Un suspiro del viento espiritual acaricia la escena mientras la visión comienza a narrarse por sí sola, como si un anciano espíritu estuviera susurrando la historia al oído de quien observa.
Pluma del Viento era un hombre parentela de la tribu Uktena, nacido del linaje Omaha. Desde joven caminaba entre dos mundos: el de la tierra y el de los espíritus. En su corazón ardía una llama de visión que lo guiaba, y en sus venas la sangre de ancestros que reverenciaban el Gran Ciclo de Gaia. Sin embargo, aquel hombre vivía en los márgenes: al margen de la sociedad estadounidense que lo miraba con desdén por su piel cobriza y su alma indígena, y al margen de la Nación Garou que nunca podría verdaderamente llamar suya. No era un Garou, sólo un pariente sin el poder del cambio, un hombre lobo sin colmillos. Aun así, Pluma del Viento cargaba con sabiduría tradicional y una profunda conexión espiritual que muchos Garou envidiarían, aunque pocos se detuvieran a reconocerlo.
— El viento de la noche susurra su nombre, pero nadie responde.
La luna pálida alumbraba las llanuras heladas. Un aullido de angustia rasgó la quietud nocturna; Pluma del Viento lo había presentido en sueños. Corrió siguiendo la dirección del viento gélido, hasta que sus ojos divisaron el origen del grito: Brisa del Sur, una joven loba de pelaje ceniciento, estaba acorralada por las fauces de un peligro que acechaba en la penumbra. Dos coyotes rabiosos, corrompidos por la enfermedad del Wyrm, tenían a la loba contra un risco. Sus ojos dorados, llenos de furia y miedo, reflejaron la silueta de Pluma del Viento cuando este se interpuso sin dudar. No tenía garras ni furia Garou, pero blandía en su mano un cuchillo ritual y en su pecho ardía un valor nacido del amor a Gaia. Con rezos en lengua omaha, enfrentó a las bestias. La lucha fue breve y violenta: la hoja destelló a la luz lunar y la sangre manchó la nieve. Al final, los coyotes yacían inmóviles.
Pluma del Viento se arrodilló ante la loba herida. Brisa del Sur temblaba, con una pata sangrante y el espanto aún erizado en el lomo. Él extendió su mano lentamente, dejando que ella oliera su esencia. Un silencio sagrado cayó sobre ambos: hombre y loba, separados por la piel pero unidos por un mismo aliento. Cuando ella al fin acercó el hocico y lamió con timidez la palma de aquel hombre, Pluma del Viento supo que sus destinos habían quedado entrelazados. Aquella noche la salvó, y en cierto modo ella también lo salvó de una vida sin propósito. En la penumbra, los ojos de Brisa brillaron con un reconocimiento antiguo, como si a través de ellos algún espíritu del aire susurrara: “Esta es la compañera de tu alma”.
Sin pronunciar palabra, él recogió algunas hierbas medicinales de su bolsa de cuero y limpió las heridas de la loba con sumo cuidado. Cada contacto era una caricia respetuosa; cada movimiento, una oración. Al terminar, la joven loba se acurrucó junto a él, confiando. Pluma del Viento alzó la mirada al cielo: entre las estrellas, el Padre Cielo observaba en silencio; bajo ellos, la Madre Tierra acogía su descanso. El hombre entonó una suave canción tradicional Omaha, un canto antiguo para calmar a los espíritus. La melodía fluyó en el aire frío, fundiéndose con el viento nocturno. Brisa del Sur cerró los ojos al compás de aquella voz. Aquella fue la primera de muchas noches que compartirían, hombre y loba, cobijados por la misma hoguera espiritual aunque perteneciendo a realidades distintas.
Los meses siguientes pasaron como un sueño efímero. Brisa del Sur permaneció cerca de la pequeña cabaña de Pluma del Viento, en las afueras de la reserva donde él vivía. Ella aún no había sufrido el cambio, pero algo en su porte denotaba un aura especial: era más inteligente que otros lobos, sus ojos seguían cada gesto de Pluma con entendimiento casi humano. Él lo notaba y sonreía triste, consciente de lo que significaba. Había escuchado historias de los Uktena: cachorros Garou nacidos lobo, los lupus, que vivían como bestias hasta que la Luna los llamaba a su destino. Sabía que pronto Brisa del Sur dejaría de ser solo una loba; la sangre Garou despertaría en ella con dolor y gloria. Y cuando eso ocurriera, su camino la alejaría de él. ¿Qué lugar tiene un simple mortal al lado de una hija de la Luna? – se preguntaba en silencio, mientras la observaba jugar entre las sombras de los pinos.
