Furia y HonorFuria y Honor

Dejar el hogar

Aquel mediodía de 1976 el sol abrasaba los áridos campos de Texas. El joven Jonathan Stevenson odiaba la vida de granjero que su padre le obligaba a llevar. Sintiéndose mucho más apto para otro tipo de tareas, escapó por la noche hacia la gran ciudad de San Antonio, armado con un petate repleto de ropa y un poco de dinero. Sonriendo, el padre de Jonathan gritó a la mañana siguiente que su hijo llegaría a ser grande en un futuro.

Jonathan estuvo viajando a pie y de vez en cuando en autoestop, adelantando camino como podía; irremediablemente y gracias a malas indicaciones, averiguó que había estado avanzando en la dirección errónea. Jon deshizo lo andado hasta el parque natural del Lago Calaveras, para tomar la carretera principal hasta San Antonio. Cuando pasaba por las inmediaciones del parque, Jonathan se vio rodeado por varias personas de aspecto misterioso. Iban ataviados con trajes de cuero ajustado y llevaban porras que despedían descargas eléctricas. Uno de ellos gruñó al joven tejano, ordenando al resto del grupo que lo atacasen. Sin oportunidad de defenderse, Jonathan peleó como pudo contra aquellos agresores, siendo noqueado rápidamente. Antes de perder la consciencia, pudo ver cómo varios de ellos se transformaban en bestias gigantes.

Las nieblas del coma se despejaron de la mente de Jonathan. Se encontraba en la habitación de un hospital, atado a una camilla de aspecto destartalado y viejo; el olor a cerrado y a sudor que impregnaba toda la habitación bloqueó sus pulmones. La estancia estaba anclada en una época pasada, careciendo de máquinas moderna; muebles antiguos estaban repartidos de manera descolocada, repletos de polvo y suciedad. Desconcertado, intentó liberarse de las muñequeras de cuero que apretaban sus manos y pies; tras cerciorarse de que la fuerza bruta no iba a funcionar, empezó a gritar salvajemente, haciendo que su voz retumbase por todo el hospital. Esta acción reveló a Jonathan un descubrimiento que haría su encierro mucho peor: sus chillidos rebotaron por todo el lugar, dando a entender que estaba en algún edificio abandonado. Durante las siguientes horas, un terrible sentimiento de peligro y horror invadió el cuerpo del tejano, deseando no haber huido de su casa.

Al día siguiente, cuando la luz del sol inundó la habitación por completo, un exhausto Jonathan decidió darse por vencido y caer desmayado de nuevo. Momentos después, entró en la sala un hombre blanco de unos treinta años, vestido con un pantalón de pana, una camisa azul claro y una bata de laboratorio. Examinó la condición física del corpulento tejano, comprobando que estuviese con vida. Jonathan abrió los ojos y vio la cara de aquel hombre. De pelo castaño y con varias canas ya, ojos verdes apagados y rostro enjuto, oteaba concienzudamente su cuerpo. Esta molesta invasión enervó la paciencia del joven, que espetó un sonoro gritó en la cara del científico. El hombre de la bata parpadeó.

— ¡Maldito hijo de puta cuatro-ojos! ¿¡Qué cojones crees que haces atándome aquí!? –de nuevo, la fuerte voz de Jonathan se hizo sonar por cada rincón del lugar- ¡¡Suéltame ahora cagando leches!!

— Silencio, estúpido. Tus gritos van a molestar al resto de cachorros. –el científico se retiró hacia el pasillo. Jonathan sentía cómo la vena de su cuello se hinchaba. Al instante regresó con una bandeja con varios medicamentos, que depositó cuidadosamente en una de las mesas polvorientas– Mira, ganadero, nuestras investigaciones apuntan a que eres uno de nosotros, un Garou. Como todo esto va a conllevar un montón de explicaciones propias de una Luna Gibosa, voy a sedarte para que sufras tu Primer Cambio sin que mates a alguien. –tras pronunciar la última sílaba, cogió una jeringuilla con un líquido verde de la bandeja y la agitó, expulsando parte de ello sobre las sucias sábanas.

