No acudieron muchos al funeral. Dokriuk era un pueblo humilde y el forastero había llegado días atrás, sin que nadie conociese quien había sido en realidad. Llovía, y el viento no favorecía a los fieles de las misas, pero aún así la iglesia había reunido una decena de asistentes.
El sacerdote había podido hacerse cargo de los costes funerarios gracias a los bártulos de aquel desconocido; el grosor de la bolsa de monedas era escaso, pero bastó para pagar el ataúd y a los mozos que iban a cargarlo. No quedaron más que piezas de poco valor como donativo.
El aspecto taciturno del hombre causó impresión entre los aldeanos. Llegó a la posada, solo, y arrendó la habitación durante tres días, tiempo que aprovechó para permanecer resguardado del mal tiempo que asolaba la zona en esa época. Sólo congenió un par de veces con el posadero cuando bajaba al mesón, y la conversación se limitó al clima y a la situación del pueblo. Nadie en Dokriuk conocía a aquel extranjero.
Sus pertenencias fueron entregadas al sacerdote, ya que el posadero no se quería hacer cargo. Eran viejos diarios, de caligrafía errática y temblorosa, en los que relataba los pueblos y aldeas que visitaba. Al parecer, procedía de una tierra lejana, más allá de los Montes Perlados, y estaba llevando a cabo una peregrinación hacia un lugar impronunciable, varias millas al sur. No hablaba de su vida personal en aquellos escritos, ni nombraba a familiares, amigos o conocidos, por lo que el sacerdote tuvo que improvisar el discurso que dio en la misa. Aquel hombre era un misterio y se lo llevó a la tumba sin hacer ruido. Murió en su habitación, a solas, por la noche.
Las plegarias resonaron por toda la iglesia a la vez que los fieles repetían el discurso memorizado del sacerdote, aprendido a lo largo de los años. El cuerpo del viajero estaba pálido, huesudo y chupado, lleno de cicatrices y heridas. No le había tratado bien la vida. Allí, en aquella capilla gris y lluviosa, se le dio un último adiós a aquel peregrino que había encontrado su final en un lugar extraño, desconocido y lejos de su hogar. Quizás no podía haber escapado a su destino y la meta de su viaje fuese ese pueblo al pie de los Montes Perlados. O quizás se rindió antes de tiempo.
En un rincón apartado del cementerio de Dokriuk se puede encontrar una lápida sola. La inscripción está manchada de barro y degradada por el paso del tiempo, pero un ojo vivaz puede esforzarse y discernir las palabras grabadas en ella.
Que la Predecesora te guíe en tu viaje.
Irónicamente, Jano nunca fue una persona religiosa, salvo al final de sus días que comenzó a reunir figurillas de bronce de la Predecesora. Su colección fue heredada por los monaguillos de la iglesia de Dokriuk.
Imagen: Rain Wallpaper
Me encanta. Es uno de tus mejores relatos que he leído. Un adiós para Jano Dragal.