Con las primeras luces del alba dejamos la Posada del Caminante tras nosotros y nos pusimos camino a casa del Sabio de Ashmarra. De allí salimos con más dudas y preguntas de las que teníamos al llegar.
Llegamos casi a media tarde. Era una casa solitaria en una encrucijada de caminos, como una posta más pero sin clientela. Tras la puerta nos recibió un anciano de aspecto algo descuidado y sorprendido por la visita. Se mostró «curioso» más por unos que por otros. Nos contó que allí solo, en mitad de la nada, se dedicaba a estudiar sus libros. Parecía feliz de poder conversar con alguien más que no fuese con él mismo. No paraba de hablar hasta que le mostramos la estatuilla de piedra.
Asombrado nos contó que nunca antes había visto algo parecido. Estaba claro que no tenía ni idea de cuál era su procedencia o cuál su función. Sin apenas darnos cuenta se encerró en su biblioteca rebuscando por aquí y por allá entre pilas de libros viejos y polvorientos.
Solos en el salón vimos por las ventanas que el sol comenzaba a desvanecerse por el horizonte. Tendríamos que pasar allí la noche. Lo único bueno que tenía la casa era que tenía techo, o al menos parecía que no se nos iba a caer sobre la cabeza. La casa estaba llena de polvo y telarañas. Las cosas estabas desordenadas, apiladas sin ninguna lógica o tiradas por el suelo. Nos quedó claro que al dueño de la casa parecía no importarle su estado.
En la plata baja estaba la biblioteca, el salón y lo que parecía ser una cocina. Ingenuos, decidimos probar con el piso de arriba, quizá estaría algo más cuidado. Pero la ilusión no duró mucho. El piso de arriba estaba incluso peor que el de abajo. Hacía años que el Sabio había olvidado que la casa en la que vivía tenía dos pisos. Con tres camas y dos habitaciones nos dividimos para dormir y descansar un poco. A esas alturas que el polvo nos rodease ya no suponía un problema para nosotros.
Pero nuestro sino, nuestros pasos y acciones, estaban ligados a la estatuilla y ella a nosotros. No, esa noche no sería distinta a las demás.
Era de noche y apenas habíamos dormido cuando unos ruidos provenientes del piso de abajo nos alertaron. Unos orcos habían echado la puerta principal abajo y estaban entrando en el salón. Miré hacia la puerta de la biblioteca. El Sabio aún estaba encerrado y quizá tras oír el golpe se habría podido esconder tras muro de libros.
Fue fácil acabar con los orcos, sobre todo porque comenzábamos a trabajar en equipo. Aún teníamos que practicar un poco la coordinación, pero íbamos por buen camino. Tras la pequeña contienda fuimos corriendo a la biblioteca, pero se nos habían adelantado. En algún momento uno de los orco se nos escapó y mató al Sabio.
Con el Sabio muerto nunca sabríamos si había descubierto algo de utilidad o si nuestra búsqueda habría sido una pérdida de tiempo. Droste se acercó y revisó el tomo que formaba parte de su lecho de muerte. Por fin la suerte nos sonrió, aunque fuese un poco. Descubrimos que sí había encontrado algo, pero no sabíamos el qué exactamente.
En una de sus manos sostenía un mapa de la zona. Era muy antiguo y distaba mucho de la orografía actual: aparecía un solo camino que se dirigía hacia el este, casi hasta la ladera de una montaña y acababa en un punto con la palabra «KAJ» escrita. El tomo sobre el que descansaba el cadáver estaba abierto por la mitad. El capítulo hablaba sobre un templo, no muy lejos de donde estábamos. El templo de Kaj. Y un breve manuscrito, en un idioma que ninguno comprendía, en el que aparecía la representación de la estatuilla de piedra en un bajorrelieve. Esta era representada en tres escenas diferentes. La primera era la estatuilla y mucha gente a su lado sufriendo. La otra eran dos representaciones de la estatuilla pero una más grande que la otra. La última era de un caballero montado a caballo asestando un golpe final con su lanza a una de ellas.
Estaba claro que eran pistas muy importantes, pero no sabíamos muy bien qué hacer con ellas. Nos preocupaba más el hecho de que cada día que pasaba estábamos más expuestos al peligro que el anterior, ya que la estatuilla atraía el mal allá donde fuese, y que tarde o temprano pagaríamos tanta mala suerte. Yo propuse abandonar la estatuilla donde buenamente pudiésemos y continuásemos nuestro camino. Pero Yogurta no estaba por la labor. Según él dejarla por ahí tirada al margen del camino solo traería más desgracia con quien se topase o le darían un mal uso. Aseguraba que era nuestro deber era llevarla al Templo de Kaj, y una vez allí sabríamos qué hacer con ella.
En parte tenía razón, pero deseaba poder descansar aunque solo fuese por una noche sin tener que temer por mi vida.
De nuevo, con las primeras horas del alba ensillamos nuestros caballos y, con mapa en mano, emprendimos el camino hacia el Templo de Kaj.
CONTINUARÁ…
Relato resultante de las jornadas de rol en Langa (30-06-2017 al 2-07-2017). Ambientación: Tierra Media. Sistema: Rolemaster.
Imagen: Goblin, por freefallofafeather