— ¿¡Qué!? ¿¡Qué es eso!? –la espalda de Jonathan comenzó a convulsionarse; un reguero de sudor frío corría por su pecho y las venas de su cuerpo bombeaban sangre a gran velocidad- ¿¡Qué me vas a hacer, bastardo!? ¡¡AARRGH!! –las inquietudes del tejano desaparecieron en el momento en que la jeringuilla atravesó su piel, inundando su corriente sanguínea de aquella sustancia verdosa.

Jonathan empezó a revolverse en la cama, vomitando espuma de color turquesa claro, manchando todas las sábanas y sus ropas. El científico misterioso se quedó de pie, quieto, observando los cambios en la anatomía del joven. Era la segunda vez que utilizaba este método para inducir un Primer Cambio artificial en posibles cachorros potenciales. Aunque a él no le gustaba esa denominación tan arcaica, seguía utilizando esos términos porque aún era un Cliath, ignorante de las cosas más importantes de las investigaciones espirituales. El tejano había empezado a sufrir la transformación a la segunda fase del Garou, comenzando a romper las ataduras de cuero. Comprendiendo que el sujeto que su equipo había localizado iba a transformarse satisfactoriamente, abandonó la habitación, dejando al joven granjero gruñendo y vociferando de dolor.

Catapultado a una meseta onírica desconocida, Jonathan caminó perdido entre alucinaciones de lobos y criaturas extrañas. Mientras avanzaba por esos paisajes, su mente empezó a interpretar las visiones que iban apareciendo ante él. Jonathan comprendió que era un hombre lobo, esbirro del espíritu planetario llamado Gaia y que pertenecía a la tribu de los Moradores del Cristal. Estos hombres lobo habían protegido a los humanos desde el principio de los tiempos, defendiendo sus ciudades y cuidando a sus descendientes, provocando el rechazo del resto de tribus. Jonathan continuó el sendero que se iba formando enfrente de él a medida que las alucinaciones iban cobrando sentido, creándose unas esferas de plata púrpura a los lados del camino. Cuando llegó al final, se vio rodeado por dos trenes de carbón que hicieron un círculo en torno al joven Garou. La esfera de tierra que quedó dentro de los trenes comenzó a elevarse, flotando hacia el cielo, mostrando a Jonathan la Luna Llena, que representaba su Auspicio de Ahroun, el guerrero definitivo de Gaia.

Habían pasado no más de cuatro minutos cuando el científico delgado regresó a la habitación donde tenía encerrado a Jonathan. Junto a él entraba otro investigador, de aspecto más anciano y solemne, a comprobar el resultado de su experimento. Los dos observaron el estado de la cama, destrozada por completo y el cuerpo desnudo del Ahroun, signos evidentes de que había pasado por su Primer Cambio sin haber asesinado a ningún humano ni rompiendo el Velo. El anciano hizo un gesto de aprobación y dio un golpe de aprobación a su pupilo.

— Me alegro de que tu pequeño experimento haya funcionado, chiquillo –el viejo se giró, saliendo de la habitación–. Llama a nuestro Galliard, Tim. Él se encargará de poner al día al cachorro –hizo una pausa en el umbral del pasillo–. Aún no apruebo tus métodos, Shipnewcard. Pero hoy parece que has encontrado un buen comienzo.

— Es un honor recibir su aprobación, doctor Crawford. Procederé a facilitar la adaptación de este hombre y ver su información Garou. Que tenga un buen día –el científico de apellido Shipnewcard se despidió apretando la mano del doctor. Éste asintió con su cabeza y marchó por el pasillo del destartalado hospital.

Cuando se quedó a solas con el recién convertido Jonathan, preparó un compuesto para suplir la pérdida de energía y ayudar al cachorro a ponerse en pie. Por la breve conversación que tuvo antes de inyectarle el Suero del Despertar, sabía que iba a tener problemas cuando recobrase la consciencia. Dubitativo, se puso de rodillas y movió el cuerpo del Ahroun, para colocarle otra inyección, pero éste ya había recuperado el sentido. Sin tener tiempo a reaccionar, el científico fue apresado por Jonathan. El tejano se incorporó, apretando el cuello de su captor, mientras clavaba su mirada en los ojos asustados del científico.

— No sé que mierda me has hecho, Shipnew-hostias, pero más te vale que empieces a darme explicaciones o voy a empezar a golpearte hasta juntar tu cara con tu culo –la fuerza que ejercía Jonathan sobre el asustado Shipnewcard era increíble, impidiendo que respirase correctamente tan sólo con la presión de su mano derecha-. ¡Habla, jodido maricón!

