Encontrar la razón
Cuatro años después, a finales de los años 70, Jonathan Stevenson y Owen Shipnewcard habían realizado un trabajo notable para la Justicia Metálica. Por esa época, el líder de la Justicia Metálica, Marcus Brightheaven, decidió fundar los Departamentos para organizar sus fuerzas de manera más efectiva. Tras varios consensos que duraron dos meses, se designaron los primeros Departamentos: Investigación, información y desarrollo; Asalto, defensa y seguridad; Juicios y diplomacia; y el último, de Enseñanza y adiestramiento. En ese momento, Owen fue solicitado por su antiguo mentor Victarius Crawford para formar parte de las primeras manadas del Departamento de Investigación, información y desarrollo.
Jon tuvo poca acción en sus años de actividad Garou, así que solicitó entrar en el Departamento de Asalto, defensa y seguridad. Una vez que tuvo el visto bueno de su líder, el general Brandon Cleavefist se unió a la manada de los Jinetes Coléricos, con Benedict Vaughan como Theurge del grupo y Parice Schreiter, una Philodox, como líder. Establecieron su territorio en la ciudad de Dallas, compartiendo protectorado con otras dos manadas de Moradores del Cristal. Benedict era nieto de unos inmigrantes rusos que viajaron a Estados Unidos en busca de gloria. Pertenecía a los orgullosos Colmillos Plateados y su Pura Raza se reflejaba en su pelo rubio, ojos verdes brillantes y rostro perfecto. A Jonathan le parecía un estereotipo de “cara guapa” que se preocupaba sólo del estado de sus uñas. En cambio, Parice venía de una familia de la Camada de Fenris francoalemana, aunque pertenecía a los Moradores del Cristal; la Philodox era justa, pragmática y decía la verdad siempre, aunque de una manera bastante molesta. A pesar de los defectos de su nueva manada, Jonathan se sentía más cómodo en ella. Sin embargo, echaba de menos al Wendigo Tim; no lo había visto desde que se empezaron a dividir los miembros del clan en cada Departamento. El Ahroun recordaba lo taciturno y seco que era el Galliard mojave y todos los conocimientos que colocó bruscamente en su memoria.
La madrugada del siete de octubre de 1979 la luna llena brillaba con fuerza en un cielo despejado, haciendo que la sangre de Jon hirviese. Deseando destruir alguna monstruosidad del Wyrm, cabalgó en forma Crinos por la Umbra de la ciudad de Dallas. En su paseo primal, Jon rastreó el hedor del Wyrm, llevándole hasta una casa en los suburbios. El aspecto de la zona le recordó a aquel paseo que hizo de cachorro con Tim el Wendigo. Pudo ver a dos figuras sospechosas caminando dentro de la chabola, andando sin ningún rumbo en círculos. Sintiéndose un héroe Ahroun, Jonathan derribó el lugar de dos potentes placajes, asustando a las criaturas del Wyrm. Cuando pudo ver las formas humanas achaparradas y enjutas, Jon hizo una mueca de asco: se trataba de dos humanos, probablemente Garous, envueltos en túnicas de color negro y con la piel pálida como el reflejo de la luna. Al ver al Crinos se pusieron de rodillas y empezaron a hacerle reverencias, vomitando baba de color blanco. Jonathan llegó a la conclusión de que eran Danzantes de la Espiral Negra, privados de mentalidad y fuerza por designio de la horrible criatura que adoraban; el Morador del Cristal les arrancó la columna vertebral sin mucho esfuerzo, dando fin a sus quejidos. Ni siquiera presentaron pelea.
Al día siguiente, mostró los cadáveres a sus compañeros de manada. Benedict hizo un gesto de asco al ver los cuerpos destrozados por las garras de Jonathan; Parice examinó las caras con expresión severa.
