La megaciudad era un vasto entramado de luces y sombras, donde cada pixel del horizonte brillaba con la promesa de un futuro que nunca parecía llegar. Yara conducía a través de las abarrotadas autopistas que separaban Los Bloques de Métalicaraz, en busca de una primicia para su curro como media.
En su trabajo como periodista para «La Voz Oculta», había destapado numerosos escándalos de corrupción y manipulación mediática, pero ahora buscaba algo más grande: una verdad oculta para la población de Ciudad Tungsteno.
Llegó al barrio de Subterranea, un laberinto de túneles y pasajes que corría bajo Métalicaraz como un sistema nervioso secreto. Allí, entre el zumbido constante de los generadores, se halla el refugio de la «Resistencia Pro Analógica», un grupo que rechazaba la dependencia tecnológica y buscaba formas de recuperar lo perdido en la transición digital.
Al entrar, Yara fue recibida por Nico, el líder del movimiento, un hombre de mediana edad con el cabello canoso y una mirada intensa y repleta de sospechas. Había trabajado para una de las mayores corporaciones tecnológicas antes de que un cambio de conciencia lo llevara a cuestionar su tren de vida.
— Estás buscando algo, Yara —dijo, sin preámbulos—. Algo que no puede encontrarse en las bases de datos ni en la SensoRed.
— ¿Qué es lo que se esconde tras lo digital? ¿Tras los muros obligatorios publicitarios? ¿Tras las pausas para deglutir anuncios? — respondió ella, con voz firme. — La gente ha olvidado lo que significa vivir de verdad.
Nico asintió y la guió hasta una sala repleta de viejos equipos de grabación, radios de onda corta, y proyectores de películas en 35mm. En el centro, una enorme consola analógica que alguna vez había controlado el tráfico de la ciudad antes de ser reemplazada por la inteligencia artificial S.E.R.E.N.A., una entidad de autoaprendizaje que optimizaba semáforos y STOPs para redirigir los vehículos por las rutas ideales.
— Aquí es donde almacenamos los «ecos». — explicó Nico, mientras ajustaba algunos diales. —. Recuerdos grabados de un tiempo en el que las decisiones no eran dictadas por algoritmos y en el que la privacidad aún tenía sentido.
Yara se sentó frente a un monitor CRT que zumbaba suavemente, mostrando imágenes granuladas de una vida cotidiana perdida: niños jugando en parques sin vigilancia digital, calles donde la gente caminaba sin ser rastreada por drones, conversaciones que no eran analizadas en tiempo real.
Cada imagen era un recordatorio doloroso de lo que había sido arrancado del tejido social en nombre del progreso. Yara sintió una punzada en el pecho; era una verdad incómoda, pero necesaria. Entendió que la lucha de la Resistencia no era simplemente contra la tecnología, sino contra el olvido.
¿Pero por qué? La SensoRed había permitido avances increíbles a la hora de tratar enfermedades mentales. La hípercomunicación era positiva, pues ya no desaparecían los niños. Todo estaba conectado: el crimen se erradicaba a través de la SensoRed.
— Que no te engañen, chavala. — pronunció, con gesto amargado. — El control absoluto nos protege y nos quita de lo más básico: la posibilidad de equivocarnos. — señaló a uno de los críos del parque cayéndose al suelo y haciéndose un terrible raspón en la rodilla. — ¿Qué hubiese pasado ahora? Un dron de seguridad infantil hubiese aparecido al instante, aplicando spray regenerador en la herida y cerrando el parque por suponer un «peligro para la infancia».
Yara se mordió los labios. Nico tenía un punto, pero. Siempre había un pero; sin embargo, «La Voz Oculta» era una tapadera para el Grupo de seguridad militar de la Corporación Rayem. Esta «resistencia» suponía una amenaza para el status quo de Ciudad Tungsteno, y era su deber neutralizarles.
— Esto es material de primera para un artículo, Nico. — la joven se levantó despacio. Lentamente se acercó a su acompañante. — Pero supone una violación de patentes del Acuerdo Audiovisual del 2355. También todos estos aparatos tienen un alto porcentaje de malfuncionamiento y de combustión espontánea.
La mirada del individuo se heló al mismo tiempo que la actitud de Yara cambiaba por completo.
— Mara Starlight, agente de pacificación del Departamento de Seguridad de la Corporación Rayem. — activó en seguida su arma reglamentaria. Una pistola compacta de láser sólido. No permitió que Nico reaccionase, descargó varios disparos sobre su pecho. — Este local no cumple con las ordenanzas de seguridad y tenemos la autorización para cerrarlo.
El cuerpo del rebelde rebotó contra el suelo, y antes de que su mente, en sus últimos instantes, pudiese reaccionar ante el fin de su existencia, Mara arrojó una granada incendiaria al equipo que, con tanto énfasis, la resistencia había recopilado y restaurado. En unos pocos minutos todo ardió: el repulsivo olor a plástico y carne quemada inundó las fosas nasales de la agente Starlight, momento que aprovechó para abandonar el lugar.
Sin embargo, la experiencia había calado en su corazón, por mucho que intentase resistirse. Mara Starlight empezaría a dudar de su trabajo como pacificadora de la Corporación Rayem. ¿Podría mantener la compostura al presentar el informe? ¿De verdad aquellos lunáticos tenían algo de razón?
Imagen: Generada por Inteligencia Artificial