— ¡Cof… cof….! ¡S… suéltame, gilipollas! ¡Cof! –el imponente brazo de Jonathan elevó al investigador por encima del suelo. Shipnewcard pataleaba mientras el aire iba desvaneciéndose de su cuerpo.- ¡Agh…! –de un último intento, el científico comenzó a desaparecer del mundo físico, dejando tan sólo sus ropas enredadas en el puño del Ahroun.

Jonathan se quedó desconcertado e intentó relacionar lo que había pasado con las alucinaciones que el investigador le había causado. Tiró la ropa al suelo con violencia, soltando un improperio, y salió al pasillo. Observó por todas partes para ver si encontraba posibles enemigos y comenzó a correr. Mientras corría por el edificio destrozado, el cuerpo de Jonathan empezó a cambiar por su propia cuenta y adoptó la forma de un lobo de pelaje castaño, mandíbula fuerte y cuerpo musculoso; pequeños parches de color negro decoraban su recio pelo y su cráneo era grande y duro. El Ahroun entendía que su cuerpo ahora era el de un hombre lobo, otorgándole la posibilidad de adoptar nuevas formas semianimales. Cuando llegó al hall del hospital, el científico Shipnewcard le esperaba junto a un hombre de rostro mojave. El tejano gruñó y enseñó los dientes en señal de desafío. El joven de gafas de pasta sonrió al observar la valentía del cachorro. Parecía fiero y decidido a arrancarle las tripas, pero él contaba con la protección del Wendigo Tim, un indoamericano de dos metros de altura y muchos kilos de músculo. La larga melena lacia y oscura de Tim tapaba parte de su mandíbula recta, cayendo suavemente sobre su chaleco vaquero.

— Tim, este es el cachorro rebelde. Ha intentado matarme con sus manos desnudas, es valiente, ¿eh? –dijo socarronamente Shipnewcard. El mojave soltó un gruñido que atemorizó al científico.

— No me gusta lo que tú haces con los cachorros, Owen. Tu líquido azul les volverá estúpidos; todos saben que un lobo que no estalla en ira con su primer cambio no será buen lobo.

Mientras el gigantón indio y el científico hablaban de estupideces, Jonathan no perdió el tiempo. Se impulsó con sus cuartos traseros para ganar altura y cayó sobre un asustado Owen Shipnewcard. De una certera dentellada le arrancó parte del antebrazo derecho y después salió despedido gracias a una poderosa patada que dio el Wendigo Tim tras pasar a su forma Glabro. El costado derecho de Jonathan ardía de dolor y él notaba sus costillas quebradas; Shipnewcard estaba lloriqueando agarrándose el muñón. La sangre brotaba como una catarata carmesí al tiempo que la piel del cuatro-ojos se volvía pálida. El Wendigo TIm agarró al lobo por el cuello e hizo fuerza. Jonathan se revolvía, ignorante de cómo revertir el proceso. El mojave sonrío estúpidamente al ver que el cachorro ni siquiera sabía cómo vestir la piel humana. De un gesto rápido, estampó al lobo en el sucio suelo del hospital y Jonathan volvió a ver negro. Entre lágrimas de inconsciencia, pudo ver que el gigante se agachaba junto a Shipnewcard y atendía la herida. «El científico nunca más podrá volver a drogar a nadie», pensó el tejano mientras se hundía en la oscuridad.

Cuando despertó, volvía a ser un hombre de nuevo. Se encontraba en una celda atado con cadenas de color plateado: al menos se habían tomado la decencia de dejarlo tumbado, por lo que prefirió no pelear por liberarse y disfrutar del colchón raído donde lo habían dejado. Horas después, el Wendigo Tim entró en la habitación haciendo ruido suficiente para despertar a los muertos. Jonathan se incorporó como pudo y pestañeó hasta que la enorme sombra que tenía enfrente se convirtió en Tim.

— ¿Vas a seguir siendo estúpido? ¿O vas a dejar que te hable? –espetó Tim en la cara del tejano. El aliento a tabaco invadió las fosas nasales de Jonathan, haciéndolo toser.

— Me da igual, piel roja. No sé qué hostias me he habéis dado, pero sé que me he vuelto un lobo. Lo único que me alivia es saber que le he arrancado la mano a aquel mierda gafoso.