Aquella pregunta le carcomía el corazón. A pesar de ello, Pluma del Viento no pudo evitar enamorarse poco a poco de esa criatura majestuosa. Era un amor distinto a cualquier otro: íntimo, místico, imposible. Cuando acariciaba el pelaje gris de Brisa del Sur bajo la luz del crepúsculo, sentía en sus dedos la electricidad de algo prohibido y sagrado. Veía en sus gestos la nobleza de Gaia y en sus aullidos la canción primigenia de la Naturaleza. En las noches más cálidas, ella apoyaba la cabeza en su regazo, y él le contaba viejas leyendas de sus antepasados, como si la loba pudiera entender cada palabra. En verdad, sus ojos atentos parecían comprender la esencia, si no la lengua. En esos momentos, Pluma imaginaba un mundo en el que aquella paz pudiera durar, en el que no hubiera cambio ni despedida; un mundo solo de los dos, hombre y loba, compartiendo un amor silencioso bajo las estrellas.
Pero el Gran Ciclo de Gaia sigue su curso implacable. Una tarde plomiza, con el horizonte ensangrentado por un sol agonizante. Pluma del Viento sintió un escalofrío inusual mientras recogía leña. Brisa no había regresado de su paseo matutino. De pronto, un aullido desgarrador rasgó el aire. No era un llamado cualquiera; era un grito de cambio y dolor. Pluma dejó caer la leña y corrió. Al internarse en el bosque, las sombras parecían alargarse con garras, los árboles susurraban con voces antiguas.
Encontró a Brisa del Sur rodeada por cazadores furtivos, rezumando la ponzoña del Wyrm, ansiosos de atrapar a un Garou. Sin embargo, el cuerpo de la loba empezó a retorcerse, convulsionando bajo espasmos imposibles. Los huesos crujían y cambiaban de forma, el hocico se encogía transformándose en rostro. La Primera Cosecha de la Luna había llegado para ella, brutal y gloriosa: su Primer Cambio. Pluma del Viento no tuvo que intervenir en la masacre que vino después. Aquellos sinvergüenzas no fueron un desafío para una bestia lunar en su forma más óptima para la guerra: el Crinos.
Pluma del Viento observó, horrorizado y maravillado a la vez. Vio a su amada criatura convertirse en algo más: una mujer joven, desnuda y temblorosa, con la melena revuelta del mismo tono ceniciento que su pelaje lupino. Sus ojos dorados ahora lucían humanos… y llenos de pánico. Ella, Brisa del Sur, recién nacida a la conciencia Garou, no entendía qué era aquel cuerpo extraño con manos donde antes había patas. Antes de que el Delirio –el ancestral terror que provoca la visión de un Garou– la consumiera por completo, Pluma se quitó su manta y corrió a cubrirla con ternura. La llamó suavemente por su nombre —Brisa, Brisa—, tarareó la vieja canción Omaha para calmarla. Poco a poco, los temblores de la joven cesaron y sus sollozos se ahogaron en el pecho de Pluma del Viento, que la sostuvo entre sus brazos bajo la mirada plateada de la Luna. En ese instante, supo con certeza doblemente cruel lo que antes solo intuía: pertenecían a mundos distintos. Ella había cruzado un umbral del que no habría retorno.
Días después, otros Garou de la tribu Uktena llegaron atraídos por la recién transformada. Brisa del Sur fue llevada a un túmulo cercano para aprender lo que significaba ser Garou. Pluma del Viento la despidió con el corazón hecho añicos; no tenía derecho a acompañarla en ese viaje. La ley de los Garou es severa: los cambiantes deben vivir entre sus pares para comprender sus dones y su maldición. Un simple parentela, por muy amado que fuera, no podía seguir sus pasos. La última mirada que ella le dedicó antes de partir quedó grabada en el alma de Pluma: Brisa del Sur le sonreía con tristeza, una expresión a medio camino entre la gratitud y el amor incomprendido, como una caricia de brisa primaveral que anuncia una tormenta. Luego se internó en el bosque con sus nuevos hermanos de manada, perdiéndose de vista, y él sintió que algo vital se le escapaba como arena entre los dedos.
