Dos brazos tan gruesos como pilares de templo agarraron a Mark del pescuezo y lo arrastraron fuera de la celda. El ujibo observó en silencio como el iblisio se llevaba a su involuntario acompañante.
— ¡Adiós, amor mío! — logró articular el shadalense. — ¡Siempre te querré! ¡No me olvides! — Hassad frunció el ceño en señal de desaprobación.
— Llevadlo a la sala de preguntas. — pronunció con voz grave el terrible pirata. — Para ti, ujibo, tengo algo muy especial.
Aunque su predisposición socarrona no le protegió de tres sonoras collejas que recibió por parte del mostrenco que lo cargaba como si fuese una salchicha embutida. Fueron pocos pasos, que a Mark le parecieron días, pero la sala de tortura no estaba demasiado lejos.
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