La lluvia caía sin cesar sobre Santander. Una ciudad gris, demasiado bonita para los turistas que venían a visitarla. Una ciudad donde es imposible aparcar en verano y donde es imposible aparcar si llueve. Él aparcó la moto en la acera, cerca de un supermercado que cerró tiempo atrás. Observó su pequeña reliquia, de chasis azul y relieves plateados antes de recoger la bolsa de deportes repleta de recuerdos. El portal donde vivía ella no estaba muy lejos, por lo que caminó con tranquilidad, esquivando el tumulto de paraguas y gente corriendo a resguardarse de la lluvia.
Ése día había sido tranquilo. La vecindad no había estado montando jaleo y la lluvia constante repiqueteaba por las ventanas, componiendo una sinfonía relajante, somnífera. Ella había quedado con él después de la hora de comer. Todo lo que le había contado le parecía increíble. Una historia que podría salvar su mediocre carrera de escritora: Hombres lobo y amores incestuosos. ¡Era la mezcla perfecta! Se retorcía en su silla, esperando que el timbre de su casa -timbre que había sonado más bien poco, para recoger encargos de comida rápida o compras de internet- sonase, anunciando la llegada de aquel hombre excepcional.
Dieron las cuatro de la tarde en el reloj digital. Lo llevaba siempre puesto en hora y a punto por si la manada tenía que reunirse. Esa tarde, esperaba que no fuese así. La joven le atendió por el interfono con voz temblorosa y se equivocó un par de veces antes de abrirlo. Mientras subía por las escaleras, se cruzó con aquella adolescente de quince años que tenía un padre maltratador. Una sonrisa de confidencia se formó en la boca de los dos cuando se miraron a los ojos, y ella se alegró de pensar en pasado sobre su progenitor. No tardó demasiado en alcanzar aquella puerta. Varios recuerdos se formaron en su mente, tan intensos que se lo pensó un par de veces antes de llamar. Recuerdos.
Vestida con una bata rosa gastada y la ropa interior cómoda comprada en el Todo a Cien de la esquina, toqueteaba el teclado del ordenador, mirando cada minuto el reloj. No quería que él se hubiese olvidado de ella, pero…
La casa tembló cuando golpearon la puerta; había llegado ya. Salió a recibirle de manera rauda y torpe, tropezándose con una de las alfombras del pasillo. Juró quitar todas las alfombras una vez tuviese tiempo. Allí estaba él, con una pequeña sonrisa forzada en la cara y barba de varios días en las mejillas y el cuello. Nariz aguileña, pequeñas ojeras debajo de los ojos, frente muy disimulada por el pelo y su media melena asomando por debajo de las orejas, hasta los hombros, mojada. Su perilla estaba perfecta, como siempre. El cuerpo tapado por aquella gabardina de cuero y los delgados -aunque fuertes- brazos sosteniendo una bolsa bastante cara. Los ojos brillaban a ritmo diferente, pues el derecho era azul y el izquierdo verde. Tal visión le arrebató el habla.
– Perdona por haber llegado tarde, se nos complicaron un poco las cosas. – contestó él a los físicamente expuestos nervios de la joven. – ¿Lo tienes preparado todo ya? – y levantó el brazo libre para acariciar el hombro derecho de su interlocutora. Ésta dio un respingo de sobresalto y, entre balbuceos, dejó entrar a aquel mancebo de otro mundo.
Se sentó en el sillón más amplio del salón, retirando varias cajas de pizza y un par de camisetas con dibujos infantiles. Puso la bolsa de deportes enfrente de él y sacó primero un par de dossiers.
– Mira, esto son las hojas de un diario que estuve escribiendo al principio de todo esto. Luego lo dejé, pero bueno. Es algo que puedo utilizar para orientarme y no saltarme detalles. – declaró, derrochando una tranquilidad que acongojaba a su compañera. Ella se encontraba sentada en la silla del ordenador e iba a abrir el programa de grabación de audio.
– Oh, espera. No utilices ese que suele dar problemas a la hora de convertir el sonido en un formato más amigable. – sacó de su chaqueta un pendrive y se lo dio a la joven. – Está en la carpeta Programas, lo reconocerás por el nombre. – declaró el, mientras hojeaba las páginas de su diario. Le sorprendió lo que vio dentro de aquel pendrive. Carpetas y archivos con un formato que jamás había visto. Y el PC no le daba ningún problema para abrirlos o reconocerlos. – No pongas esas caras, querida. La mayoría de esas aplicaciones las he diseñado yo. Una vez que tratas con los espíritus de la tecnología, te facilitan mucho las cosas. – sonrió e hizo un par de anotaciones en un bloc de post-it que había sacado.
– Señor, no me ha dicho aún su nombre. Sólo le conozco por el nick que utiliza. – dijo la joven, mientras dejaba preparado el programa que él le había dado. – Esto ya está preparado, creo.
Él la miró, con un aire socarrón en la cara. Hizo un gesto de aprobación y le pidió que le devolviese el pendrive. Con estilo, lo deslizó entre sus dedos y lo guardó en la camisa. Se acomodó con las hojas del diario listas para consultar. Indicó a la chica que iniciase la grabación. Ella intentó pronunciar algo, pero la detuvo con un gesto de su dedo índice. Él se aclaró la garganta.
» “Mi nombre es Mauricio Belmonte. Tengo veintisiete años y soy un Garou. Para vosotros los humanos somos criaturas fantásticas de leyenda, que solemos hacer apariciones como villanos en videojuegos o en películas. Nos auto-declaramos defensores de Gaia, nuestro planeta. Podemos adoptar formas asombrosas y peligrosas, desde el medio-hombre medio-lobo hasta el lobo completo. Por esta descripción, seguro que esperáis una historia repleta de gloria, ira y venganza; un relato en el que los antagonistas rodean al héroe con tretas, traiciones y extorsiones. Y él se libra de ellos con maestría y gracia, quedándose con la chica. Que el planeta celebra la victoria de los buenos y todo el mundo está contento.
