Resquicios de guerra Ocaso SideralResquicios de guerra Ocaso Sideral

Este relato va a acompañado de una reedición de Protocolo de cuarentena. Hemos actualizado el enlace en la entrada original, pero también vamos a añadir el siguiente botón para que se pueda descargar desde aquí. Esperamos que os guste esta nueva versión y la historia de Kalu, una de las PNJs que aparecen en la aventura.

El estruendo de los cazas bombarderos que arrasaban la ciudad ensordeció a Kalu, una muchacha recolectora que se había escondido en el sótano de la familia Leram. La estancia había acumulado demasiada porquería durante los años de buena cosecha: cómodas de madera auténtica, sábanas de tela sideral, candelabros de metal estelar, pero no había por ningún lugar un arma. Kalu sabía lo que iba a suceder: los soldados imperiales iban a saquear todos los hogares que quedasen en pie y se iban a repartir a las chiquillas que hubiesen sobrevivido a la lluvia de infierno. Ella no lo iba a permitirlo, pero no era más que una recolectora del estrato más pobre de su sociedad.

Los Leram eran los dueños de las plantaciones de verdura digital del planeta Guftupax IV, uno de los muchos mundos granja que la Federación controlaba y, supuestamente, protegía. Sin embargo, desde que el declive de la organización interplanetaria provocase una sangrienta guerra contra el Imperio intergaláctico, esos mundos estaban a su merced. Y el ejército imperial no tenía problemas a la hora de “adoctrinarlos”. Las explosiones cesaron y el techo dejó de temblar, momento que Kalu aprovechó para asomarse. Su poblado no destacaba en nada: una larga fila de habitáculos de vivienda, con una calle principal, y al final la gran casona de los Leram. En las cercanías, kilómetros de granjas que generaban alimento sintético para toda la Federación. El perenne clima templado de Guftupax era agradable y favorecía que los trabajadores cumpliesen con sus cuotas mensuales, y salvo una filial de seguridad privada, carecía por completo de ejército o armamento.

El emperador permite a sus hombres tener una victoria fácil para elevar la moral”, masculló Kalu mientras atravesaba el pórtico de la mansión. Se encontraba armada con un trozo de madera astillado, aunque esta arma improvisada no le hacía favor alguno. Era una joven de unos dieciocho o diecinueve años, de piel oscura, una melena peinada en rastas, y un cuerpo fibroso, fruto de trabajar sesenta horas a la semana en las plantaciones. Sus antiguos compañeros de trabajo y vecinos estaban muertos, algunos los podía ver, con sus cadáveres en carne viva tirados por la calle, o agonizando bajo los escombros de sus hogares. A medida que se acercaba a la lanzadera planetaria, situada al sur del pueblo, apretaba más y más los dientes para no escuchar las agónicas súplicas de las víctimas del ataque. No había rastro alguno de los soldados: el bombardeo a un poblado de granjeros había sido por diversión.

Kalu puso una mueca de asco cuando al activar la lanzadera se encontró en su interior a dos soldados del imperio. Uno de ellos desenfundó con presteza su subfusil láser y le voló la parte inferior de la cara a la joven, sin darle oportunidad alguna. La mandíbula, el labio y parte de la lengua cayeron al suelo arenoso en una sinfonía repugnante, mientras Kalu caía de rodillas y perdía el conocimiento. No había hecho nada malo: solo era una recolectora de la Federación.

Cuando recobró la consciencia, estaba atada de pies y manos en una camilla militar. Alguien se molestó en vendar la fea herida, pero la capacidad de habla no iba a regresar. Pasaron varias horas hasta que se acercó un enfermero de campaña y le explicó su situación: se encontraba en un buque interestelar del Imperio e iba a recibir atención quirúrgica para después entrevistarse con el general Ukimo Athingwor. El mero hecho de escuchar su nombre hizo que sintiese escalofríos: era un individuo atemorizante, un mostrenco de más de dos metros que se había labrado una reputación de ejecutor sanguinario a lo largo y ancho de la galaxia.

El Imperio quería secretos de la Federación, información sobre sus operaciones y datos de producción. Ukimo fue engañado para creer que la joven Kalu poseía esas informaciones: cuando la chiquilla, con una prótesis de plástico que aguantaba lo poco que le quedaba de la boca, intentó explicar que solo era una granjera, el violento militar estalló en una furia incontrolable. Kalu demostró adaptarse rápidamente al peligro y esquivó el repentino golpetazo que pegó el general, clavando su hacha láser en la mesa de interrogatorios. Sin otro modo de huida, se aprovechó de la ira de su captor para provocarle y que se estrellase contra la pared, atontándose. Con rapidez, Kalu agarró el hacha y la estampó en la nuca de Ukimo repetidas veces, hasta que dejó de moverse.

Las alarmas se dispararon en cuanto el general murió de forma tan violenta, pero el instinto de supervivencia de aquella joven podía llegar más allá. Se escondió en los conductos de ventilación y logró escabullirse hasta los muelles de carga, mientras decenas de soldados la buscaban sin éxito alguno. Como suponía que el protocolo de cuarentena del buque iba a evitar que saliesen o entrasen naves a la bahía, decidió esconderse en el interior de un carguero de transporte hasta que lo desactivasen o se diesen por vencidos. Kalu sabía que tentaba a la suerte cada segundo que pasaba oculta, pero ni el dolor por la pérdida de su mandíbula ni el nudo en el estómago iban a impedir que saliese con vida de allí.

Durante dos días estuvieron buscando a Kalu por el buque, sin éxito. Y justo antes de perecer al hambre y la sed, un grupo de burócratas decidió viajar hasta el planeta imperial para informar de lo sucedido, acompañados por un único escolta. Cuando abandonaron la gigantesca nave interplanetaria, Kalu se aferró a las pocas fuerzas que le quedaban y usó el hacha láser del general Athingwor para acabar con el soldado. Después, obligó a los burócratas a que la llevasen a una estación médica independiente y utilizó los Créditos que les arrebató para instalarse una mandíbula biónica.

Pudiendo hablar de nuevo y con una sed de sangre insoportable, Kalu arrojó al vacío espacial a aquellos miserables. Athingwor había sido el primero, pero aún quedaban generales del Imperio por ejecutar. Abandonó aquel puesto médico tras intimidar con su presencia a los científicos, y decidió buscarse la vida como mercenaria. El hacha del general pasó a formar parte de la leyenda de Kalu la Salvaje, una letal asesina a sueldo que siente una especial satisfacción al degollar imperiales.



Imagen: Encontrada en Pinterest sin fuente original

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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