Las Aves de GraciaLas Aves de Gracia

Era una mañana de primavera soleada, con el cielo moteado con unas pocas nubes. Los rayos de luz iluminaban el campo de girasoles, empapados en el rocío matinal. Stephanie Leveque era una Garou tranquila, nacida bajo la Media Luna y líder de la manada las Aves de Gracia; ella cuidaba las parcelas de sembrado del clan Arce Verde en su tiempo libre. Como Furia Negra, se consideraba independiente y prefería realizar el trabajo físico ella misma. Los dos Parentela se quedaron sentados encima de un montón de paja mientras Stephanie araba el campo arrastrando la pesada estructura de madera; los chicos ya estaban acostumbrados a ver la forma Glabro de la Furia Negra, con el ceño fruncido y gruñendo por el peso. Al caer el sol, todo el terreno estaba preparado para plantar cualquier cosa que fuese necesaria para el clan. Stephanie se dio un largo baño con el más maduro de los chicos, dándose placer con el miembro erecto de éste.

Mientras descansaba en las suaves sábanas de la cama, el móvil empezó a emitir ruido. Una de sus subordinadas, Lisa Girardon, recién ascendida a Cliath, le pidió que viajase hasta el túmulo de París. Un clan Garou español había solicitado ayuda y una alianza de conveniencia para combatir un mal mayor; «primigenio» fue la palabra utilizada por el embajador. La Philodox frunció el ceño de nuevo y salió de la cama, destapando a su joven amante. Él le preguntó suavemente por qué se iba, a lo que Stephanie contestó con una mala mirada, resoplando. Miró su cuerpo desnudo en el baño. Aún permanecía bella y jovial, y esperaba que los revolcones con el pueblerino Parentela diesen sus frutos y Gaia la bendijese pronto con un hijo. Sus ojos negros recorrieron su espesa melena castaña y rizada, los hombros un tanto voluminosos, como sus pechos, y la mata de pelo del pubis. Aún tenía algunas gotas de semen repartidas por el vello púbico, pues el ingenuo dudó en el último momento. Stephanie despertó de sus ilusiones maternales y se duchó con presteza, abandonando la granja mientras los demás dormían plácidamente.

Una propuesta urbanita

El clan del Arce Verde abarcaba una voluminosa parte del centro de Francia, operando principalmente en el extrarradio de París y sus inmediaciones. La actividad vampírica había empujado a las Furias Negras a reorganizarse por las zonas rurales, siendo expulsadas del entorno urbano; aunque para ellas, eso no fue ningún problema. Stephanie había entrado al clan cinco años atrás, en plena guerra de sucesión entre los chupasangre. Su anterior líder fue asesinado en una reunión al sur del país y sus allegados estaban disputándose la posición entre alianzas y traiciones. Al levantarse como líder de los condenados el anterior consejero, los conflictos finalizaron y los cainitas se unieron en una causa común para expulsar a las Garou del centro cosmopolita de París. Una joven Stephanie intentó combatir a los no muertos y defender su territorio, llevándose consigo a varias cachorras ansiosas de bronca. Pero la violenta muerte de una de ellas le hizo cambiar de idea y retirarse junto con su clan a los bosques parisinos.

Desde la recuperación del poder vampírico, el clan del Arce Verde estuvo intentado recomponer su presencia en la capital francesa sin mucho éxito. Sin embargo, las extensiones de tierra virgen que controlaban y defendían de la presencia humana les permitían considerarse uno de los clanes más grandes de Europa. La Justicia Metálica, un clan americano, ya expresó el interés de anexionar el Arce Verde a su gran corporación Garou para iniciar su presencia en el sur europeo, pero Ráfaga, la líder del clan, había negado la alianza repetidas veces. Cuando se presentó Kate Rösenberg en el túmulo con la solicitud de ayuda del clan del Viento de Acero y mostrando a la Justicia Metálica como una amenaza para la Nación Garou, Ráfaga dudó si prestar ayuda. Por eso avisó a una de sus fieles consejeras, Stephanie Leveque, para que hablase en persona con la enviada del Viento de Acero y evaluase la veracidad de sus palabras.

Doce campanadas sonaron por todo el pueblo de Laroche cuando Stephanie llegó por la carretera comarcal. Era un pequeño pueblo al norte de París, repleto de gente rural, y uno de los más tranquilos de la región. Se decía que la mayoría de habitantes eran Parentelas de Ráfaga, pues la sabia mujer había parido muchas hembras y éstas, a su vez, habían parido más. La casona de madera de Ráfaga estaba en la parte oriental de Laroche, construida artesanalmente por los hijos más robustos de la Furia Negra. Kate Rösenberg estaba sentada en el porche, tomando un té verde y observando a los nietos de Ráfaga juguetear en el jardín; la Moradora del Cristal se levantó al ver llegar el monovolumen de Stephanie y se acercó para recibirla.