— No veo ninguna marca que los identifique como Danzantes, Jon –Parice hizo una pausa, examinando a fondo lo que quedaba de espalda y los brazos de los cadáveres–. Los clanes Danzantes de Norteamérica suelen marcar a sus miembros para diferenciarlos de los europeos; es una costumbre estúpida… –la Philodox hizo una pausa y tragó saliva. Era evidente que el hedor le molestaba tanto como a Ben– Pero los rasgos de sus caras… parecen pieles rojas.
— Pues serán iniciados sin marca, Parice –respondió inmediatamente Benedict–. Sea como sea, debemos avisar a los Guardianes del Deber, es obligación suya la seguridad de la zona.
— Yo propongo que lo dejemos pasar: así vendrán más iniciados y podremos poner en función la parte de asalto y defensa que nos corresponde. ¿No crees, Ben? –respondió socarronamente Jonathan ante lo que dijo Benedict. El Theurge frunció el ceño.
— Debemos EVITAR esto, Jonathan –señaló los cuerpos pálidos-. Que los hayas derrotado sin que te hubiesen plantado resistencia no es justificación para permitir que haya más en Dallas. Debemos proteger la ciudad.
Jonathan hizo un gesto de desaprobación y tapó los cadáveres con una lona negra. A la tarde siguiente, celebraron un consejo extraordinario las tres manadas de la ciudad para poner al tanto de la amenaza del Wyrm. La información de la que disponía la manada de los Guardianes del Deber chocaba con los Danzantes escuálidos de Jonathan: la actividad del Wyrm en los últimos años se había desviado a la zona oeste de los Estados Unidos; un clan que había negado la ayuda de la Justicia Metálica en Los Ángeles había atraído una horda inesperada de Danzantes de la Espiral Negra. La asamblea finalizó tomando a los dos individuos como una casualidad, aunque se creó un turno nocturno para examinar la Umbra en busca de nuevas amenazas.
El Ahroun abandonó enfurruñado el edificio, chocándose con una chica que entraba en la sala. Jon se extrañó, pues aquel lugar abandonado era de uso exclusivo para las manadas; ella se presentó como Natalie Eriksen, compañera de facultad de Parice, aunque el Morador del Cristal prestó más atención a sus atributos femeninos. De busto medio tirando a pequeño y melena rubia natural, su figura resultaba de los más atractiva. Jonathan sonrió y ayudó a la humana a ponerse de pie; después de carraspear, indicó a la joven que su amiga se encontraba dentro.
Luna dio varias vueltas a Gaia antes de que una crisis asolase el núcleo de la Justicia Metálica: la manada de los Wendigo había reunido a suficientes Garou en contra de los pensamientos pro-Tejedora del clan principal. Habiendo mantenido sus intenciones en secreto, Hacha-de-Piel-Lunar asestó un golpe de estado en un Consejo de la Delegación Norte; varios miembros de alto poder murieron en el ataque, entre ellos Marcus Brightheaven. Sin un líder que coordinase sus fuerzas, la Delegación Norte se deshizo en un largo suspiro. El Wendigo sonrió al apoderarse de los túmulos del Norte. Intentando reunificar lo que Marcus había creado, Victarius Crawford y Brandon Cleavefist organizaron a sus Departamentos para preparar un ataque. La Delegación Este había sido creada recientemente y sus fuerzas no eran lo suficientemente poderosas, pero un locuaz Philodox llamado Johnny Towers se hizo cargo del Departamento de Juicios y Diplomacia, situado en la parte oriental del país. Con el apoyo de la Delegación Sur al completo y la Delegación Este, la Justicia Metálica formó un acuerdo para dirigir al clan contra los Wendigo rebeldes.
