Último aliento

Brillante como el sol

Meltem permaneció en los aposentos de Leylak, como ella le había pedido, hasta al menos pasadas dos horas tras su partida. Procuró memorizar las palabras de la princesa semiorca y hacer tiempo para que pudiesen volver a la Montaña Roja. Nunca había estado tanto tiempo separada del grupo desde que se unió a él. Ellos se habían convertido en su nueva familia desde entonces y no podía evitar preocuparse por ellos.

Cuando se reunió con Hessa le dio las directrices para que ella también las leyera.

―¿Una revisión anual con los consejeros? ¿Sin el rey?

―Sí, y dentro de dos días.

―Nunca me he hecho pasar por Leylak más allá de la mera apariencia. Nuestro tono de voz no es el mismo… Debo practicar o el futuro del reino y nuestras vidas correrán peligro.

Meltem se quedó observándola. Por más que lo intentase no podría encontrar a dos personas más idénticas, y menos que una supiese la existencia de la otra. Nunca la había tratado con tanta familiaridad pero la pregunta se le escapó sin darse cuenta.

―¿Por qué lo haces? ¿Por qué te haces pasar por ella?

―Ella me salvó la vida. Perdí mi honor en el campo de batalla, y donde el resto me hubiera dejado abandonada a mi suerte en el Gran Desierto, más allá de las tierras de Lumensolis, ella me enseñó que hay algo más que el orgullo. Leylak no es como el resto de semiorcos. Daría mi vida por ella llegado el momento.

La última frase salió de sus labios como un susurro. Hessa se quedó mirando a través de la ventana recordando aquellos momentos y el silencio reinó la habitación. En el horizonte algo llamó su atención y se volvió hacia la maga.

―Se acercan las tormentas. No has estado el tiempo suficiente como para conocerlas, pero se dice que las peores nevascas del norte de Esseria son tan violentas porque envidian la fiereza de las tempestades otoñales del sur de Guroalt. Y eso que no es la peor época del año.

Una pequeña sonrisa se dibujó en la cara de Hessa, y es que no había otra cosa que le gustase más que comparar ambos continentes donde la maga esserina saliese perdiendo para ver su reacción.

Los días pasaron tranquilos y todo estaba listo para que se celebrase el pleno de la revisión anual de los libros de cuentas. Lo único que lograron averiguar Hessa y Meltem fue que la familia Silduk se había empeñado en adelantar las fechas del pleno de manera apresurada; pero no lograron saber el motivo de tanta urgencia.

Bien era sabido que la familia Silduk había llegado a ostentar altos cargos por méritos propios, pero muy pocos sabían realmente cuales habían sido esos méritos propiamente dicho. Sus orígenes eran humildes, comenzaron como pescadores pero no eran los mejores, sin embargo entre faena y faena conseguían un dinero extra gracias a las cartas y los juegos de azar. Su forma de amañar los resultados hicieron que sus miras pasasen de alta mar al interior de la ciudad. Con el paso del tiempo llegaron a ser famosos en los bajos fondos de Lumensolis y los únicos que podían llevar las apuestas ilegales. La fortuna y posición de la gran familia Gormafrea, descendientes de los mismísimos Sacros Protectores, cayó en manos de los Silduk. Controlaban tanto las altas esferas como los bajos fondos de la ciudad. Su cara pública les permitía actuar sin preocupaciones con su lado oculto.

Quitando algún carraspeo involuntario para equilibrar el tono de voz o algún pequeño puntapié por parte de la maga a la doble, Hessa y Meltem lograron pasar la primera parte del pleno sin mucha dificultad. Tras la pausa de la comida solo quedaba por tratar temas económicos de pequeñas regiones fronterizas. O eso pensaban las dos. Tras su vuelta a la Sala de Guerra algo no iba bien, no estaba tan llena como debería estar. Manteniendo la compostura se sentaron en sus respectivos asientos. El consejero Kadak Silduk dio la orden de que continuaran con el pleno. Su semblante era serio, y a diferencia del resto de semiorcos, su piel rojiza no ostentaba ninguna herida de guerra. Taleb Dayore estaba sentado a su lado.

