Me despertaba con asiduidad con sudores fríos y con el corazón a punto de estallar, pero me encontraba con que ella dormía con total normalidad. Supuse que no estaba tan preocupada y que a mí me había tocado la peor parte. Las empresas de tés hacían su agosto conmigo cada noche. Con la cabeza de nuevo en la almohada, notaba el cosquilleo de la oscuridad en mi nuca, como si quisiese recordarme algo que había olvidado.
En la fábrica no había otro tema de conversación entre los empleados. Se decía que ciertas personas desaparecían de repente sin dejar rastro, de la noche a la mañana y sin siquiera una nota. Al principio todo eran teorías conspiratorias en las que se veían implicadas mafias siniestras o planes secretos del gobierno pero nadie encontraba una explicación lógica, y empezaba a ser algo común. Como quien va al bar a comprar tabaco y se olvida que tiene una familia y responsabilidades. No podía dejar de pensar en mis terribles noches y en las vueltas que daba en la cama.
Fue un agotador día de trabajo y necesitaba acostarme. Al abrir la puerta de casa, vi que en el recibidor se encontraba Kiwi, una niña pequeña y encantadora que compartía mis rasgos y los de ella. ¿Cómo iba a no saber quién era Kiwi? Estábamos muy ilusionados de haberla aunque no podía recordar ni el embarazo ni el nacimiento. Tenía que compartir la ilusión y retratar cada momento de su vida; en mitad de la sesión de fotos, sonó el timbre y los tres nos llevamos un buen susto. Yo estaba muy cansado; los que estaban al otro lado del interfono eran personas que habían desaparecido de mi vida y requerían mi presencia. Un encargo tan sencillo no iba a llevarme más que unas horas, así que les pedí a ellas que me esperasen. Pude ver la tristeza en la mirada de Kiwi, pero comprendía que lo que iba a hacer era por el bien de los tres.
Me subí en la furgoneta y reconocí a mis acompañantes; éramos los de siempre e íbamos a hacer lo de siempre, un trabajo rápido en un cajero de una entidad bancaria cualquiera. Tan sólo tenía que conectar mi portátil a través del puerto USB y la transacción se realizaba al instante; pero esa vez tenía que salir mal. Uno de ellos insertó la clavija por la ranura que no era y se disparó la alarma. No tuvimos otra opción que huir del lugar a toda velocidad, aunque otros se quedasen atrás; en esos momentos lo único que pensaba era en llegar a casa y estar con Kiwi y con ella. ¿Qué otra cosa iba a querer?
En cuanto pasé el umbral de mi casa sentí un ambiente melancólico, opresor, que invitaba a las lágrimas. Se habían reunido varios familiares alrededor de ella; le daban el pésame y ánimos, y le recordaban que habría de ser fuerte. Kiwi no estaba por ningún lado. Tuve un arrebato de preocupación y saqué el portátil de mi mochila; tras quitarle los cables que antes estaban conectados al cajero automático, abrí la aplicación de galería de imágenes para visualizar las fotografías que habíamos sacado a Kiwi antes de que tuviese que marcharme a realizar el encargo. Se me heló la piel. Allí donde tenía que estar la fotografía de una cría risueña, se encontraba una silueta oscura y transparente. Nadie en la casa parecía percatarse de mi presencia, a pesar de que me movía entre ellos y tocaba objetos del lugar.
Rondó por mi mente el recuerdo de aquellas conversaciones en la fábrica, en las que ciertas personas desaparecían sin dejar rastro ni explicación.
Imagen: Ghost Bride Wallpaper