Me resultaba harto complicado concentrarme lo suficiente como para ser capaz de sumergirme en las tierras oníricas, pero cuando lo hacía, la experiencia era tan impresionante que el mero hecho de pensar en conseguirlo me excitaba y me activaba. En mis primeras visitas experimenté hechos distorsionados de mi pasado y reflejos de anteriores decisiones, pero esta vez había sido diferente.
Los ladrillos de los sueños cambian a cada momento, por lo que cada vez que giraban la perspectiva pasaba a un punto imposible de representar o los actores se transformaban en seres brumosos que distaban de aparentar formas humanas; en ese momento me encontraba rodeado de paredes ensangrentadas, pasarelas oxidadas y una oscuridad tan densa como la niebla veraniega. El aire rancio y el eco del metal se extendía por toda la estancia, sin que yo pudiese discernir dónde me encontraba.
Un viajero de los sueños debía conocer varios trucos para regresar cuando la cosa se ponía extraña o inaguantable, pero no me iban a ser de ayuda. Me resigné a perderme entre semejante laberinto infernal, envuelto por los quejidos de criaturas aberrantes y la vacua esperanza de si hubiese tomado otras decisiones no me encontraría en una situación tan ilógica; aún así, no dudé ni un instante a la hora de esconderme de esos seres sombríos que acechaban en cada esquina. Como recordatorios de cada error que había cometido a lo largo de mi vida, estos monstruos ansiaban frustrar mi huida de las tierras oníricas para que permaneciese con ellos por toda la eternidad. No iba a permitir que lo lograsen y me zafaba todo lo que mi cuerpo etéreo me permitía.
Al final, cuando alcancé la puerta hecha con aguamarinas y adornada por un arrollo repleto de calas, esa flor veraniega y blanquecina, me di cuenta por qué lo que había sido mi retiro de tranquilidad y relajación se había vuelto el patio trasero de un manicomio. Ahí se encontraba, de pie y en silencio, sin apartar la vista del intruso que había osado atravesar los umbrales de la realidad. El suelo empezó a deshacerse y a adoptar la típica reja metálica que daba forma a todo el lugar. Los chirridos metálicos que me abrumaban desde que desperté entre paredes ensangrentadas procedían de él.
Sin un camino hacia el mundo de la piel, iba a estar atrapado en aquel agujero dimensional por el resto de mis días, sin ningún medio para poder sobrevivir. Desee que el cansancio y el hambre me consumiesen lo antes posible, pero cuando dejé de lado cualquier posibilidad de marcharme de ese lugar, reaccioné. Mi almohada estaba llena de sudor y las sábanas estaban revueltas. El tímido sol de mayo se colaba entre los recovecos de la ventana y anunciaba el inicio de un nuevo día. El corazón estaba a punto de estallar, pero logré suspirar de alivio. A pesar de que ya no estaba ahí, le pude sentir. Después de todo, él seguía ahí, de pie y en silencio.
Imagen: Pasillos Tenebrosos – Escalofrío.com