El viaje hacia los Humedales de Iskadar fue tedioso, con constantes lluvias y una neblina espesa hacían que cada paso fuera un desafío. Sin embargo, el grupo de los 3 Audaces se mantenía firme, movidos por la promesa de una nueva reliquia: las Garras de Trepada Felina, ocultas en la misteriosa Capilla hundida de Mushuki. Este artefacto podría proporcionar una ventaja crucial, sobre todo para Sheoltio, siempre dispuesto a trepar y explorar lugares inalcanzables.
— ¿Garras de felino? — Sheoltio estaba emocionado, caminando de puntillas con un brillo inusual en sus ojos. — ¡Eso es justo lo que necesito! Ahora sí seré el mejor bribón de todo el mundo.
— Perdona, disculpa, aún no las tenemos. — interrumpió Kaélidas, con una mirada de escepticismo, mientras intentaba mantener su capa seca bajo la constante lluvia. — Me temo, por mis sentimientos, que sea probable que esos hombres lagarto que mencionó Selinia no nos las den con una sonrisa.
Arcturus, siempre optimista, golpeó el hombro del mago felino con un gesto confiado.
— No te preocupes, Kayulero, si derrotamos a ese pulpo volador en los Montes Orientales, los lagartos no serán problema. Además, estoy deseando ver esa capilla… debe ser impresionante.
Al llegar a los humedales, la atmósfera cambió drásticamente. La niebla se espesaba, envolviendo todo con un manto de misterio, y el aire estaba impregnado de un olor a podredumbre. Los árboles torcidos parecían espectros, y el suelo, cubierto de musgo y agua estancada, emitía sonidos burbujeantes al ser pisado.
— Este lugar es asqueroso — se quejó Sheoltio, mientras esquivaba una mancha de fango que casi le cubre por completo. — ¿De verdad tenía que ser aquí?
Kaélidas, quien ya había utilizado un conjuro para proteger sus botas de la humedad, estaba más concentrado en encontrar la capilla.
— Creo que la leyenda dice que Mushuki, la Reina de los Caminos, guardó aquí uno de sus tesoros más sagrados. Tengamos cuidado, amigos, estos humedales son tierra de lagartos….
No pudo terminar la frase, pues un rugido grave y gutural resonó en el aire. De las sombras surgieron varios saurios, también conocidos como hombres lagarto. Sus cuerpos eran robustos, con escamas verdosas y pieles cubiertas de barro. Portaban lanzas toscas, pero sus ojos brillaban con astucia. El líder, un imponente caimán de cresta rojiza, se adelantó mostrando los dientes.
— Intrusos… — siseó con una voz rasposa. — ¡Este es el territorio de Crestacuero! ¡Nadie se adentra en mis dominios sin ser descuartizado!
Arcturus se adelantó, alzando la Lanza de Hielo. El resplandor de luz gélida sobrecogió a varios de los saurios, pero el líder no se amedrentó.
— No hemos venido a pelear, pero no nos iremos sin esas Garras.
Los hombres lagarto no esperaron respuesta y atacaron de inmediato. Las lanzas volaron hacia los tres héroes, pero Kaélidas reaccionó rápido, conjurando una barrera mágica que desvió los proyectiles. Arcturus se lanzó hacia adelante, con su lanza preparara para exhalar un frío resplandor. Con un movimiento ágil, partió la lanza del líder lagarto por la mitad, congelando su mano.
Sheoltio, aprovechando el caos, desapareció entre las sombras. — ¡Es mi momento! — murmuró para sí mismo, mientras trepaba con agilidad por los árboles torcidos del pantano, buscando una posición ventajosa.
— ¡Kaélidas, cúbreme! — gritó Arcturus, mientras bloqueaba otro ataque. El mago felino levantó su bastón y preparó uno de sus poderosos conjuros.
— ¡Gran rey astro! ¡Claro de nuestros días, guardián del cielo! — maulló Kaélidas, concentrado. — ¡LUZ! — invocó una explosión de luz cegadora que desorientó a los adversarios a su alrededor.