Jonathan estaba entusiasmado por poder participar en una batalla a gran escala. Benedict, preocupado, intentó hacer entrar en razón a su compañero, explicándole lo grave de la situación. La Philodox Parice fue llamada por Towers para formar un grupo de diplomacia; en una estratagema de Cleavefist, una manada compuesta de Philodox liderada por Towers iba a reunirse con Hacha-de-Piel-Lunar en Chicago para establecer una tregua. De mientras, varias manadas organizadas por Cleavefist iban a rodear el túmulo para asestar un golpe trasero a las fuerzas Wendigo. Aunque el plan parecía infalible y el grueso de la Justicia Metálica era superior a los rebeldes, una sensación de malestar invadía a Benedict. Intentó hablar de ello con su compañero, pero la euforia de éste no daba lugar a conversaciones.
Aquella noche de 1981 el cielo estaba completamente despejado de nubes y la media luna lloraba gotas de luz sobre la ciudad de Chicago, Illinois. La sangre del Theurge de la manada de Hacha-de-Piel-Lunar corría por el suelo húmedo; el chamán había ofrecido a su líder una visión aciaga y él, en su locura, había decapitado sin pensárselo a su antiguo colega. Su manada se quedó perpleja, mientras sus simpatizantes de otras tribus les abandonaban. En los últimos días, el jefe Wendigo había sucumbido a la paranoia, tomando a cualquiera por traidor; su plan había funcionado hasta que fue consciente del poder de la Justicia Metálica.
Johnny Towers llegó a la reserva Turner Lake Fen acompañado de su manada temporal. Parice Schreiter se encontraba atrás, cubriendo la retaguardia con una Philodox Roehuesos de rostro alargado y soso. El líder Wendigo no atendió a razones y atacó junto a sus dos miembros de manada. Con un gruñido rápido, el Philodox asumió la forma de batalla y se enzarzó en un abrazo sangriento con el traidor; el resto de su manada cambió de forma también, plantando cara a los otros. Hacha-de-Piel-Lunar lanzó un zarpazo con su garra izquierda, directo al flanco desprotegido de Johnny; éste bloqueó el ataque estampando el hocico del Wendigo contra el suelo. Sin pensarlo, el traidor pegó un empujón a su atacante y se abalanzó sobre él, que estaba tirado por el suelo. Las garras del Wendigo se clavaron en el pecho del Morador del Cristal, dibujando una marca desde el cuello hasta el vientre llena de sangre. En la oscuridad, se escuchaban los rugidos de combate de la unidad de Johnny Towers. Brandon Cleavefist localizó a los desertores rebeldes que estaban huyendo de la locura de Hacha-de-Piel-Lunar; a la orden, una sangrienta horda de Garous en forma Crinos se abalanzó sobre ellos, masacrándolos sin piedad. Jonathan estaba eufórico y entró de los primeros al combate. Entre toda la jauría distinguió a su antiguo mentor Tim. Confundiéndolo con otro traidor, Jon lo atacó sin pensárselo. El corpulento mojave no presentó resistencia ante la incontrolable rabia del Ahroun, quedándose casi descuartizado tras el segundo zarpazo. Jonathan lo observó de pie, en Crinos y jadeando a la luz de la media luna. Tim estaba tirado en la tierra mientras un reguero de sangre brotaba de su vientre.
— Te… te has vuelto fiero… Jon de Calaveras –Tim tosió, expulsando sangre. El Morador de Cristal gruñó mientras se acercaba al Wendigo–. Nos… equivocamos… Pero no importa… Ahora veré la noche… –extendió su mano izquierda hacia la luna. Jonathan se apartó para que la pudiese ver– Nos equivocamos al seguir a Hacha-de-Piel-Lunar… Te equivocas al seguir a… la que todo lo teje… La que te da tu título… “urrah”…
— ¿De qué hablas, viejo loco? ¡Estás muriéndote, al menos muere con honor! –Jonathan cambió a forma humana para replicar a su antiguo mentor. Por su mente pasó uno de los comentarios de Parice: «Nosotros, los Moradores del Cristal, no necesitamos de mentores. Aprendemos lo que necesitamos por nuestros propios métodos, Jon.»– No sé cómo me has hecho esto… ¡me has traicionado!