Stephanie recorrió con la mirada todo el cuerpo de la joven, prestando atención en la manera de vestir y en los complementos utilizados. Según la opinión de Stephanie, Kate estaba condicionada por un hombre, porque llevaba un pantalón tejano ajustado, con los tobillos cortos para poder llevar zapatos de tacón de color blanco brillante. La pequeña chaqueta tejana cubría solo sus hombros y la parte superior de sus brazos, para mostrar la blusa blanca que llevaba debajo y sus muñecas, adornadas con pulseras de colores pálidos. Aunque su melena castaña estaba recogida en una coleta sencilla, en sus ojos se veía la condición de hembra dominada. Stephanie suspiró y se ajustó sus pantalones militares. Bajó del vehículo y se acercó a Kate. La Moradora estaba impresionada por el aspecto severo de Stephanie, pero no dudó en dejar que la Furia Negra la abrazase y le diese una bienvenida agradable.

– Bienvenida, chèrie. – sus gruesos labios acariciaron las mejillas de Kate. Sus voluminosos pechos casi eclipsaron la discreta delantera de Kate. – Agradezco las molestias que te has tomado, pequeña.

– Ah… gracias… Yo… bueno, hago lo mejor que puedo. – balbuceó Kate, impresionada por la confianza de la Furia Negra.

– ¡Vamos, no te amedrentes! Pasa dentro y hablemos de esa alianza que nos propones. – agarró cariñosamente a Kate de los hombros y la acompañó dentro de la casona. En la sala de estar se encontraba Ráfaga, despellejando un cerdo recién sacrificado. – Madre, voy a hablar con nuestra embajadora para sopesar nuestras posibilidades. – dijo Stephanie con tono de niña pequeña.

– Es de ciudad, Stephanie. Si intentan pisotear nuestro terreno o darnos gato por liebre, mátala y envía su cabeza como respuesta. No se reirán de nosotros como hizo el Peñasco Blanco. – gruñó Ráfaga mientras extraía una gruesa capa de piel ensangrentada. Kate tembló al escuchar esas palabras.

Stephanie guió a su acompañante hasta una de las habitaciones de la planta superior. Kate se agarraba a su carpeta con el dossier que prepararon Custod y Rufus, con todos los detalles necesarios para forjar una alianza. A cambio de su apoyo en la guerra fría contra la Justicia Metálica, el Viento de Acero iba a colaborar con el Arce Verde para tomar el control del túmulo urbano de París, ocupado por vampiros y una pequeña Colmena de Danzantes de la Espiral Negra. La Furia Negra sonrió al leer la proposición redactada por los hombres que mandaban sobre Kate; realmente, eran muy valientes al ofrecer ese tipo de ayuda. El Arce Verde era un clan de Furias Negras desde que la peste bubónica asolaba Francia, siempre defendido por las guerreras de Gaia y curado por sus aliados. En esos momentos, una unión entre un clan urbano y uno amante del Kaos podría parecer una locura.

El sonido que hizo la carpeta al cerrarse levantó algo de polvo en las estanterías de al lado. Stephanie dejó a un lado las propuestas y los tratos Garou y se acomodó en la silla de mimbre. Kate la observaba atentamente, preguntándose qué iba a suceder con las Furias Negras. Tragó saliva a la vez que un sudor frío recorría su frente, deslizándose entre las orejas.

– Nosotras nos aliamos con tu clan de Moradores del Cristal. Después, os venís a París y matamos unos cuantos chupasangres. – dijo Stephanie con tono socarrón. Se acarició el vientre. – Es una buena oferta, Kate.

– Lo es… señorita Leveque. – respiró profundamente antes de continuar. Tenía los dedos fríos. – Mis superiores lo han meditado mucho. Yo creo que es una buena idea. – finalizó su frase con más dificultad de la que pensaba. Temía haber sonado pedante o insegura.

– Bueno, eso lo tendrá que decidir… “mi superiora”. – esto lo pronunció más socarronamente. – ¿Sabes que Ráfaga aprendió a despellejar antes que a leer? – desconcertó a Kate con la pregunta, “No” contestó. – ¿Y tú sabes despellejar? – Kate parpadeó. Nunca había participado en un combate serio porque Rufus y Custod siempre la habían protegido. “No”, volvió a contestar. Stephanie se mordió el labio inferior y se levantó, acercándose a ella. Los pechos de ésta se marcaban a través de su camisa. – Entonces, cielo, ¿cómo vas a ayudarme a acabar con los condenados?

Kate se quedo en silencio. Sintió una sensación desagradable subiendo por su garganta y por sus fosas nasales. Se mareó y estuvo a punto de perder la consciencia, tambaleándose en su asiento. Stephanie se sentó a su lado y acaricio el hombro de la Galliard. Ella no estaba preparada para llevar una misión de diplomacia, pero sus “superiores” estaban o bien cortos de personal, o querían ponerla a prueba.

– No te preocupes, niña. – suspiró suavemente. – Mi manada y yo te acompañaremos.