La soledad cayó sobre Pluma del Viento como una noche eterna. La cabaña, antes llena de la presencia silenciosa de Brisa, ahora solo contenía ecos. Los días pasaban y la sociedad humana a su alrededor seguía ignorándolo o rechazándolo: para los habitantes del cercano pueblo, él era solo “el indio extraño que habla solo y hace rituales raros”. Sus propios parientes en la reserva lo veían con cierta lástima; respetaban su linaje, sí, pero no entendían su aislamiento voluntario ni sus conversaciones con lo invisible. La marginación se volvió su pan de cada día. Marginado entre los blancos por su sangre Omaha, marginado entre los suyos por su conexión con lo sobrenatural, y marginado entre los Garou por carecer del don sagrado de cambiar de forma. Pluma del Viento caminaba en una franja estrecha, entre mundos, sin pertenecer por completo a ninguno. Y en esa estrecha frontera, su única compañía eran los espíritus… y el recuerdo punzante de un amor imposible.
Hubo noches en que la desesperación casi lo venció. La visión nos muestra una de esas noches aciagas: Pluma del Viento sentado junto a las cenizas frías de su fogata, encorvado como un árbol viejo bajo el peso del invierno. Afuera, la tormenta rugía con vientos furiosos que hacían crujir las paredes de madera. En el interior, la oscuridad era pesada, inmóvil. Solo el ojo de la mente de Pluma proyectaba imágenes: recordaba la risa cristalina de Brisa del Sur (una risa rara en una loba, que solo él había tenido el privilegio de provocar jugando entre los árboles). Ahora esa risa resonaba en su memoria con un eco hueco, como si sonara a metal oxidado en un cañón vacío. ¿Por qué Gaia le mostraba la belleza de un amor que jamás podría consumar por completo? – pensaba él. ¿Por qué darle visiones si estaba condenado a no tocar realmente ese mundo de gloria?.
Sus lágrimas silenciosas empezaron a caer sobre el polvo del suelo. Fue entonces cuando sintió una presencia a su lado. De entre las sombras emergió un anciano de rostro conocido: era el espíritu de Hoksíla, un viejo narrador de historias de la tribu Omaha que había sido mentor de Pluma en su juventud. El anciano ya había cruzado el Velo de la muerte hacía años, pero en esta hora oscura volvió a manifestarse. Se sentó junto al fuego apagado, apareciendo primero como un resplandor azulado hasta tomar forma humana, aunque translúcida. Pluma del Viento alzó la mirada, limpiándose torpemente las lágrimas con el dorso de la mano.
—Abuelo… —murmuró, reconociendo a aquella figura espiritual.
—Hijo, —respondió el viejo espíritu con voz serena, reverberante como si viniera desde el fondo de un pozo de tiempo—, te veo sufrir en soledad. Has caminado con honor, has amado con pureza, y aun así tu corazón sangra.
Pluma del Viento apretó los puños. Tenía tanto guardado dentro que su pecho dolía. Ante la figura sabia de su mentor espiritual, dejó brotar sus palabras entrecortadas:
—No encuentro mi lugar, Núŋmį (abuelo). He servido a Gaia lo mejor que pude… salvé a Brisa del Sur, la amé con todo mi ser, pero nunca podré compartir su camino. Ella es viento libre corriendo bajo la luna, y yo… yo soy solo una roca en la tierra. Ni siquiera mi tribu me mira sin pena; para unos soy débil, para otros estoy loco. ¿Qué propósito tengo? ¿Por qué los espíritus me dieron visiones, si al final camino ciego y solo?
El anciano guardó silencio un momento. El huracán exterior ululaba, pero dentro de la cabaña la presencia de Hoksíla trajo una calma profunda. Finalmente, el espíritu habló:
—Escucha al viento, Pluma. ¿Qué te dice esta noche?
