El testamento del aprendizEl testamento del aprendiz

Margott Mirabelle observaba inquieta los últimos estertores de vida de la chamana kóbold, mientras el larguirucho Jaafan y Cadok el verde se encargaban de apresar a los supervivientes. El grupo había hecho gala de una fuerza descomunal, y las alimañas se rindieron en el momento en que su cobarde líder había caído víctima de las llamas plateadas de Margott; aunque Drannor y Aslindo no habían regresado de acabar con los kóbolds tramperos, la joven decidió examinar los cuerpos de los caídos.

Las ruinas del Torreón de Vorrani estaban clausuradas desde que su padre, el venerable Shymrod Mirabelle, truncase los siniestros planes del brujo décadas atrás. Jaafan extrajo sin demasiado cuidado el pesado Tomo de Vorrani oculto en las alforjas de la chamana, y se lo mostró a Margott; carraspeó antes de comprobar que, efectivamente, las amarillentas hojas se encontraban escritas en rasmálico, el demoníaco idioma de la brujería. Un pergamino, escondido de mala manera bajo la cubierta de piel de la tapa trasera, se deslizó y cayó al suelo; esperando encontrarse algún otro sortilegio funesto, Margott decidió leerlo para sí.

«Escribo estas palabras en los últimos momentos de mi vida, para que quede constancia de los actos terribles de mi maestro, el infame Tantai Vorrani. Mi nombre ya no importa, me limitaré a ser el narrador de su breve ascenso y cómo el temperamento humano puede forjarse a partir de la desesperación para hacer frente a cualquier amenaza, por tremenda que sea.

Pasé los primeros años de mi vida como esclavo en una ciudad al norte de Éilerenn, sirviendo a un noble de ascendencia dragontina como fámulo y escriba. Cuando visitó la biblioteca el famoso brujo, me acerqué a hablar con él y acabé fascinado por sus historias y sus conocimientos de magia. Al caer la noche, Tantai desgarró las hebras de la realidad para arrasar con mi antiguo amo, su familia y todos los nobles que vivían por allí; a cambio de mi liberación, me hizo firmar un pacto arcano con su patrón, una entidad blasfema y abominable que vive en un erial perdido más allá de las estrellas, el ser conocido como Voolmithrarax. A pesar de que mis conocimientos sobre los sortilegios y la manipulación de la magia eran muy limitados, aceptar a dicho patrón abrió nuevos caminos en el interior de mi mente, y al despertarme al día siguiente era capaz de conjurar y calumniar como hacía el que se había convertido en mi maestro.

Tantai era un hombre de aspecto apesadumbrado, de pelo canoso y arrugas bajo sus negros y penetrantes ojos, pero gozaba de una vitalidad impresionante. Nuestro próximo destino fue recorrer los Picos Matanza en busca de un misterioso artefacto dracónico, pero este viaje y los siguientes no son importantes. Habían pasado dos lustros cuando llegamos a Ridskel, una aldea sin importancia cerca del Río Dragma, para preparar un santuario a Voolmithrarax. Los lugareños eran personas sencillas, sin más objetivo en la vida que nutrir con sus cosechas e impuestos al Imperio de Malasthar, dueño sin duda de la provincia, pero algo había ocurrido cuando llegamos. Restos de cenizas, decenas de tumbas sin marcar y un ambiente lúgubre sugería que la zona había sido asaltada por bandidos o por un grupo de criaturas cobardes, como hobgoblins u orcos; pero la realidad fue mucho más triste e hilarante: los idiotas se habían enfrentado contra otra aldea, un par de kilómetros más al norte, por el agua del río. Tantai Vorrani se aprovechó de esto, y logró convencer al nuevo alcalde de que le cediesen unas ruinas a cambio de acabar con la vida de los aldeanos de Nasbel, la población transgresora.

Obviamente, el odio que mora en los corazones humanos bulle con facilidad, y los ridskelinos cayeron enseguida víctimas de las mentiras de Vorrani. He hecho muchas atrocidades a lo largo de mi carrera como brujo, pero jamás me he aprovechado de las miserias de los demás, y esto es lo que provocó que mi maestro sospechase de mi. Mientras nos instalamos en las polvorientas ruinas, Tantai me dejó a cargo del lugar mientras doblegaba a una tribu de kóbolds ribereños, con el fin de construir una suerte de presa con madera y piedras. En su ausencia, visité Nasbel y advertí a un prometedor arcanista, de nombre Shimas o Shmod, del peligro que suponía la reciente alianza entre Ridksel y Tantai Vorrani; pero tanto él como sus compañeros hicieron oídos sordos de mi advertencia. Decidí que, aunque no quisiesen mi ayuda, tendría que hacer algo por el bienestar de estos simplones.

Años atrás, mientras Tantai Vorrani sembraba el caos entre las tribus caníbales del desierto de Gha, visité a un arcanista de renombre en los Pantanos Isophius. Fui capaz de enviar un mensajero animal hacia su Academia de hechicería, a varios días de viaje. He servido como brazo ejecutor tanto de Vorrani como de Voolmithrarax, pero siempre contra otros opresores e individuos que abusaban de su poder. Me niego a asesinar a aldeanos inocentes sólo por una disputa por el cauce de un río. Los he visto, maldita sea. Son simples humanos luchando por mantener sus cosechas y los estómagos de sus familias llenos. Espero que, si Tantai Vorrani me asesina, como espero que haga, cuando descubra mi traición, aquel viejo arcanista tome parte en salvar a estas gentes, tan consumidas por el odio como yo lo estuve antes de conocer la brujería.»

El contenido de dicho pergamino cambiaría la visión que tenía Margott sobre los ancianos de la aldea, sin duda alguna. Tomó aire, y retomó la exploración de las ruinas del Torreón de Vorrani. Sus compañeros la aguardaban.


Imagen: 07#RtYY por Alexei Konev

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.