Náufragos comenzamos nuestro camino. Desprevenidos en mitad del océano la oscuridad de la noche ocultó las nubes, que como implacables guerreros nos atacaron fieramente. Lluvia, rayos, y olas parecían haberse unido contra un enemigo común. Golpeaban una y otra vez el casco de nuestro navío sin descanso y no pararían hasta vernos en el fondo del mar. Una tempestad que bien podría haber sido desatada por el propio Ariel acatando el edicto de su amo Próspero. Antes de que comenzara a hundirse me lancé al agua. Luchando por mantenerme a flote nadé hasta que pude llegar a un tablón. Tuve suerte, no fui la única que también pudo agarrarse a él. No sé cuánto tiempo pudimos estar aferrados a ese tablón, ¿horas, días…? La luz del día no trajo la calma pero algo teníamos claro, permaneceríamos juntos sin importar la tempestad.
Finalmente a modo de tregua la marea nos llevó a una isla. Sin adentrarnos demasiado establecimos nuestra pequeña base entre las primeras líneas de palmeras. Aún llovía, pero a lo lejos se podían ver pequeños claros luchando entre las nubes. Durante días la marea trajo restos del navío pero era mejor usar los materiales que esa isla nos ofrecía: una vida nueva empezando desde cero, sin restos del pasado. Él bautizó a nuestro nuevo hogar con el nombre de Borregheim. Me gusta mucho ese nombre. Inmejorable compañía, nuestro pequeño paraíso… ahora queda comenzar nuestro camino como náufragos.
Imagen: Miranda in The Tempest por John William Waterhouse.