Pluma del Viento cerró los ojos, obedeciendo. Afuera, el vendaval resonaba entre las vigas con aullidos casi humanos. Entre esos bramidos, una voz suave parecía susurrar su nombre… como mil susurros juntos: —Pluma del Viento, Pluma del Viento— Era el aliento de Gaia mismo hablando a través de la tormenta. Entonces Pluma notó que otras presencias espirituales se habían reunido: brillantes ojos asomaban en la penumbra de la cabaña. Pequeños espíritus del aire danzaban con los remolinos de polvo; un espíritu zorro se acurrucó en un rincón, observando con curiosidad; y a través del techo, trasluciendo en el espacio, se dibujaba la silueta imponente de un gran búfalo espectral, símbolo del pueblo Omaha, que venía a apoyar a Hoksíla. Todos escuchaban.
—Tú, que te llamas Pluma del Viento, —prosiguió el anciano—, debes recordar la enseñanza de nuestra gente: cada cosa en este mundo tiene un lugar en el Gran Ciclo. La pluma que cae del ave también sirve: puede indicar la dirección del viento, puede adornar la cinta de un guerrero, puede escribir una historia. ¿Acaso porque no eres garra te crees inútil? Eres pluma, y las plumas también vuelan en las corrientes de Gaia. Has salvado una vida destinada a la Grandeza, y de esa vida nacerá otra.
Al oír esto, Pluma del Viento alzó la cabeza, intrigado y alarmado a la vez:
—¿Otra…? ¿Te refieres a…?
—Brisa del Sur tendrá una hija, —sonrió el anciano—, y tú serás el padre.
El corazón de Pluma casi se detuvo ante esa revelación. Recordó una noche, antes de la partida de Brisa del Sur, cuando ella ya había aprendido a adoptar forma humana durante las lunas llenas. Una noche de despedida en que, entre lágrimas y caricias desesperadas, sus dos almas se unieron sin importar la carne. Fue una unión breve, furtiva bajo las estrellas, con la bendición silenciosa de la tierra húmeda bajo sus cuerpos y el firmamento como testigo. Al amanecer, Brisa del Sur había partido para unirse a su nueva manada, sin promesas, sin ataduras, solo con la verdad de sus ojos encontrándose por última vez.
Pluma del Viento jamás imaginó que ese adiós apasionado fuese a permitir el florecimiento de una vida. Emociones encontradas lo embargaron: alegría al saber que tendría una hija… y dolor al comprender que también ella estaría fuera de su alcance. Hoksíla pareció leerle el pensamiento, porque añadió con voz compasiva:
—Tu hija será una loba, como lo fue su madre antes del Cambio. No portará el Don; no cambiará de forma ni caminará como humana. Su destino es ser loba, correr libre por los bosques.
El espíritu búfalo dejó escapar un bramido suave, casi con tono de arrullo, como si confirmara las palabras del anciano. Pluma del Viento sintió que las lágrimas volvían a brotarle, pero esta vez no solo de tristeza sino también de ternura abrumadora. Una hija… su sangre unida a la de Brisa del Sur, viva en algún lugar de la floresta, una pequeña cría de lobo probablemente acunada por la propia Brisa. La imaginó: pelaje gris plateado, ojos quizás como los de él o los de su madre… No sabía. ¿La vería alguna vez? ¿La reconocería?
—Debes entender, hijo, —continuó Hoksíla—, que aunque no puedas compartir el mundo de Brisa del Sur en forma, sí lo compartes en espíritu. Tu amor engendrará esa vida; esa pequeña loba será prueba de que incluso entre diferentes caminos puede nacer algo hermoso. Puede que nunca corras con ellas en la cacería bajo la luna, pero hollarás en sus corazones. Serás parte de su historia, así como ellas de la tuya.
Pluma del Viento inclinó la cabeza, intentando reprimir un sollozo. Sentía la calidez de las palabras, pero también la punzada de la realidad: no podría criarlas, ni protegerlas a diario. Su hija crecería como lobo entre lobos, quizás bajo la protección de Brisa del Sur y su manada Garou.