Las Aves de Gracia

El viaje hacia el túmulo del Viento de Acero se hizo en silencio. Kate había logrado conseguir el apoyo del clan parisino pero no por su labia, sino por la pena que despertó en Stephanie. La Furia Negra conducía observando el paisaje del norte de España, comentando de vez en cuando la fauna que se iba encontrando. Sus dos acompañantes, una Ragabash llamada Charlotte Toussaint, regordeta rubia y de aspecto afable, y su fiel aprendiz Lisa Girardon, una Ahroun de diecinueve años y figura estilizada. Había seleccionado a sus compañeras para prepararse en la tarea de recuperar el túmulo urbano de París. Stephanie vio a un grupo de golondrinas sobrevolando la costa cantábrica justo en el momento en el que las chicas rompían el silencio incómodo. Sin pensárselo, sonrió.

– Lisa, Carlie… ¿cómo se llama nuestra manada y quién es nuestro Tótem? – preguntó sin retirar la vista de la carretera.

– Somos… las Aves de Gracia. Nuestro Tótem es Golondrina. – contestó Carlie, con tono confiado.

– Somos Furias Negras, Kate. Seguimos el camino del Kaos y lo salvaje, pero tú has logrado que nos aliemos con vosotros, Moradores del Cristal. – acarició la pierna de Kate, que se encontraba en el asiento del copiloto. – Tenlo en cuenta antes de que tus “superiores” te digan cualquier estupidez. Estamos contigo, antes que con tu clan. – Kate sonrió avergonzadamente. Faltaba poco para llegar a la ciudad y ella se sentía ansiosa.

Pasaron tres meses después de que Kate Rösenberg presentase a la manada de las Aves de Gracia al clan del Viento de Acero y Stephanie empezase a ser conocida como “Estefanía de las Aves” entre sus nuevos compañeros Garou. Las relaciones entre el Arce Verde y el Viento de Acero mejoraron enormemente, incluso cumpliendo la petición de ayuda. Kate y Rufus Sentinel participaron en el asalto al cónclave vampírico afincado en Notre Dame, consiguiendo una nueva posición de poder para el clan de Ráfaga. Stephanie se alegró de haber formado esa alianza; otra alegría se movía en su interior, pues la semilla de aquel Parentela joven y robusto había dado fruto a una nueva vida.

Un día lluvioso de finales de agosto inició el preludio de la marcha de Stephanie. El Viento de Acero había recibido la visita de dos poderosos Garou, provenientes del clan del Peñasco Blanco, al sur de Cantabria. Ellos necesitaban ayuda porque la Justicia Metálica estaba ganando terreno por toda España y habían tenido la necesidad de exiliarse, por lo que solicitaron unirse al clan bilbaíno. Pero Stephanie recordaba las acciones desdeñables que cometieron ciertas Furias Negras del Peñasco Blanco. Solicitó permiso a Custod Aeson, líder del Viento de Acero, para retirarse un tiempo a su tierra natal.

Cuando ella y sus compañeras estaban recogiendo, una explosión hizo temblar todo el túmulo subterráneo. La tierra bajo ellas empezó a resquebrajarse y cayeron por una fosa de roca y agua estancada. El intermitente goteo de agua despertó a Stephanie, que se incorporó. Utilizó uno de los Dones que conocía para crear luz desde sus manos, mostrando la desgracia que había ocurrido. Carlie yacía aplastada de cintura para arriba por varios cascotes y Lisa estaba inconsciente con parte de su cuerpo sumergido en agua. La líder de las Aves reaccionó rápido y sacó a su aliada del pozo de barro y porquería. Lisa estaba en shock y había perdido parte de la movilidad; Stephanie deseó haber conocido algún Don curativo para salvar a su amiga.

Pero la líder de las Aves de Gracia se negó a dejar a su única aliada en una tumba de piedras, metal oxidado y agua putrefacta. Cargó a Lisa a su espalda mientras escalaba por las paredes rocosas y húmedas del lugar. El túmulo del Viento de Acero estaba construido bajo el suelo de la ciudad, creando un laberinto subterráneo de tecnología y comodidad. Pero un ataque dirigido a las cámaras subterráneas hubiese destrozado la estructura y ésta se hubiese colapsado. Stephanie intentó llegar a la parte más alta para salir reptando por lo que quedase de los pasillos. En uno de los saltos, se tambaleó y estuvo a punto de caerse. Lisa asumió que fue por el peso extra de su cuerpo, así que mientras Stephanie recuperaba el aliento, se dejó caer al vacío, chocando varias veces contra las rocas antes de terminar siendo empalada en una estalagmita. Stephanie rugió de dolor antes de llegar al final de la caverna. Cuando alcanzó los restos del túmulo urbano, respiró con fuerza. Otro temblor hizo que se derrumbase parte de la estructura, y el último ruido que Stephanie escuchó fue un pedazo de metal y piedra que se incrustó en su cráneo, seguido de gigantescas oleadas de agua fecal. En ese momento, los sueños de Stephanie quedaron ahogados bajo el cráter de la antigua ciudad de Bilbao.


Imagen: He chose me por Michael Oswald

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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