―Aún faltan por llegar parte de los observadores.

Hessa advirtió que los simpatizantes del rey Ugzhul y parte de los de Dayore no se encontraban presentes en esta segunda parte del pleno, pero que el número de partidarios de la familia Silduk se había multiplicado.

―Creo que estamos los que debemos estar, consejera Leylak ―dijo Kadak.

Su voz no era muy grave y en esos momentos sonaba jocosa. Se le escapó una risa que intentó callar de manera teatral.

―Es más, diría incluso que sobra gente. Como esa maga del tres al cuarto.

Meltem le mantuvo desafiante la mirada pero Hessa le dio un codazo para que mirase al suelo.

―Mi guardia personal no es de su incumbencia, consejero. Le ruego cumpla las normas y haga pasar al resto de observadores. Acabemos con este pleno de una vez si su pueril juego ha finalizado.

Una sonora carcajada resonó por toda la sala. Kadak, entre risas, se levantó de su asiento y comenzó a andar hacia el asiento que presidía la mesa.

―Ve este asiento. Me da que está un poco vacío, ¿no cree, consejera Leylak? Tan vacío como el puesto que representa. Aquí, el consejero Dayore, y yo, al igual que el resto de lumensolies, nos preguntábamos si no sabría por el estado del rey Ugzhul, el avaricioso.

―Como bien saben, está enfermo. No obstante se recupera rápido. Y no creo que le sea muy de su agrado su comportamiento.

―¡Mientes! ―gritó Kadak dando un ensordecedor golpe contra la mesa― ¡Mientes, maldita perra! El rey no está. ¡Se ha ido! ¡Ha abandonado Lumensolis!

Terminó su frase lanzando la silla del rey contra la pared. El resto de personas en la sala no se movieron y se mantuvieron callados, no porque el miedo no les dejase actuar, sino porque sabían lo que iba a pasar. Las palabras de Kadak hicieron que Hessa se levantase de la mesa diciendo que daba por terminado el pleno. Su único objetivo era sacar a Meltem de allí lo antes posible, como fuera, aunque ella cayera. A la orden del Kadak varios guardias armados les impidieron el paso anteponiéndose delante de la puerta.

―No sé cómo lo ha hecho Leylak, no sé de dónde te ha sacado, pero no eres más que una farsante a la que degollar por hacerte pasar por quien no eres. Tu, esa maldita maga, el resto de sus incompetentes amigos, Leylak y el propio rey.

―No sé de qué me habla, consejero Silduk. Le ordeno que nos deje paso o se arrepentirá de esto ―dijo Hessa actuando aún como Leylak.

―He de reconocer que esa maga es buena, muy buena ocultando páginas, pero no tanto como mis magos descubriéndolas. La muy idiota guarda un diario, no lo describe como tal, pero gracias a los pocos apuntes y ver cómo la mismísima princesa volvía una noche de la Montaña Roja con mal aspecto me hizo confirmar lo que sospechaba.

Kadak les lanzó a los pies un pequeño diario de cuero. Meltem lo reconoció enseguida y lo recogió del suelo. El consejero Silduk ordenó a la guardia que cargara contra ellas, pero, antes de que pudieran golpear a Hessa, Meltem se interpuso y de su mano apareció un resplandor de colores centelleantes y varios guardias cayeron al suelo. Sin embargo los que quedaron en pie no se detuvieron y golpearon a la maga en la nuca dejándola inconsciente. En ese momento Taleb, que se había mantenido tenso y alerta, corrió hacia Hessa y la apartó de las hojas que atravesaron un par de veces el cuerpo de Meltem antes de caer al suelo. El gesto de salvar a Hessa no le gustó nada a Kadak y comenzaron a discutir.

Sin hacer caso de lo que pasaba a su alrededor, Hessa consiguió zafarse de Taleb. Se puso de rodillas y cogió el cuerpo de Meltem entre sus brazos. Con cuidado apartó sus pardos cabellos de su cara y la miró a los ojos. Su sonrisa aún parecía brillante como el sol.

[Continuará…]


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Imagen: The Void, por Erik Shoemaker

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