— Eres idiota, blanco. Nosotros, los Garou, nos curamos de heridas superficiales como esa. Owen volverá a hacer lo mismo con nuevos cachorros; sólo espero que les hable un poco más o perderá otro brazo –Jonathan miraba con desprecio a Tim, pero le inspiraba más respeto que Owen. Dejó que hablase, no tenía otra opción–. Yo me voy a encargar de que aprendas. Pero primero tenemos que presentarnos –hizo una pausa y le tendió la mano–. Soy Timothy. Mi apellido no lo conozco, pero mis compañeros me dicen “Trueno”.

— Jonathan Stevenson, de Calaveras, Texas. Era un granjero hasta que decidí largarme a la gran ciudad. Pero me habéis secuestrado.

— Cuando seas adulto tú vas a comprender por qué hicimos eso, Jon. Ahora voy a quitar esas cadenas –el enorme mojave se colocó de manera cuidadosa cerca de Jonathan y desató todas las cadenas. El tejano se estiró, crujiendo sus articulaciones–. El agua química de Owen puede daros un Primer Cambio sin sangre, pero no enseña lo básico. Sígueme, Jon de Calaveras.

No iba a cuestionar las órdenes de tal prominente hombre. Al contrario que Owen Shipnewcard, el Wendigo Tim le inspiraba un mínimo de confianza. Le sacó del viejo hospital donde se encontraban; la celda donde había estado fue, tiempo atrás, una habitación de aislamiento para enfermos mentales. Cuando salieron por el hall destrozado, Jonathan pudo reconocer el charco de sangre de Owen; esto le hizo sonreír.

Una vez que estuvo fuera, dejó que la luz del sol lo bañase por completo. Se quedó en silencio, con los ojos cerrados mientras los rayos solares iluminaban su pelo sucio. Tim se acercó a él y le dio un empujón en la espalda. Jonathan estuvo a un palmo de espatarrarse por el suelo, pero logró mantener el equilibrio a tiempo. El indio cruzó los brazos con un gesto de enfado.

— Nosotros somos hijos de Luna –señaló la cabeza de Jonathan, dos veces–. No te regodees en el sol, muchacho.

— Lo que tú digas, viejo –el granjero se incorporó rápidamente. Se sacudió el polvo de la ropa e hizo un gesto con los hombros para desperezar sus músculos.

El Wendigo Tim lo llevó hasta un Chevrolet de color rojizo, gastado por el paso de los años. Le pidió que subiese al asiento del copiloto; el indio se colocó torpemente en el asiento del conductor, sentándose en los asientos de atrás para poder conducir con comodidad. Jonathan miró con sorpresa a Wendigo Tim. «Ni siquiera llega bien a los pedales; este loco me quiere matar».

— Viejo, llevar un coche de esa manera no me parece para nada seguro –pronunció en voz baja mientras se abrochaba el cinturón. Pudo ver que el cinto estaba completamente rasgado y la unión de plástico había visto días mejores.

— Estaremos bien, Jon. Ahora, silencio hasta que lleguemos a mi hogar. Pasarás unos días aprendiendo lo que todos tenemos que saber –dijo Tim con voz solemne. El ruido del motor al arrancarse ahogó los restos de conversación; sonaba como una lata de sardinas rebotando por una fábrica vacía.

Durante el viaje de media hora que hicieron a pleno sol de mediodía, Jonathan supuso que se encontraban cerca de San Antonio. El hospital donde lo habían encerrado estaba a escasos metros de los suburbios más pobres de Texas; vagabundos y gente de dudosa reputación caminaban perdidos por las calles sucias y llenas de basura. Una vez que abandonaron el paisaje urbano y la tierra árida llenaba la visión de Jonathan, el cansancio empezó a apoderarse de él. El Wendigo Tim sonrió cuando el impaciente cachorro se quedó dormido en el asiento. Esta vez, no soñó nada; estuvo todo negro hasta que el sonido del vehículo aparcando y el motor callándose le despertó; era de noche y se encontraban en mitad del desierto tejano. Tim había aparcado junto a una cabaña de aspecto humilde, iluminada por tenues lámparas de aceite. Jonathan se estiró en el asiento antes de salir. La fría brisa de la noche recorrió todo su cuerpo cuando decidió salir afuera; el enorme Tim le esperaba en a puerta de la cabaña.

