Ciudad Tungsteno era un hervidero de luces apagadas, neón parpadeante, y promesas rotas. Las torres gigantescas y los rascacielos ascendían al cielo nocturno, atravesando la atmósfera en dirección a las estaciones orbitales, como espinas de una criatura moribunda que se resistía a caer. Pero para Arjun Kai, un Piscem nacido en los lagos subterráneos de Perguilos II, Ciudad Tungsteno representaba algo más: el fin de una era.

Los Eudemonistas habían sido una orden de paz, equilibrio y armonía durante siglos. Aunque sus enseñanzas se basaban en la preservación del alma y la conexión con lo que llamaban el Flujo, la realidad es que estaban muriendo. Los miembros habían caído, uno tras otro, en lo que muchos llamaban «accidentes». Pero Arjun sabía que no era solo mala suerte.

La sede, un antiguo templo escondido entre los derelictos de Chatarranta, había sido un santuario de paz en medio de la violencia desenfrenada. Ahora, sin embargo, las puertas estaban prácticamente cerradas. Solo quedaban unas pocas luces encendidas en las ventanas, y el sonido del viento pasaba por las grietas de sus muros desgastados.

Arjun, de piel escamada y azulada, se desplazaba lentamente por los pasillos vacíos del templo. Sus aletas dorsales, que se movían de manera elegante, estaban tensas, reflejando su creciente preocupación. Llevaba años siendo parte de la orden, aprendiendo a canalizar el Flujo a través de su cuerpo, usando su energía para proteger y guiar. Pero ahora, apenas quedaban cinco Eudemonistas en toda Ciudad Tungsteno. Los demás habían muerto, y algunos, los más jóvenes, habían renunciado, atrapados por las tentaciones del mundo exterior, la tecnología y las promesas de poder fácil.

Se detuvo frente a la sala de entrenamiento, un lugar donde, en tiempos mejores, los aprendices practicaban sus movimientos, equilibrando sus cuerpos con la energía del Flujo. Ahora, el suelo estaba lleno de polvo, y las marcas de las antiguas batallas y duelos parecían recordatorios irónicos de una gloria pasada.

Su comunicador, un aparato viejo que apenas funcionaba con la tecnología de la época, vibró en su muñeca escamada. Arjun activó el dispositivo y una voz femenina, distorsionada, sonó a través del canal.

— Kai, otro de los nuestros ha caído. Lo encontraron en el Distrito Industrial. Su cuerpo fue destruido en una explosión. — Era Soraya, la anciana de la orden. Había tomado el mando hacía pocos ciclos, y aunque su experiencia en batalla era admirable, como líder aún tenía mucho que aprender. Sus palabras eran frías, carentes de la esperanza que alguna vez había sostenido la orden —. No sé cuántos más van a sobrevivir a esto.

Arjun cerró los ojos, dejando que el dolor lo inundara por un momento. No era solo la pérdida de otro hermano de armas lo que le dolía; era la comprensión de que la orden que tanto había respetado y por la que había luchado estaba al borde de la extinción.

— ¿Sabemos quién está detrás? —preguntó Arjun, su voz grave y entrecortada.

— Nada claro. Las corporaciones están envueltas, como siempre. Rayem y Celda Nex tienen sus manos en todas partes. Pero no podemos probar nada… y ya no tenemos la fuerza ni los recursos para enfrentarnos a ellos.

Las corporaciones eran un enemigo invisible y omnipresente. En Ciudad Tungsteno, nada se movía sin que alguna de ellas lo controlara. Cada distrito estaba influenciado de una forma u otra, y aquellos que intentaban resistir terminaban aplastados. Arjun había visto caer a muchos de sus compañeros bajo las maquinaciones de estas entidades, y ahora parecía que su propio final se acercaba. Al fin y al cabo, los Eudemonistas eran un faro de moral, y eso era un obstáculo evidente para alguien centrado en sólo lo monetario.

— Voy a ir al Distrito Industrial —dijo Arjun finalmente, tomando su bastón fluctuante, una vara forjada con antiguos metales y energía condensada del Flujo. Sabía que no encontraría respuestas fáciles, pero no podía quedarse quieto mientras sus hermanos eran asesinados. — Pásame las coordenadas, llegaré en un par de horas.

El Distrito Industrial estaba sumido en una constante penumbra, con nubes de vapor tóxico que envolvían las fábricas y talleres. Las máquinas trabajaban sin descanso, y los drones vigilaban desde las alturas. Nadie prestó atención a un Piscem caminando por las calles. Arjun se dirigió al lugar del último ataque, una antigua fundición abandonada. Los escombros aún humeaban, y el aire olía a aceite quemado y metal fundido.

Caminando entre las ruinas, encontró lo que quedaba del Eudemonista caído: su cinturón destrozado, algunas partes de su armadura ceremonial y su cristal de flujo roto en mil pedazos. La energía que había contenido, ahora disipándose, dejaba un eco débil en el aire.

El Piscem se agachó, recogiendo uno de los fragmentos. Cerró los ojos y dejó que el Flujo lo envolviera, conectando su mente con las vibraciones de la tierra y el metal a su alrededor. Los fragmentos le contaban una historia de traición, de explosiones y de un asesino que se movía con precisión quirúrgica. Pero lo más inquietante fue lo que sintió al final de la visión: una sombra, un vacío que drenaba la energía del Flujo, un poder que nunca antes había sentido.

Algo más grande que las corporaciones estaba en juego.

Mientras Arjun se levantaba, una figura emergió de las sombras. Llevaba un traje negro ajustado con implantes que recorrían su cuerpo, y sus ojos cibernéticos brillaban con una luz carmesí. El ruido de los engranajes, metálico y carente de armonía, resonó por toda la estancia.

— Vaya, me encanta que las víctimas vengan a mí. Así no os tengo que cazar —dijo con una sonrisa torcida—. ¿Cuánto tiempo crees que podrás resistir? ¿Más que él? No aguantó más que 2 minutos…

— El tiempo suficiente para acabar con aquellos que están detrás de esto —respondió Arjun, ajustando su bastón de flujo. Sabía que este encuentro sería su prueba definitiva. No solo para él, sino para la supervivencia de su orden.

La figura sacó una daga de energía; la hoja vibraba en el aire, emitiendo un aura muy similar a sus armas de Eudemonista.

— Vuestra era ha terminado. Es hora de que lo aceptes.

Arjun no respondió. En lugar de eso, permitió que el Flujo llenara su cuerpo, sus músculos, sus pensamientos. El aire a su alrededor comenzó a vibrar con energía, y las luces del barrio parpadearon, como si sintieran la tensión en el ambiente.

La batalla que se avecinaba no era sólo física. Era un enfrentamiento entre lo que quedaba de la vieja era y las fuerzas implacables de un futuro sin alma. Pero mientras Arjun Kai estuviera en pie, la llama de los Eudemonistas no se extinguiría tan fácilmente.

El último Eudemonista de Ciudad Tungsteno estaba listo para defender su legado, incluso si eso significaba enfrentarse al abismo.


Imagen: Generada por inteligencia artificial

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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