Pasó su juventud escarbando en la basura y durmiendo bajo el cielo de la ciudad. Cuando sufrió su Primer Cambio, fue detenida a tiempo y educada por la Justicia Metálica. Desde entonces, actuaba como la fuerza bruta de la manada de las Costras, sin pararse a pensar demasiado en sus razones para vivir o en la lucha contra el Wyrm.

Aunque había perdido el estilo que caracterizaba a un buen Ragabash de la Camada de Fenris, la habilidad innata de Jack para el rastreo le ayudó a encontrar el lugar donde tenían encerrado a Varick. Jack entró en la fábrica abandonada con Donna, los dos en forma lupus. El lugar parecía haberse vaciado de toda presencia humana en los años sesenta, pues gruesas telarañas y olor a cerrado decoraban cada rincón.

Después de registrar cada rincón concienzudamente, Donna localizó una trampilla que llevaba a los niveles subterráneos del lugar. Los dos Garou bajaron por las escaleras hechas de piedra, sorprendiéndose al encontrar parte de una mazmorra medieval en los sótanos de una fábrica estadounidense. El silencio reinaba por el pasillo de piedra, asfixiando el alma de quien caminase por él. Jack miró en cada una de las celdas, cerradas por fuertes puertas de hierro. Todo estaba completamente vacío, excepto la prisión del final.

Allí se encontraba Varick encadenado a la pared y con la ropa hecha harapos. Alguien había jugado cruelmente y lo había herido por los costados y el pecho con un arma afilada. El alemán farfulló algo cuando Jack entró en la celda y empezó a liberarlo. Mientras el Ragabash ponía a salvo a su amigo, Donna se sintió atemorizada y gruñó para avisar a su compañero del peligro que se acercaba.

Una mujer de unos cuarenta años, ataviada con ropajes gitanos, bajó por las escaleras silenciosamente. Observó al perro rabioso que rugía desde el final del pasillo, cerca de una puerta abierta. La gitana pestañeó y clavó sus ojos en la mirada de Donna; a continuación, la cabeza del lupus recibió un tremendo golpe psíquico que desconectó su conciencia del mundo real. Jack se puso en posición defensiva tras ver a Donna caer inconsciente. Varick quedó tendido boca arriba en el frío suelo de la celda, ajeno a lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

La extraña mujer se acercó al Ragabash, con una sonrisa de malicia y segura de sí misma. Jack intentó intimidarla con sus palabras.

– ¡Atrás, bruja! ¡Si das un paso más, te destriparé! – el Garou hizo un amago con sus manos, quedando completamente ridículo. La gitana emitió una sonora carcajada.

– ¿Me vas a destripar con tu estupidez, zarrapastroso? – se plantó delante de Jack casi al instante, como desplazada por energía imperceptible. – El alemán me va a servir para encontrar a alguien muy importante para mí. Lo que quiero saber es cómo habéis encontrado este lugar… tú y tu perro.

– V… Varick es mi amigo… ¡te mataré antes de que intentes hacerle nada! – la voz del Ragabash temblaba. Notaba algo extraño en aquella mujer, algo que hacía que su alma se retorciese. La bruja suspiró, lanzando una mirada de desprecio al hombre sucio que tenía enfrente.

– Ya he encadenado su alma. Y sólo con mi voluntad se liberará… una vez tenga a su hermana. ¡La cruel bastarda que me arrebató la vida! – la bruja levantó la mano, creando una espiral de energía violeta. Jack reaccionó rápido, cambiando sus manos a garras de Crinos y destrozando el vientre de la mujer con dos certeros garrazos. Ella cayó de rodillas, agarrando sus tripas; segundos después, vomitó una gran cantidad de sangre y comenzó a desvanecerse. – A… ahora que pierdo de nuevo mi cáscara mortal… has sentenciado a… tu amigo, imbécil… – tras pronunciar a duras penas estas palabras, se desplomó en el suelo, esparciendo el suelo con fluidos carmesíes. – Ja… jamás encontrarás… el Corazón del Estigma… – sus ojos adquirieron una tonalidad blanquecina, señal de que su espíritu había abandonado el cuerpo, dejando a Jack con su compañera de manada noqueada y su amigo Varick en un trance inexplicable.

Con mucho esfuerzo, el Ragabash pudo poner a salvo a Donna, dejándola en manos de Sophie Kult, una nueva incorporación a la Delegación Oeste. Sophie no pidió demasiadas explicaciones sobre el ataque al lupus y curó sus heridas a cambio de un favor en el futuro. Sin embargo, Jack no mostró el estado de Varick al resto del clan, ni siquiera a su manada. Obsesionado por los últimos comentarios de aquella terrible mujer, guardó el cuerpo de su amigo en una sala oculta de una estación de metro y dedicó gran parte de sus esfuerzos en localizar un “Corazón de Estigma”; siendo todas sus investigaciones infructuosas, decidió esperar a ver si el estado de Varick mejoraba. Pero nunca lo hizo.

La alarma del reloj resonó por toda la habitación. Jack tenía que regresar al refugio que compartía con el resto de compañeros de manada, en los suburbios de la ciudad. Se despidió de su amigo, una vez más. Y esperaba que la hermana de Varick, Hildelgarde, pudiese encontrar una solución para arrancarle de ese trance. La puerta retumbó por todo el subterráneo, enmascarando los pasos de Jack hacia la salida este del Andén 31.

En la calle, la lluvia había empezado a caer disimuladamente, empapando las aceras. El camino hacia el refugio le iba a llevar por lo menos dos horas, tiempo que aprovecharía para poner en orden sus pensamientos y los sucesos que habían estado asaltando la Delegación. Mientras caminaba, la gente se iba apartando, asustados por la apariencia de Jack, el eterno vagabundo y Fenris olvidado.


Imágenes:

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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