— Tú eres un Morador del Cristal, un Urrah. A mi tribu no nos gustas, pero como Danzante Lunar tengo que educarte. Si no sabes lo que hay que saber, Jon, tú harás daño a humanos y Garous por igual –con el silencio de las estrellas por techo, las palabras del Wendigo tenían una fuerza que chocaba contra el pecho de Jonathan. No supo qué hacer, salvo asentir con la cabeza a regañadientes.

El entrenamiento al que fue sometido Jonathan esos días estuvo dividido en partes de sabiduría y en partes de resistencia física. Aprendió a cambiar su cuerpo a las cinco formas de los Garou, eligiendo como favorita la Glabro, tres cuartos de hombre y uno de lobo. Si se esforzaba, podía recitar la Letanía al dedillo, aunque Jonathan pensaba que con saber lo básico era suficiente. A pesar de su tozudez, Tim tuvo que admitir que el cachorro, al que Shipnewcard había convertido con líquido de la Tejedora, era un Garou brillante.

Dos semanas después de haber estado con el Wendigo Tim, Jonathan fue presentado ante la Delegación Sur de la Justicia Metálica. En el Consejo, Owen Shipnewcard y Tim “Trueno” hablaron del impresionante éxito de su “Suero del Despertar”; Owen elogiaba las posibilidades que su investigación iba a proporcionar a la Nación Garou, pudiendo proporcionar a los nuevos cachorros un Primer Cambio carente de muertes sin sentido. La mayoría de los participantes del Consejo estuvieron a favor de que aquel suero se empezase a producir en masa, salvo la manada a la que pertenecía Tim. Los Wendigo se oponían a inyectar un producto de la Tejedora en los cachorros, por muy buenas que fuesen las intenciones del Theurge.

— ¡No dejaremos que vosotros manchéis a los jóvenes con vuestras ideas de ciudad! Tenemos que continuar con la tradición –dijo el líder de la manada Wendigo, un robusto y aterrador Ahroun marcado con una cicatriz por toda la cara. Las aletas de su nariz se hinchaban de ira–. Es de vergüenza que ayudases a los Urrah, “Trueno”.

— Yo he vivido muchas estaciones, Hacha-de-Piel-Lunar –Tim dio un paso hacia delante, colocándose delante de su manada–. Recuerdo un Primer Cambio, hace pocos inviernos. Una familia de Parentela criaba con orgullo a un cachorro sin despertar. Ellos eran sus padres, y con él jugaban su hermano y su hermana. El día de su cumpleaños, el hermano pequeño trajo a amigos a su hogar –hizo una pausa mientras todo el Consejo estaba en silencio. Jonathan estaba ansioso y deseaba que el indio acabase su historia–. Estos amigos resultaron ser malos huéspedes, cosa que enfureció al cachorro. El Primer Cambio vino sin control… y encontramos al joven lloriqueando en un charco de sangre; en su furia descontrolada, había matado a sus padres, a sus hermanos y a los malos huéspedes –Tim carraspeó. Jonathan tragó saliva, y era evidente que Hacha-de-Piel-Lunar no sabía donde meterse–. Perdimos una familia de buena y fértil Parentela por respetar las tradiciones y no intervenir.

El líder de su manada palideció y entendió que lo mejor era no seguir hablando más. Tim “Trueno” había demostrado varias veces ser muy sabio y la historia que acababa de contar era más que suficiente para justificar el uso del “Suero del Despertar”.

Cerrando los asuntos políticos de Consejo, la Delegación Sur asignó al joven Jonathan a una manada que había sufrido en las últimas operaciones varias bajas, la manada de la Tormenta. Liderando a esta manada se encontraba Owen Shipnewcard, que se alzaba como alfa tras la muerte del último a manos del Wyrm. Jonathan se encontró bastante molesto en un principio, pues Owen no le inspiraba confianza. Los otros dos miembros eran un Galliard de los Hijos de Gaia y un Philodox de los Señores de la Sombra. El Ahroun no hizo buenas migas con ellos y los ignoraba la mayor parte del tiempo; sin embargo, cuando Jonathan pasó su Rito de Iniciación gracias a los consejos que le dio Owen, la amistad entre el científico de las gafas de pasta y el bruto tejano empezó a florecer.


Imagen: Werewolf en Pinterest

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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