— Jon… joven Jon de Calaveras… Yo muero con honor… pero… pero tú… –agarró la pierna izquierda del Ahroun; con fuerza– Ellos… ellos no son puros… –la imagen de Owen, Brandon y Victarius recorrió la mente del Galliard; curiosamente, la de Jonathan también.
Con ese comentario, el Wendigo exhaló su último aliento de vida. Jonathan se encontraba asqueado después de aquella situación, por lo que asumió su forma de lobo y caminó por el “campo de batalla”. Allí vio la realidad del asalto: superados en número, los rebeldes habían sido masacrados sin piedad por la Justicia Metálica. Los grandes líderes festejaron su victoria y los participantes fueron vitoreados; aunque Johnny Towers no pudo derrotar por sí solo a Hacha-de-Piel-Lunar, se le ofreció el puesto de Magistrado para liderar el Departamento de Juicios y Diplomacia, pero el Philodox lo rechazó. Su destino sería desconocido para Jonathan, pues en ese momento abandonó el lugar con sus compañeros de manada.
Lamentablemente, la tranquilidad de espíritu no le iba a esperar en Dallas: recibió la noticia de que su padre había fallecido tras haber estado dos semanas en coma. Enfadado consigo mismo y con todos los que le rodeaban, viajó en su viejo Ford gris hasta su pueblo natal, Calaveras, sin llevarse nada de equipaje ni dar explicaciones a su manada. El sol picaba horriblemente a pesar de ser invierno; Jonathan aparcó en el jardín de la casa de su padre, sin sorprenderse de los pocos pueblerinos que estaban para presentar sus respetos al anciano Harold Stevenson. En la entrada, una de las viejas del pueblo le paró.
— ¡Así que vienes cuando el pobre Harry ya está con el Señor! –la anciana apretó los puños con rabia, pero Jonathan la ignoró.
Se hizo un gran silencio en el salón, donde un sacerdote de raza negra estaba oficiando la ceremonia. «Cristiano, a pesar de jurar como un carretero y visitar la iglesia para reclamar deudas impagadas. Genial, papá.»
— Hijo mío, ¿qué es lo que te trae a este momento de dolor? –el cura estaba bien rechoncho y la calvicie empezaba a asomar por su cabeza. Debía tener unos cuarenta años.
— Soy Jonathan Stevenson, hijo del muerto –señaló despectivamente el cuerpo, que estaba colocado en un ataúd de madera humilde y desgastada, probablemente comprado de segunda mano–. Me sorprende ver aquí caras conocidas y envejecidas, jamás os hubiese imaginado en la casa de Harry.
Las palabras de Jon callaron a toda la sala, incluso los cuchicheos. Hizo un gesto al cura, que cedió su sitio en el altar improvisado al Ahroun. Jonathan se puso enfrente del cadáver de su padre y de todos los asistentes.
— Harold Stevenson era un hombre arrogante y pendenciero que sólo pensaba en su beneficio personal y en el dinero; los planes que tuvo para mí le salieron mal, porque yo jamás me entregaría a una vida de trabajo en el campo. Sin embargo, he de reconocer que no fue mal padre y gracias a todo lo que me enseñó he podido llegar hasta donde estoy ahora –hizo una pausa, observando la reacción de los viejos del pueblo. Unas gotas de sudor recorrían la mejilla del cura negro, que no sabía dónde meterse–. No he venido para honrar su memoria ni agradecerle nada: el trato despótico que tuvo conmigo me obligó a huir en busca de algo mejor. Ahora, no sé si hice bien… pero ya no puedo decírselo.
Jonathan no dijo más. Los paletos del pueblo Calaveras no iban a comprender lo absurdo que se sentía después de aquella victoria en Chicago, ni lo absurdo de la muerte de su padre: no iba a poder demostrarle que la decisión que hizo ese día soleado de 1976 fue la correcta. Sin volver a pronunciar una palabra, se marchó de la casa hasta su coche. Allí, un hombrecillo de piel pálida y vestido con un traje azul oscuro le detuvo.