Psé… nada más lejos de la realidad. Mi historia no son cuentos épicos, va de sentimientos negativos, frustraciones, vejaciones y violaciones de la moralidad. Un popurrí sentimentalón que haría vomitar a cualquier macho seguro de sí mismo. Esto, querida, es la historia de una vida inmersa en un torbellino de situaciones bizarras. Una fábula del egoísmo y el alma humana. La vida de Mauricio Belmonte.
Todo comenzó el seis de junio del 2004. Era sábado, el sol acariciaba los tejados de los edificios de Torrelavega con particular cariño, dándonos unos agradecidos veinticuatro grados centígrados. Por lo que respecta a mí, me encontraba encerrado en mi mundo personal, a salvo del resto de la sociedad. Mi problemática personalidad me había hecho cortar casi cualquier lazo con mis antiguas amistades, no estudiaba, no tenía metas: me pasaba días vegetando en casa, sin hacer nada. A mis padres no les molestaba mi actitud, ni siquiera se mostraban enfadados al ver que su único hijo se echaba a perder en el hondo pozo de la amargura; se habían resignado ya. Quizás luego te hable un poco de mi pasado, de cómo llegamos a ser la triste parodia de familia que éramos en ese momento, pero de momento continuaré con el día en el que averigüé mi ascendencia Garou.
Era un día exquisito para visitar la ciudad, salir al campo a dar un paseo o fraternizarse en general con los demás humanos; para mí, no. Me encontraba encerrado en mi habitación, utilizando mi antiguo ordenador para chatear sobre cosas banales o hacerme el enterado en foros de opinión. Algo que no te debe sonar demasiado raro, ¿verdad? En una de esas discusiones, en concreto de moralidad sobre la pedofilia o el travestismo -e, incluso, sobre las dos cosas a la vez- me topé con un listillo que me criticaba porque yo había hecho ése tipo de asuntos. He de decirte, que al otro lado de la pantalla, me encanta enfrentarme con las personas; muy lamentablemente para mí, me costó aprenderlo a hacer en la vida real.
Curiosamente, aquel tipo alardeaba de tener fotos mías en las que salía haciendo actividades no demasiado legales. Le reté a que me las enseñase y así lo hizo. En ése momento mi corazón participó en un partido de squash con el resto de mi caja torácica y casi me desmayo. Cuando recuperé la compostura, me dio por analizarlas con programas comunes de ordenador. Comprobé concienzudamente todos los píxeles de aquellas fotografías y te juro que parecían reales. Evidentemente, eran montajes bastante profesionales, y yo ya me olía como iba a acabar la cosa. Aquel desgraciado, que más tarde me enteré que resultó ser uno de los Ancianos del clan, comenzó a extorsionarme. Me mostró mi lista de contactos del programa de mensajería instantánea que utilizaba y me amenazó con enviar todas esas fotografías a cada uno de mis contactos, decorando el mensaje con la página web de la Guardia Civil. Como realmente no me sentía con ganas de meterme en pleitos, accedí a la extorsión. Sé que fue una decisión muy estúpida y que podía haberme metido en un serio problema, pero como ya te dije, no tenía demasiadas ganas de hacer nada.
El acuerdo consistía en lo siguiente: yo me dirigiría a una urbanización situada en un recóndito pueblo cercano a Los Corrales de Buelna con cincuenta euros en el bolsillo y allí discutiríamos lo demás. Me dio dos nombres por los que debía preguntar a los que vivían allí: Felipe de Marichalar y Ampw Socharis. Me pregunté qué haría un relativo a la Familia Real tratando con tipos siniestros de internet. Sé que tú también lo has hecho. De todas formas, me preparé para acercarme a aquel lugar, con multitud de sospechas y una gran dosis de inquietud.”
Paró durante un momento para dar un par de tragos al zumo de frutas del bosque se había servido él mismo. Ella no parecía muy contenta. Quiso hablar, pero antes de que pronunciase nada, le hizo una indicación de que parase la grabación.
– ¿Te estoy pareciendo aburrido, cielo? – su voz sonaba completamente diferente a cuando estaba narrando. La respuesta de la joven fue varios balbuceos y sus gafas resbalando, cayendo cerca de los pies de él. Las recogió con cuidado, limpió los cristales y se las colocó de nuevo, añadiendo una pequeña caricia al alborotado pelo de la muchacha.
– No, para nada, señor… – iba a decir su nombre, pero se calló de repente. Sus ojos color crema temblaban detrás de las gafas. Él se rió mientras se acomodaba de nuevo en el viejo sillón de cuero. Le hizo otro gesto con la mano, pero esta vez para que dijese su nombre. – señor Mauricio. ¿Pero por qué aceptó a la extorsión tan fácilmente si… si eran sólo montajes?
– Nena, no me trates de usted. Me haces sentir viejo. – otro trago. – Supongo que necesitaba encontrarme una situación así. O que con esas fotografías iban ciertos hechizos para que yo pensase que tenía que ir a toda costa. ¿Quién sabe? – emitió dos sonoras carcajadas.
– Ust… ¿Vosotros los Garou podéis hacer ese tipo de cosas? – preguntó inocentemente, mientras jugueteaba con el cinturón de la bata.
– Puede ser. Yo, en concreto, no. ¿Te parece si continúo? Dale al play, por favor. – se terminó el vaso y lo posó con cuidado sobre la mesa de cristal que estaba en mitad del salón. Ella cumplió obedientemente.
Imagen: Ashton Kutcher by riefra en Deviantart.