Los lagartos vacilaron, y justo en ese instante, Sheoltio apareció desde lo alto, lanzando bombas de humo que envolvieron el campo de batalla en una densa nube gris. Aprovechando la confusión, saltó desde una rama y aterrizó sobre el líder lagarto, hundiendo sus dagas de cristal en la espalda del reptil.
— ¡Eso es todo para ti, cara de escamas! — exclamó, dando un salto ágil hacia atrás justo cuando el líder lagarto caía.
Con Crestacuero derrotado, el resto de los saurios retrocedieron, mientras gruñían de forma amenazante, pero no se atrevieron a continuar la lucha. Sabían que habían perdido.
— Ahora, la capilla. — susurró Arcturus, mientras observaba la entrada sumergida de lo que alguna vez fue un santuario. La Capilla de Mushuki se encontraba parcialmente hundida bajo el agua fangosa, con antiguas estatuas erosionadas que apenas se distinguían. Las columnas de piedra, cubiertas de lodo y enredaderas, daban testimonio de una grandeza perdida.
Entraron con cautela. El aire dentro de la capilla era denso, casi sofocante, y el silencio sólo era interrumpido por el goteo de agua desde las grietas del techo.
— Las Garras deben estar aquí, pero… algo no está bien — advirtió Kaélidas, con sus ojos brillando con un tenue resplandor arcano.
Al llegar al altar principal, una sensación ominosa los envolvió. Una figura espectral emergió del suelo, tomando la forma de una antigua sacerdotisa gatónida, con ojos brillando en un azul pálido.
— Soy Mushuki, Reina de los Caminos. — la voz espectral resonó en sus mentes. — Si queréis mis bendiciones, debéis demostrar que sois dignos.
— ¿Y cómo lo demostramos? — preguntó Arcturus, sujetando su lanza con firmeza.
— Solo los verdaderos maestros del sigilo y la agilidad podrán portar mis garras. — Mushuki miró fijamente a Sheoltio, quien dio un paso adelante con confianza.
— ¡Yo! ¡Yo! ¡A mí, elígeme a mí! — respondió el joven ladrón, flexionando sus piernas listo para el desafío.
La aparición asintió y, con un movimiento de su mano, el suelo bajo Sheoltio se transformó en una compleja serie de trampas: fosas, hendiduras y columnas que se movían. El reto había comenzado.
— ¡Vamos, Sheoltio, tú puedes! — lo animó Arcturus.
El joven gatónido sonrió y, sin perder tiempo, comenzó a saltar con agilidad entre los obstáculos. Su agilidad felina le permitió esquivar cada trampa con precisión, usando las paredes y columnas a su favor. Cada movimiento era un despliegue de destreza.
Finalmente, Sheoltio alcanzó el altar donde descansaban las Garras de Trepada Felina, unas brillantes y delgadas garras de metal forjado con magia. Al colocárselas, un destello de energía recorrió su cuerpo, y supo que ahora era más veloz y ágil que nunca.
— ¡Lo logré! — exclamó con entusiasmo, mientras saltaba de regreso con sus amigos. — ¡Raúuuuuuuuuul!
— Oh, por favor Sheoltio. — se lamentó Arcturus. — No te pongas a llamar a Raúl ahora…
Mientras el joven gatónido seguía maullando, llamando a Raúl, la figura de Mushuki desapareció lentamente, satisfecha con el resultado.
Con las Garras de Trepada Felina en su poder, el grupo abandonó la capilla sumergida, listos para la próxima aventura. Sheoltio esperaba que fuese lejos de pantanos, humedales y marismas, ya que eran bastante repulsivos. Arcturus esbozó una sonrisa al ver a sus dos colegas preparados, con varios objetos mágicos que les ayudarían en su ordalía.
Sin retirar la mirada del horizonte, no podía evitar pensar en el motivo por el cual estaban recorriendo el norte de Esseria en busca de artefactos. Pero eso era para otro momento, ahora debían celebrar sus éxitos en una buena posada. Y llevar las tablillas de Mushuki que él y Kaélidas se habían agenciado mientras Sheoltio saltaba de un lado para otro, ya que tenían que pagar a su informante, Selinia.
Imagen: generada por Inteligencia Artificial.