— Perdón, perdón… ¡Señor Stevenson! –la voz del escuálido era estridente y temblorosa. Estaba claro que la sangre Garou de Jon le incomodaba– Tengo… tengo aquí el testamento de su… padre. Quiero decir, lamento su pérdida.
— No hace falta que te molestes. Seguro que mi padre ha dejado su dinero y sus tierras a este trozo de tierra que hacen llamar Calaveras. O a alguna vieja babosa de las que están ahí llorando –apartó al hombre del traje azul y se subió en el Ford. La suspensión crujió al sostener los noventa kilos de Jonathan.
— No… ¡No, se equivoca! –el hombrecillo rebuscó papeles en su maletín de cuero de imitación. El sol abrasaba toda la zona, sofocando el interior del coche e impacientando al Morador del Cristal– Mire… ¡Le ha dejado todo a usted! E… evidentemente arregló los papeles con nosotros, digo, nuestra agencia… Le pertenece el 50% de la herencia de su… su padre.
— ¿Y quién se queda el resto? –Jonathan bajó sus gafas de sol para mirar a los ojos al hombre. Tenía rasgos de rata nerviosa y orejas de soplillo. Su aspecto y su voz le molestaban sobremanera- ¿Tú, pequeño?
— S… s… s…. son los términos a los que… a los que llegamos con… con el señor Stevenson, s… señor Stevenson –el balbuceo estaba sacando de quicio a Jonathan-. Es… es… es todo legal… –el hombre fue interrumpido por el enorme brazo de Jon. Cogió al burócrata por la camisa y acercó el oído izquierdo de éste a la altura de su oreja.
— Dame tu teléfono. Hablaré con mi abogada y veremos si toda esta mierda es legal –Jon giró su mirada hacia la casa. Las viejas y el cura gordo estaban cantando alguna canción católica. Su padre siempre las había odiado–. Si me estás jodiendo… o has jodido de alguna manera a mi padre… no vas a tener Estados para correr –soltó bruscamente al tipo, haciéndole caer sobre el seco jardín-. ¡Date prisa, tengo que ir hasta Dallas!
El Ahroun pudo suponer que el hombrecillo del traje azul oscuro se cagó en los pantalones.
Mientras conducía hasta el piso común, hizo una parada en un bar de carretera para realizar una llamada. Parice Schreiter había estudiado abogacía y otras ciencias legales relacionadas con su auspicio de Philodox. Ésta le puso en contacto con una conocida: la chica con la que Jonathan tropezó años atrás. Natalie Eriksen. Una vez que Jonathan puso en contacto a la agencia de abogados con Natalie, el proceso para exigir la totalidad de la herencia de su padre comenzó. La batalla legal entre los dos implicados duró siete meses, pero al final Jon pudo reclamar lo que fue suyo. El veintiséis de abril de 1981 Jonathan recibía una importante suma de dinero, recaudada por su padre a lo largo de su vida y los terrenos de granja de Calaveras. Aprovechando la situación, Jon vendió los terrenos a la agencia de abogados a un precio más bajo de lo que estaban tasados, deshaciéndose de esas “yardas de polvo árido”. Por la noche, Jon montó una fiesta en su apartamento de Dallas para celebrarlo, invitando a su manada y a su fiel abogada. Durante la velada, Parice reveló que Nat procedía de linaje Garou, siendo Parentela de los Moradores del Cristal. Interesado por el relato de las hazañas del padre de Nat, Jonathan sintió un dolor suave en el pecho. La Philodox sabía de las ganas de la Parentela por el imponente Ahroun, pero el asunto de la herencia hizo que la situación nunca se diese. Cuando la madrugada acariciaba la noche, Parice dejó a Jon y a Nat hablando mientras se marchaba del piso con Benedict.
