Las profundidades de la Montaña Roja I

―Mi señora, el tiempo apremia. Debemos marchar ya antes del cambio de guardia si no queremos ser descubiertos.

El hombre no hacía más que asomarse a la ventana a comprobar que el patio aún estaba sin vigilancia y a medida que el sol se escondía tras la línea del horizonte mayor era su nerviosismo. Resopló alejándose por fin de la ventana en dirección a la lámpara de aceite que se encontraba en la parte central de la alcoba. Miró de soslayo a Leylak y bajando la intensidad de la llama volvió a hablar.

―Mi señora…

―Neal, llegará. Se paciente. Nos estás alterando a todos y debemos estar concentrados.

Las palabras de Leylak siempre debían ser claras y precisas. Su figura nunca pasaba desapercibida ya fuera al entrar en cualquier habitación o al estar cerca de ella, y su sola presencia denotaba firmeza y autoridad. El resplandor de la llama realzaba el dorado de sus ojos, el color de su tez cambiaba según la intensidad de la luz, que oscilaba entre el gris claro y el verde pálido. Tenía pequeñas trenzas repartidas por su largo y negro pelo que acababan en bonitos abalorios de hueso o madera. Aunque sus colmillos inferiores no eran muy predominantes, en ella se veía que descendía de un gran linaje de semiorcos. Como la última del apellido Lukuf y sobrina del rey siempre había sentido que sobre ella recaería el peso del reino de una manera u otra, y ese momento había llegado.

―Si se me perrmite, mi señorra, voy a comprrobarr las mochilas. Verr que no nos olvidamos nada, ¿? No prreocuparr por nada. Nosotrros siemprre estarr prreparados.

―Gracias, Dukhim, pero lo he estado pensando. No creo que sea buena decisión que desaparezcáis prácticamente todos. Quiero que te quedes con Meltem, ella es fuerte, pero así estaré más tranquila y lo hará más creíble.

―No prroblema, ¿?. Lo único que pido es que no os divirrtáis mucho sin mí. ―El enano se echó a carcajadas mientras le daba de codazos a Neal.

La puerta se abrió y tras ella aparecieron a quienes con tanta ansia estaban esperando. Se trataba del resto de la guardia personal de Leylak. Los primeros en entrar fueron los hermanos Issobell y Derrick, seguidos de una muchacha semiorca y cerrando la comitiva estaba Meltem. Antes de que nadie dijera nada y tras cerrar la puerta Meltem susurró unas palabras y sopló sus manos. Miró a Leylak y asintió afirmando que el ritual para silenciar la habitación ya estaba activo.

―Ella es Hessa, una de mis doncellas ―dijo Leylak― no la habíais conocido hasta ahora porque no había sido necesario.

Tanto Neal como Dukhim quedaron asombrados cuando la muchacha semiorca apartó la capucha de su cara. Era como ver una gemela de Leylak, eran como dos gotas de agua que solo el ojo experto o quien las conociera bien podría diferenciarlas sin problema. Una vez hechas las presentaciones y repasado por última vez el plan era el momento de salir de ahí, a lo lejos oían las voces del cambio de guardia que estaban ya cerca del patio. Se colocaron las mochilas y cogieron sus armas.

―Cuidarr bien de tu herrmana, Derrick ―dijo en susurros al pícaro― que no le pase nada, ¿?

―Tranquilo, te la traeré de vuelta sana y salva ―Derrick le guiñó el ojo y miró a Issobell. En comparación con su hermano no era muy alta. Llevaba el pelo siempre suelto en una corta melena de un color rubio extremadamente claro, tan claro que a veces parecía blanco, que, mirándolo de ese modo, hacía juego con su piel. Al darse cuenta de que los dos la estaban mirando sonrojó, miró mal a su hermano y sonrió tímidamente a Dukhim.

Preparados y de noche aprovecharon las sombras que ofrecían los muros de las altas fortificaciones de piedra y partieron hacia la Montaña Roja. No estaban ni a media hora, pero debían esquivar a la guardia y centinelas de la ciudad. En cabeza iba Derrick, era el experto del grupo en pasar desapercibido y su agudeza visual los guiaba por las calles en zigzag, por aquí y por allá, hasta llegar al muro norte de la ciudad, el más cercano a su destino.

Una vez ya fuera de la ciudad Leylak tomó el mando, ya que conocía a la perfección su reino incluso sin necesidad de luna. Llegaron a los pies de la montaña y se internaron por una caverna tan estrecha que tuvieron que quitarse las mochilas y armas y llevarlas en la mano. La cueva era el paso natural de un riachuelo, y no había espacio alguno para la orilla, así que tuvieron que caminar entre las aguas. Intentaban no hacer ruido pero algún resbalón sí que se escuchó, y las risillas de Derrick hacían suponer al resto del grupo que se reía de su hermana. Leylak resoplaba ante la torpeza de su grupo pero no pudo evitar sonreír al escuchar cómo el propio Derrick casi se da de bruces.

―Tened cuidado dónde ponéis los pies, los guijarros de río son muy peligrosos para gente no experta. ―dijo Leylak a modo de riña.

Para no llamar la atención de los centinelas del muro, cuando perdieron de vista la entrada de la caverna, Issobell creó un halo de luz para poder iluminar el camino. La humedad y el calor en el ambiente aumentaban según se adentraban más y más. Tras un par de horas, llegaron a un punto en el que debían escalar una pared escarpada para poder continuar. Neal sacó de su mochila una cuerda por la que todos subieron sin problema, pero el musgo de la pared hizo que Issobell se resbalase y perdiera el equilibrio. Se dio en la cabeza contra la piedra húmeda y cayó al suelo desde una altura considerable y al ir la última, nadie pudo detener la caída. Al darse contra el suelo la luz desapareció.

―¡Issobell! ¡No!―gritaron todos.

Las profundidades de la Montaña Roja, segunda parte

 


Imagen: Assassin’s Creed III: Liberation. Worms Cave por nachoyague.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.