—¿Cómo puedo aceptar esto, abuelo? —musitó con la voz rota—. Las amo a ambas con toda mi alma y no puedo estar con ninguna… Camino siempre en la frontera de otros mundos, vivo al margen del Poder y de la felicidad cotidiana. Me esfuerzo por creer que mi existencia sirve a Gaia, pero a veces… —su voz se quebró— siento que no soy suficiente para ella.
Un silencio denso cayó tras su confesión. En la penumbra, algunos espíritus pequeños lloriqueaban quedamente; el viento mismo aflojaba su furia, volviendo apenas a un gemido lánguido alrededor de la cabaña. Entonces una risa áspera, discordante, sonó desde un rincón oscuro. Era una risa seca, que retumbó con un timbre extraño, como si dos piedras de metal se rozaran produciendo chispas. Pluma del Viento se estremeció al oírla; reconocía aquel sonido burlón. De las sombras emergió una figura encorvada y deforme: un espíritu burlón, un brujo espectral que habitaba esos parajes y que a veces lo espiaba cuando la depresión lo vencía. Era una presencia del otro lado del Velo que se alimentaba de emociones negativas, y ahora aplaudía con sorna, con sus ojos amarillentos fijos en Pluma.
—¡Pobre Pluma del Viento! —dijo la criatura con voz carrasposa—. Ni Garou, ni humano “normal”. Ni aquí ni allá. ¿Para qué seguir? Tu sufrimiento es grande, sí… delicioso. Dices que no mereces esta vida. Tal vez tengas razón… —La criatura sonrió mostrando dientes afilados como clavos, y siseó—: Si tan solo abandonaras, podrías unirte a tus ancestros de una vez, dejar de penar…
—¡Calla! —bramó de pronto Hoksíla, poniéndose de pie con sorprendente vigor. Sus ojos brillaron con ira ancestral—. No escucharás al engaño del Wyrm.
La figura encorvada soltó otra risotada metálica y desapareció en un destello de humo negro cuando el gran búfalo espectral avanzó una pezuña hacia ella. Los pequeños espíritus del aire agitaron sus alas, dispersando la pestilencia que quedaba. La tentación del espíritu maligno se esfumó, mas su eco quedó zumbando en la mente de Pluma del Viento un instante: «ni aquí ni allá…»
El anciano espíritu posó una mano fantasmal en el hombro de Pluma con gesto firme. Sus ojos reflejaban severidad y compasión.
—Esa voz que escuchaste es la mentira que anida en todo corazón cansado, —dijo—. No la dejes crecer. Has aguantado mucho, hijo. La soledad, el desprecio, la aparente indiferencia de Gaia… pero no confundas estar al margen con carecer de valor. Tú eres un puente entre mundos. Has vivido en los márgenes del poder, sí, viendo cómo los Garou forjan leyendas mientras tú quedas en las notas al pie. Has caminado por los bordes de dos culturas que apenas te reconocen. —La voz de Hoksíla se volvió más cálida, mientras el búfalo detrás inclinaba la cabeza en señal de respeto—. Y AÚN ASÍ, sigues aquí. ¿No lo ves? Eres más fuerte de lo que crees. Más necesario de lo que sabes.
Pluma del Viento alzó la mirada lentamente. Las palabras de su mentor calaban en él con la verdad de las cosas simples. Una pluma parece poca cosa, pero puede flotar en la tormenta y salir intacta, recordaba. Sus experiencias, por dolorosas, le habían moldeado sin destruirlo.
—Tú soñabas con participar en las grandes batallas de Gaia, lo sé, —prosiguió el anciano—, pero Gaia también necesita guardianes humildes: la mano que rescata a la cría perdida, la voz que recuerda las historias antiguas, el corazón que ama sin condiciones incluso sabiendo que no habrá reconocimiento.
