Al entrar por la puerta Meltem se dirigió directamente a Leylak.
―He acompañado a su doncella Hessa como pedisteis, mi señora. Hemos ido bordeando la muralla, y salvo unos cuantos guardias y lumensolies, nadie ha notado que no erais vos. Si me dijesen que en realidad se tratase de un doppelgänger me lo creería más que el azar de la semejanza.
Se acercó más a Leylak y apretó con suavidad su brazo. Aunque a todos les hizo gracia su comentario, el rostro de Meltem estaba lleno de preocupación.
―Nos hemos cruzado con el consejero Silduk y el consejero Dayore. Os convocan a un pleno dentro de dos días para la revisión anual de los libros de cuentas.
―¿Revisión anual? No es hasta dentro de dos meses… Supongo que la han adelantado por la enfermedad del rey. Debemos partir a la Montaña Roja esta misma noche sin falta. No creo que pueda llegar a tiempo.
Leylak se dio la vuelta y se sentó en la silla frente al escritorio, de uno de los cajones sacó un cuaderno y comenzó a escribir. Todos permanecieron en silencio observando cómo escribía y sin interrumpirla esperaron. Cuando terminó se puso en pie y cerrando el cuaderno se lo entregó a Meltem.
―Estudiadlo bien. Os he escrito las pautas a seguir. Tú te quedarás con Hessa, protégela como lo has hecho hasta ahora. Ella sabe a la perfección todos mis movimientos y cómo debería proceder; con eso y esto que os he escrito aquí no pasará nada. Actuad con normalidad y nos veremos a la vuelta.
Esperaron hasta bien entrada la noche para partir de nuevo hacia la Montaña Roja por una ruta secreta a través de las alcantarillas. Leylak tenía la esperanza de que los «ojos de Taleb» no llegasen tan lejos. Una vez fuera de la ciudad se dirigieron hacia el templo de Lenseng que se encontraba al norte. Tuvieron la suerte de que esa noche no hubiese ningún peregrino por los alrededores. Una vez dentro se aseguraron que no había nadie y cerraron las puertas. Aunque Lenseng era muy venerado por aquellas tierras, este santuario era uno de los menos visitados. Se había construido aprovechando una de las tantas cavernas de la falda la montaña y fue uno de los primeros que levantaron los Sacros Protectores.
Siguieron las indicaciones escritas en el segundo mapa. El ídolo central que representaba a la deidad marina con forma de serpiente marcaba el final del templo, pero tras ella la cueva se introducía en la montaña. El camino era complejo por la cantidad de rocas que había que sortear y empinadas pendientes por las cuales había que ir con mucho cuidado. No encontraron ninguna bifurcación y sólo iba en un sentido: a lo más profundo de la montaña. Cuando su energía comenzó a flaquear por el cansancio, Dukhim avistó algo en el suelo a lo lejos. Se acercaron sin hacer mucho ruido y una vez allí comprobaron que la tierra del suelo estaba revuelta. Había una circunferencia de piedras cuyo interior estaba tiznado de negro que indicaba que podía haber sido un pequeño campamento. Leylak sonrió ante la idea de que por fin estaban en el camino correcto y que el rey había estado allí. Decidieron aprovechar el sitio para descansar. El agotamiento del viaje empezaba a pasarles factura.
―Porr fin algo de esperranza, mi señorra.
Leylak sonrió a Dukhim y este le devolvió la sonrisa tras encender su pipa. Como todos los enanos, era de constitución fuerte y si uno se paraba a analizar sus movimientos por un momento, notaba que él también descendía de un linaje guerrero. Llevaba su melena cobriza sujeta con una trenza que le llegaba hasta la cintura y en su barba había varias trenzas más, no porque le gustase, sino porque hacerlas era el pasatiempo favorito de Issobell. Ambos se recostaron juntos y mientras Dukhim terminaba de fumar su pipa, se preocupó de que ella no pasase frío y la tapó con una manta.
