En el corazón de la Foresta de Aerandia, donde los árboles se alzaban como titanes y las sombras danzaban al compás del viento, se encontraba el hogar de la Guardiana de las Redes. Este espíritu, tan cruel como indiferente, ofrecía deseos a aquellos tan osados como para pedirlos, pero siempre a un alto precio.

Nirebia, una joven iblisia desesperada por salvar a su aldea de la hambruna, se adentró en el bosque en busca de un pacto. Sus cuernos brillaban bajo la luz filtrada por las hojas, y su piel rojiza contrastaba con la oscuridad del bosque. Su anhelo era noble: obtener alimento para su pueblo. Sin embargo, el espíritu exigió un sacrificio mayor al que Nirebia estaba dispuesta a dar. En un acto de desesperación y egoísmo, decidió engatusar a su propio hermano menor para que ocupase su lugar en el pacto.

Tras enviar un mensaje mágico a Eliathar, un joven aspirante a montaraz, pidiéndole ayuda urgente, la joven aguardó en silencio en lo más profundo del bosque, siendo juzgada a cada momento por la Guardiana

Eliathar, preocupado por su hermana, no tardó en preparar su equipo; tras despedirse de su familia y amigos, se adentró en la Foresta de Aerandia. Sus prometedores talentos como explorador y guardabosques le permitieron avanzar por los peligrosos caminos de la arboleda, donde las arañas gigantes tejían sus trampas y los árboles parecían cobrar vida para detenerlo.

A medida que avanzaba, los peligros impuestos por la Guardiana de las Redes se volvían cada vez más complejos. Vio cómo las sombras se alargaban y las ramas parecían susurrar su nombre. Sin embargo, su determinación y amor por su hermana lo mantuvieron firme. Ni siquiera las monstruosas masas reanimadas de arañas putrefactas le pudieron parar. Eliathar se preguntaba por qué las hijas de la Guardiana de las Redes, antaño un espíritu respetado, habían decidido secuestrar a una iblisia…

Después de una travesía accidentada de varios días, Eliathar llegó al Altar de la Urdimbre, en el corazón del bosque; allí Nirebia esperaba. El claro estaba envuelto en una oscuridad espesa, iluminado solo por la luz espectral que emanaba de las ruinas gylraníes. Nirebia, con una mezcla de miedo y resolución en sus ojos, inició el rio que ataría el cuerpo y el espíritu de su hermano a la tierra. Eliathar, al darse cuenta de la traición, intentó luchar, pero la magia de la Guardiana de las Redes lo mantenía inmovilizado.

— ¡Nirebia! ¿Qué estás haciendo? — gritó Eliathar, su voz llena de dolor y sorpresa. — ¡Esto es un truco! ¡Guardiana! ¿¡Por qué estás manipulando a mi hermana!?

— Lo siento, Eliathar. — respondió su hermana, con sus ojos llenos de lágrimas que brillaban como estrellas caídas. — No tengo otra opción. Es por el bien de todos… ¡Estarás bien…!

Los gritos de dolor del joven resonaron por todo el bosque mientras su cuerpo comenzaba a transformarse. La cáscara de su piel se endureció y se volvió grisácea, sus extremidades se alargaron y se fusionaron con el suelo. La Guardiana de las Redes, con una sonrisa cruel, observaba cómo aquel valiente aprendiz se convertía lentamente en un roble gigantesco. Su savia, potente y mágica, alimentaría a las nuevas camadas de las arañas del bosque, asegurando su prosperidad.

El sacrificio de aquel joven permitió que los habitantes del pueblo de Nirebia recolectaran nuevos frutos que revitalizaron la aldea. Los arbustos de Aerandia ahora daban frutos exquisitos y abundantes, y la hambruna fue rápidamente superada. Sin embargo, ella pagó un precio más alto del que jamás imaginó. Aunque la prosperidad había vuelto, cada noche, en el silencio, miraba el gigantesco roble en la Foresta de Aerandia, creciendo cada vez más y proyectando su sombra de desprecio sobre su antiguo hogar.

Los aldeanos celebraban la abundancia sin conocer el terrible sacrificio detrás de su prosperidad. Eliathar, ahora un roble majestuoso, sentía la tierra y el aire a su alrededor, con su esencia atrapada en el ciclo interminable del bosque. Sus fluidos alimentaban a las arañas, su cuerpo servía de cubil, y su rabia permeaba a través de la tierra.

Con el tiempo, la Foresta de Aerandia se convirtió en un lugar de leyendas y susurros. Los viajeros evitaban sus caminos, temerosos de las historias sobre un roble gigante que supuraba odio y la Guardiana de las Redes, moradora inmortal de aquel putrefacto ser. 

Nirebia, aunque respetada por su pueblo, nunca pudo escapar de la culpa que la perseguía. Cada fruto, cada festín, le recordaba el sacrificio de su hermano. Para ella, cada día era una penitencia, sabiendo que la sombra de su hermano crecía con cada luna, recordándole el precio de su traición.


Imagen: Generada por DALL-E 3

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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