Cadenas en el lago

Cadenas en el lago

¿Sabes qué se siente cuando te proponen un plan de mierda y sabes que va a hacer aguas desde el primer momento? Pues así no nos sentíamos mientras el enano deforme nos rodeaba de cadenas oxidadas y amordazaba a las chicas.

Iba a ser un fin de semana divertido, una escapada para olvidarnos de las presiones de la gran ciudad e íbamos a disfrutar de un ambiente natural, puro y lleno de animalitos. Las risas que resonaban en mi cabeza al recordar esas palabras eran tan ruidosas como aquel pequeño monstruito que arrastraba casi sin esfuerzo una cadena de metal oxidado. Una vez que estuvimos bien inmovilizados y los chillidos femeninos fueron silenciados por unos trozos de tela asquerosos, aquel personaje salido de alguna película snuff se subió a un pedestal hecho con cajas de cerveza y empezó a gritar como un poseído. Nos retorcimos de pánico al ver aquel espectáculo dantesco.

No medía más de un metro y sus extremidades eran cortas y achatadas. Su rostro estaba marcado por cicatrices y quemaduras, y carecía de cabello por completo. La estancia era amplia y estaba decorada por artículos metálicos de diversa índole, la mayoría artefactos de granjero o ganadero.

Un escalofrío electrizante me desveló lo que iba a suceder en el momento en que fijé mi vista en las jaulas para cerdos que se encontraban tras el pequeño demonio que nos había capturado. Me pregunté durante un instante cómo habíamos llegado ahí y no le encontraba ninguna lógica.

Al acabar su discurso, agarró de los pelos a una de las chicas y se la llevó a rastras a una habitación trasera. Las lágrimas de aquella chavala aún estaban recientes en la moqueta sucia y podrida cuando el enano regresó. Estaba lleno de sangre, pero su mueca había cambiado de odio a desesperación. Se acercó a mí y comenzó a desatarme; no entendía una mierda de lo que ocurría, pero empecé a sentir lástima por aquella criatura. Me llevó a la otra habitación y pude ver con mis propios ojos lo que había pasado con la chica. La sala era una suerte de quirófano, con luces parpadeantes y un pequeño hilo de música electrónica de ambiente. En el centro, había una mesa de operaciones manchada y estropeada, y ella estaba tumbada e inconsciente, pero vestida; el lugar olía a humo, a discoteca y a alcohol. El duende la señaló con sus dedos achatados y puso cara de preocupación, como si yo fuese su salvación en una situación de mierda. ¿Pero no era él el cabronazo que nos había puteado? No entendía nada de nada.

En ese momento entraron varios chavales ataviados con ropas y peinados modernos, podría decirse que eran bakaletas; en cuanto se fijaron en el enano, empezaron a meterse con él y a humillarlo. Fijó su mirada en mí mientras era hostigado por aquellos jóvenes y pude escuchar como me susurraba que si no le ayudaba, la chica iba a estar jodida. Qué hijo de puta.

No me quedó otra que liberar a mis otros dos acompañantes y pedirles que agarrasen las cadenas. Íbamos a tener que arrastrar la camilla hasta las profundidades del lago y para ello habríamos de sumergirnos. El enano no tenía material de buceo, por supuesto. A él sólo le gustaba la tortura y la autocompasión. ¿Y nosotros qué? Si no fuese porque aquí abajo hace un frío de pelotas, no me quejaría; pero las cadenas pesan y el agua está sucia, y no parece que nadie quiera sacarnos de aquí.


Imagen: Abstract > Sci-Fi wallpaper

Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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