Continuaron el camino en descenso hacia el corazón de la montaña casi dos días más. Según avanzaban, el intervalo de tiempo con el que encontraban restos de los campamentos del rey era menor. A lo largo de la galería se topaban con lugares en los que la tierra estaba revuelta; quizá la comitiva real necesitase descansar como consecuencia de un encuentro desafortunado con algún habitante de la montaña. De un modo u otro, iban por buen camino. Al poco de iniciar su camino al tercer día se encontraron con los restos de un altercado pero este parecía mucho mayor que los anteriores. La estancia en la que estaban era más amplia que las demás que habían hallado hasta ahora. Les llamó la atención que las paredes fuesen más blancas que el resto. Neal se acercó a las paredes y pudo comprobar que estaba recubierta por una especie de telilla blanca que cubría desde el techo y llegaba hasta el suelo. Al darse la vuelta para avisar a sus compañeros algo le llamó la atención.
― Leylak, allí hay algo ― dijo señalando al fondo de la estancia.
Según se acercaban, Issobell aumentó más el resplandor que emanaba su cuerpo para poder iluminarlo y averiguar qué era.
―Arrañas… odio a las arrañas ―Dukhim se apartó del capullo unos pasos y desenvainó sus espadas anticipándose a lo que pudiera ocurrir.
―Dejadme a mí, Leylak.
Neal abrió despacio el capullo de seda con su espada. Era bastante grande y de vez en cuando hacía un leve movimiento. Alrededor había varios más pequeños y cerrados, pero también había muchos abiertos.
―Con la comida no se juega.
La voz de mujer resonó por toda la estancia sin poder averiguar su procedencia. De repente la luz que emanaba Issobell desapareció en gran parte. Una telaraña procedente del techo le impactó en el cuerpo rodeándola por completo. La poca luz que emanaba la antorcha que sostenía Leylak le bastó para poder ver que hacia Neal se acercaba a toda velocidad un enjambre de arañas negras. Dejó caer la antorcha al suelo y se interpuso en su camino. Movió su bastón hacia las arañas y las roció con fuego líquido.
―¡Sal de dónde estés, maldita arraña! ―gritó Dukhim mientras corría hacia Issobell para liberarla.
Otro proyectil de tela de araña cayó del techo y atrapó a Leylak esta vez. Por sus piernas subía otro enjambre que mordía carne y le inyectaba veneno. Neal dejó el capullo y se enfrentó las arañas que amenazaban la cara de Leylak. Más arañas que provenían del techo se abalanzaron sobre Dukhim y comenzaron a devorarle a él también.
De repente un rugido que provenía del capullo resonó por toda la estancia. Un semiorco de dos metros salió de él. Miró a su alrededor y vio como cómo el único rostro que reconocía era el de Leylak y cómo se retorcía de dolor.
―He vuelto, Shra. ¡Y esta vez no volveré a caer en tu tela de araña!
La voz grave y ronca del rey Ugzhul paralizó a las arañas. Terminó de salir de su prisión de seda y recogió del suelo la antorcha de Leylak.
―Tú, enano y tú, humano, sacadlas de aquí. ¡Ahora!
Ugzhul lanzó la antorcha hacia una de las paredes que tenía más tela de araña. El destello provocado por la deflagración mostró el cuerpo de Shra al grupo de aventureros. Era un aberrante híbrido con la parte inferior de una araña y la parte superior de una mujer humanoide. Su piel era gris como el cielo encapotado de una mañana invernal y sus ojos relucían con el rojo de la ira y la maldad. El fuego se extendió por las redes de seda y en unos segundos la sala estaba envuelta en llamas. Los gritos de dolor de aquella bestia y sus arañas chirriaron con tal estridencia que aturdieron a Leylak y a sus aliados. Neal logró liberar a la princesa a tiempo antes de que les alcanzase el fuego, pero el veneno la debilitó hasta tal punto que no pudo reaccionar y se desplomó en los brazos de Neal. Con Issobell también libre emprendieron la huída tras el rey y lograron salvarse de las llamas.
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Imagen: Demon queen of spiders