“Nuestra sociedad se asienta sobre las raíces que Mushuki, la acechadora de las llanuras, nos dejó tras sumirse en su descanso eterno, en el corazón de este valle. Cuando la ceniza llenaba los pulmones de aquellos que caminaban sobre la tierra calcinada, ella viajó a través del carbón primordial para poner a salvo a sus cachorros hambrientos. Los amamantó bajo el acoso de bestias terribles, el azote de un clima inclemente y la escasez de alimento. Incluso en sus momentos de mayor debilidad, Mushuki nos protegió con su cuerpo famélico y sus ojos cansados y de sus garras surgieron las tierras más verdes y prósperas de la provincia. No podemos olvidar lo que ella hizo por nosotros, su progenie y debemos perseverar como protectores de su dádiva.”

El discurso le había agotado por completo, y aguardar absorto la reacción de los reunidos en la plazoleta de la aldea erizaba el pelaje negro de su lomo. Había viajado durante las últimas estaciones con un único propósito: reunir a todos los miembros posibles de su especie en una única población en honor de su preciosa deidad. Pero los gatónidos eran seres huraños y poco dispuestos a participar en una comunidad de iguales. La odisea había dado sus frutos en cuanto se levantaron las primeras chozas en la linde del bosque. Había encontrado a dos colonias acosadas por la actividad goblinoide de la zona y tras demostrarles que el trabajo en equipo solucionaba sus problemas a la larga, no dudaron en unirse a aquel soñador de manto negro y ojos verdes.

Suspiró profundamente, se atusó los largos bigotes que emergían de su hocico felino y cerró los ojos un instante. Sus acompañantes respetaron el silencio que mantenía durante unos segundos antes de estallar en vítores y alabanzas hacia su proclama. La especie gatónida había sobrevivido a lo largo de las eras como individuos separados que se reunían cada estación para aparearse, pero la unión que se había formado al mando de aquel valiente era algo único en una sociedad dispersa y arisca. No pudo evitar disfrutar su sonrisa de completitud, pues estaba a punto de cumplir los deseos de la acechadora.

Nadie en el reino había oído hablar de los gatónidos hasta que una avanzadilla se presentó en el pueblo más cercano con intención de negociar con los lugareños. Estos primeros contactos fueron tensos y repletos de sospecha a pesar de las buenas intenciones de los seres humanos y los felinos se internaron de nuevo en sus bosques. Aunque estas repentinas visitas permitieron que los gatónidos se forjasen la reputación de seres misteriosos, enigmáticos y esquivos que fascinaba a los habitantes de las poblaciones aledañas, la comunidad levantada por aquel sirviente de Mushuki permaneció oculta durante muchos años entre las ramas y el follaje de aquel vetusto valle.

Día tras día, releía sus escritos y consultaba los libros que sus exploradores le traían de las tierras humanas. Su especie no había considerado tener un lenguaje escrito hasta que Mushuki le visitó en sueños y le susurró que obtuviese las palabras para su progenie. Tras una temporada de dudas y de exilio, comprendió lo que debía hacer y no tardó en viajar hacia el norte en busca del secreto de la escritura. Una vez que tuvo los conocimientos necesarios para formar un lenguaje a través de glifos y símbolos, regresó a sus tierras para encontrarlas carentes de vida y conquistadas por los salvajes duendes. Criaturas que sólo conocían el odio y la destrucción, aprovecharon la separación de los gatónidos para llevar a cabo varios ataques. Con el secreto de la escritura entre sus garras, enseñó a sus iguales a comunicarse mediante las palabras; estos conocimientos permitieron plantar cara a los duendes del bosque y la victoria sobre estos seres dio la oportunidad de unir a todos los hijos de Mushuki en una única sociedad.

Habían pasado tantos años desde entonces que su pelaje negro se había vuelto grisáceo. Gimoteó durante un instante al recordar la muerte de su amada en el nacimiento de su cachorra. Su hijo mayor era demasiado inocente y su hija irradiaba inquietud a cada paso, pero eran su progenie. Recordó el discurso que dio ante su gente y los vítores que recibió a cambio. La población de su aldea oscilaba cada invierno, pero le reconfortaba saber que los gatónidos del Valle de los Maullidos aún confiaban en su sueño. Se retorció de dolor al sentir un pinchazo en el costado. No era la primera vez y sabía que era signo de que su hora se acercaba. Necesitaba saber que su retoño iba a tomar las riendas del pueblo y a continuar con su legado. En menos de dos décadas había dado la escritura y la unión a su raza, y le atormentaba imaginarse a los suyos regresar a las viejas costumbres.

Pensó en su hijo, aquel tunante de pelaje blanco como la nieve y reflejo de su madre. Bonachón y cándido, no destacaba en el combate cuerpo a cuerpo ni en la diplomacia. Tampoco como explorador. Quizás su buen corazón era lo que necesitaba el pueblo gatónido. Después de todo, los heraldos de Mushuki proclaman la unión entre los espíritus terrenales y los seres vivos del mundo. Quizás Kael era el adecuado para continuar con su legado.

Absorto en sus pensamientos y distraído por el dolor, Rony no se fijó en la figura que estaba en el umbral de su cabaña. Entre las sombras, Kael miraba a su padre con preocupación.


Imagen: Black Cat Waiting – Wikimedia Commons

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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