La lluvia ácida pinta las calles con reflejos fluorescentes, mientras los aerotaxis y los anuncios holográficos provocan una contaminación acústica insoportable. Das dos pasos entre el bullicio, todos tan ocupados como tú lo estuviste en su tiempo. Pero ahora no.
En un pequeño rincón del distrito de Nakamura, aún existe una vieja tienda llamada «Las Ruinas de lo Análogo». En su interior, un hombre llamado Arthur, coleccionista ávido de tecnología de la legendaria Tierra, atiende con manos temblorosas pero decididas, aferrado a los sonidos que lo vieron crecer. Entre estantes polvorientos y carátulas desgastadas, su mundo no ha cambiado en décadas, aunque el resto del universo haya corrido hacia adelante sin mirar atrás.
El tintineo de la campana de entrada retumba en la tienda. La lluvia sigue crepitando en el exterior, y Arthur se extraña por la visita. Has sido un cracker envidiado, conocido en los bajos mundos por tus destrezas en el código y tus talentos para reventar fortalezas de datos. Pero has llegado a un punto en el que ni tu equipo ni tus conocimientos son suficientes para lo que quieres lograr. Buscas algo que no puedes encontrar en los datos: una conexión real con el pasado, con algo que no haya sido manipulado ni mejorado artificialmente.
— ¿Qué buscas aquí, chaval? —pregunta Arthur, su voz es poco más que un murmullo entre el crepitar del viejo tocadiscos que reproduce un LP de Marlon van Dyke.
— Necesito una máquina de escribir —respondes, con una mirada que desafía las normas de tu tiempo—. De las antiguas. Nada de teclados hápticos ni interfaces de voz. Quiero sentir el golpe de las teclas bajo mis dedos, ver cómo la tinta se imprime en el papel.
Arthur asiente lentamente, como si entendiera más de lo que las palabras decían. Se dirige al fondo de la tienda y regresa con una Olivetti Lettera 32, una reliquia de hierro y tinta que ha sobrevivido al paso del tiempo.
— Aquí tienes. La compré hace muchos años, cuando aún creíamos que podíamos contar historias con nuestras propias manos, sin la ayuda de un trasto que cavilase por nosotros. — intenta sonreír, pero parece que no tiene motivos ya. — Son 500 Créditos, y te regalo la cinta de tinta y un paquete de folios. Está empezado, pero creo que eso no te importa, ¿verdad?
Tomas la máquina con cuidado, consciente del peso tanto físico como simbólico que sostiene. Sientes una emoción desconocida, una conexión con algo que parece auténtico en un mundo donde la autenticidad se ha vuelto una mercancía más.
Mientras te alejas de la tienda, el cielo sobre truena con promesas de tormenta. En tu pequeño apartamento, conectas la máquina y comienzas a escribir; cada tecla es un grito en medio del silencio ensordecedor de la era digital.
Tus palabras emergen como tinta y se imprimen en un papel viejo, amarilleado. Son una mezcla de desesperación y esperanza, una reflexión sobre lo que significa ser humano en una era donde la humanidad misma se redefine constantemente. En la pantalla de tu memoria, las imágenes de un mundo menos acelerado, donde lo análogo y lo digital no eran opuestos sino partes de un todo, comienzan a tomar forma.
Y en ese instante, te das cuenta. Te han seguido, probablemente el viejo Arthur esté muerto ya. No tienes tiempo, pero arrancas el papel, lo envuelves y lo escondes. Necesitas pensar un acertijo, algo rápido. La puerta de tu apartamento es reventada por un equipo de mercs, sabes a lo que vienen. Con lágrimas en los ojos, escondes tu manifiesto tras un mueble. No es más que un papel insignificante, no lo encontrarán. Son garrulos que solo tienen en mente una cosa: eliminar.
Antes de que puedas freír tu interfaz neuronal, eres rodeado por el pelotón de la Corporación Rayem; uno de ellos te apunta con su subfusil mientras grita cosas ininteligibles. En tu mente, ya te has liberado. Lo último que ves es el resplandor del cañón del arma, abriéndose paso a través de tus sesos. Tus constantes se van apagando, al mismo ritmo que surge de la Olivetti.
Pip, pip, pip.
— ¿Se puede saber qué es esa puta mierda? ¡Buscad lo que esté haciendo ese…! — esputa el capitán del pelotón, antes de que la bomba de neutrones que habías instalado en la máquina de escribir reviente, consumiendo hasta niveles cuánticos la materia en varios metros cuadrados alrededor.
Tu manifiesto será hallado por tus antiguos aliados. Allí encontrarán lo que buscan, tu ayuda post-mortem. ¿Y tú? ¿Qué serás ahora que la detonación ha consumido tu cuerpo y tus células? ¿Y Arthur? ¿Seguirá gestionando Las Ruinas de lo Análogo?
Imagen: Generada por Inteligencia Artificial.