— Así que tu padre fue uno de los compañeros de Cleavefist. ¡Manda huevos! –pegó un trago largo al vaso de whisky con hielo. La botella de Jack Daniels estaba más vacía que llena– Joder, Nat. Ha sido culpa mía por haberme obsesionado con toda esta mierda… Me doy cuenta de que me has ayudado mucho, pero no te he tratado… de manera más amable –la Parentela sonrió. Jon podía dar bastante miedo, pero en esos momentos era un hombre más.
— No es nada, Jon –giró la cabeza para acentuar sus palabras; un mechón de pelo cayó sobre su cara, tapando parte de su ojo. Jon se lo apartó con cuidado–. Mi padre solía decirme que todos tenemos un papel en esta vida. A pesar de que yo no pueda combatir como vosotros, los violentos hombres lobo sangrientos…, jiji…, tengo que ser útil.
— Ya te has esforzado mucho, Nat. Te mereces un descanso –la mano del Ahroun estaba de nuevo en la cara de Nat, acariciándola. Ella sonreía–. Toda esta movida me ha alejado de algo que me incordiaba. Tú lo has tapado con tu rostro suave y sedoso.
— Eso… ha sido muy dulce, Jon –ella se incorporó. El corazón le latía y podía ver el deseo en los ojos de Jonathan. Pienso… Creo que… no sería algo tan molesto si… lo he tapado… con lo pequeña que soy, ¿no?…
Jonathan rodeó a su abogada con los brazos, juntando sus labios con los de ella. Nat reaccionó un poco más lenta, pero se dejó llevar por el morreo. Sentir la lengua de Jon recorrer su boca a intervalos hizo que sus bragas se mojasen. Tras un beso largo, durante el cual se iban desvistiendo, los ojos de los dos amantes se juntaron a la luz tenue de la noche. Nat notaba sus labios inferiores mojados completamente, pidiendo a gritos la polla de Jonathan. No tuvo que esperar mucho, pues el miembro viril del Ahroun estaba más que preparado. Jonathan penetró a Natalie con cuidado; una vez que entró hasta el fondo, comenzó a empujar violentamente como una bestia. Las uñas de la Parentela se iban clavando en la espalda del Garou, enfatizando las embestidas de éste. Sin pensar en las consecuencias, la descarga de placer blanco por parte de Jon inundó el vientre de Nat. Ella gimió de placer mientras apretaba todo lo que podía con sus piernas y brazos al hombre lobo.
A la mañana siguiente, los dos se despertaron en la cama. Jonathan sufría algo de resaca por haberse bebido dos botellas de Jack Daniels, pero Natalie se encontraba bastante bien, a pesar de las agujetas en los muslos. Se ducharon juntos y de nuevo follaron como bestias en celo, pero al preparar sus cosas para irse, Nat se despidió de Jonathan.
— Esto… Jonathan… –la Parentela miraba al suelo– Dejemos lo nuestro en sólo lo que ha pasado, ¿vale? –mientras dormía abrazada a él, recordó las palabras de su padre. «Los Garous llevamos una vida peligrosa: no te enamores nunca de uno, Natalie.»– Ha sido… divertido…
— Me parece bien, Nat. Dejemos la cosa como está –el Ahroun terminó de colocarse la camisa. «Los pectorales dan más miedo cuando está desnudo. La ropa le quita ferocidad», pensó la parentela mientras Jon se vestía–. Has sido cojonuda. Anoche y en todo este rollo de los juicios –la agarró de los hombros con sus manos enormes y colocó de nuevo su lengua dentro de la boca de Nat–. Muchas gracias.
La Parentela se quedó sin palabras y se despidió mediante gestos. Jonathan observó cómo la joven abandonaba el lugar rumbo a su vehículo con una sonrisa en la cara.
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