El viento exterior comenzó a amainar. La tormenta se convertía en brisa. Por una rendija de la ventana se coló la luna que asomaba entre las nubes, proyectando un rayo de luz plateada justo sobre el pecho de Pluma del Viento. Dentro de su camisa simple, colgando de un cordel de cuero, él llevaba siempre un amuleto: una pluma de águila. Era un fetiche menor que le habían regalado años atrás, símbolo de visión clara. Al recibir la caricia lunar, aquella pluma pareció brillar tenuemente. Pluma del Viento la tomó entre sus manos callosas y la observó, recordando las palabras de Hoksíla: la pluma puede indicar la dirección del viento, puede escribir una historia…
Un súbito entendimiento floreció en sus ojos cansados. Comprendió que su vida, aunque modesta y sin gloria, había tenido impacto. Brisa del Sur estaba viva gracias a él y había encontrado su destino. Una nueva vida nacería de su amor, y aunque él no la criaría, esa pequeña loba portaría en su sangre tanto de él como de su madre; quizás su coraje o su compasión vendrían de la estirpe humana de Pluma. Y más allá de eso, ¿cuántas veces sus visiones y consejos, aunque ignorados por algunos, habrían prevenido desgracias?
Recordó cuando alertó a un Theurge de la presencia de un espíritu corrupto en el río; el Theurge inicialmente lo desdeñó por ser un Parentela, pero luego otros Garou confirmaron la infección del agua y pudieron purificarla. Ningún Garou le dio las gracias, pero a Pluma le bastó saber que Gaia había sanado un poco ese día gracias a su insistencia. Recordó también a los niños de la reserva, aquellos que no se reían de él, que venían a veces a escuchar sus cuentos alrededor del fuego. En sus ojos veía respeto genuino. Tal vez no todos le marginaban.
Pluma del Viento se incorporó lentamente, sintiendo sus articulaciones doloridas protestar. Hoksíla sonrió con orgullo silencioso. La asamblea de espíritus parecía rodear a Pluma en un abrazo intangible: la brisa que se colaba ahora era templada, acariciando su rostro como labios invisibles; el búfalo espectral bufó en señal de bendición antes de difuminarse; el zorro dio un par de vueltas juguetonas y salió corriendo tras un ratón imaginario; los pequeños elementales de aire se fundieron con la noche, satisfechos.
—Gracias… abuelo —susurró Pluma del Viento, con la voz entrecortada pero ahora con un dejo de paz. Hoksíla asintió lentamente.
—Sigue adelante, hijo. Encuentra consuelo en saber que el amor que diste y das permanece en el Gran Ciclo. Tu nombre será susurrado por el viento en las praderas, y en el mundo espiritual se escribirá tu historia, aunque los hombres no la lean. Y cuando llegue tu hora de caminar a mi lado, no vendrás como alguien que «vivió en vano», sino como el que amó más allá de sus posibilidades, y aun así no se rindió.
Con esas últimas palabras, el anciano se desvaneció, dejando tras de sí motas de luz que flotaron unos instantes como luciérnagas antes de apagarse. La cabaña quedó nuevamente vacía, pero ya no hostil. Pluma del Viento salió al exterior. El cielo había despejado sus nubes, y millones de estrellas parpadeaban en la bóveda, frescas tras la tormenta. El aire olía a pino mojado y tierra revivida. Una sensación de melancólica calma envolvía el paisaje.
Pluma alzó la vista a la Luna Gibosa que dominaba el firmamento, brillante y solemne. Sabía que en algún lugar, quizá no tan lejos, Brisa del Sur contemplaría esa misma Luna, tal vez recordando en su fuero interno al hombre que la salvó. Quizá a su lado correría una joven loba de pelaje plateado – su hija, su pequeña – aprendiendo a cazar entre la hierba alta. Se permitió imaginar esa escena: Brisa del Sur, en su majestuosa forma lupina, enseñando a la cachorra a acechar un conejo bajo la luz lunar, ambas sombras ágiles en el claro… Un atisbo de sonrisa, dulce y triste, curvó los labios de Pluma del Viento.
—Las cuidaré, Gaia. —murmuró al viento nocturno—. Al igual que te cuidaré a ti.
El viento respondió en un susurro, revolviendo ligeramente su largo cabello negro y agitando las ramas. En ese susurro, Pluma creyó oír una voz femenina muy tenue, parecida a la de Brisa del Sur, que le decía: “Gracias”. Puede que fuera su imaginación, o quizás algún espíritu mensajero llevando recados de luna llena. En cualquier caso, él cerró los ojos y grabó esa sensación en su alma.