CAPÍTULO I
Amargo despertar
Los primeros rayos de sol comenzaban a despuntar tenuemente por la ventana llegando hasta mi rostro obligándome a abrir los ojos, pero a duras penas los podía mantener semiabiertos.
-«Pero… ¿donde se supone que estoy?»
Tumbada bocarriba sobre el frio suelo, no lograba reconocer nada de mi alrededor y asustada por la situación me incorporé de inmediato. De repente sentí unas fuertes punzadas en las sienes y un sabor amargo invadió mi paladar haciéndome olvidar el porqué de mi sobresalto. Tras controlar un tanto la respiración y tras tragar saliva un par de veces, logré terminar de abrir los ojos para que estos se acostumbraran a la luz.
Por lo que podía distinguir, la habitación, aunque no fuera muy grande, estaba decorada con todo lujo de detalles: del techo colgaba una gran lámpara de lágrimas de diamante con finos acabados en oro, las cortinas eran de rojo terciopelo con floridos bordados, una gran mesa de mármol aún con restos de la cena, sillas de madera nacarada esparcidas por la habitación y un precioso sofá azulado sin sus cojines con filigrana dorada.
Ayudándome con una de las sillas que tenía a mi alcance intenté alzarme, pero algo hizo que me resbalara y me diera de bruces contra el suelo pero logré posar las manos contra el suelo evitando el gran batacazo.
-«¡Por Nastala! No… ¡¿Pero qué…?!»
Intenté retener el grito de pánico que luchaba por salir de mi garganta pero mi cara se descompuso del horror al poder distinguir que me encontraba sobre un gran charco de sangre. Quería salir corriendo de la habitación pero al girar sobre mis talones mi intento de huía se vio frustrado al tropezarme con un cuerpo inerte que yacía bocabajo y otros dos a la derecha y otro más a la izquierda y otros tres más lejos…
-«¡¡¡Aaaahhhhh!!!»
El grito de miedo y angustia desgarró mi garganta, mi agitada respiración hizo que me fuera imposible oír las voces que se acercaban desde el exterior interpelando mi nombre, Tuliëlle.
CAPÍTULO II
Calbarás
Cuando mi abuelo Addare regresó de la capital a su hogar, tras haber pasado allí unos años trabajando de un poco de todo, no lo hizo solo. En la capital conoció a una hermosa elfa llamada Laevinë, mi abuela. Decidieron asentar su propio hogar en Calbarás ya que la vida de la gran urbe ya no les gustaba.
Calbarás era un pequeño pueblo costero que prosperó muy rápidamente en poco tiempo llegando a convertirse en la ciudad que es hoy gracias a la buena mano que tenía mi abuelo con los negocios. Dio mucho trabajo a la gran mayoría de los habitantes del pueblo y abrió nuevas rutas comerciales, sin dejar de lado que dio a conocer al resto del reino los productos que tan bien se nos da hacer: trabajar la plata.
Pero no todos veían con buenos ojos la pequeña fortuna que mi abuelo comenzaba a amasar. La familia Lobeth siempre fue la que tenía el control del pueblo haciendo con sus habitantes lo que querían y ver que ya no ejercían presión sobre la gente comenzaron las envidias. Pero sobre todo la que más celos guardaba de la recién llegada era Yuno. Pero ajeno a todo esto, mi abuelo estaba más preocupado de su hermosa mujer y de la noticia que acababa de recibir: iba a ser padre de la que hoy es mi tía. Y un año y medio después de mi padre, Dyeld.
Descubierta
Como cada mañana, hacía mis tareas en casa lo más rápido posible para poder pasar el mayor tiempo posible con mis abuelos. Cuando era una niña me encantaba escuchar una y otra vez las más de mil historias que mi abuela se sabía sobre sus antepasados elfos: grandes guerreros, respetuosas magas o paladines de renombre. Jugueteaba por todos los rincones de la casa de mi abuelo emulándoles y todas las noches al irme a la cama soñaba que me convertía en uno de ellos y vivía grandes aventuras y que se escribirían libros sobre mí… Tenía una gran imaginación.
Mi abuela estaba peinándome mi rizada melena pelirroja mientras me intentaba convencer de asistir a la fiesta que tendría lugar en dos días. Intentando no parecer muy autoritaria, tomó aire y me dijo:
-«Tulliële, no empieces de nuevo. Ya te he dicho que tu padre lo hace con toda la buena intención. Además, no podemos faltar a la fiesta de Sarata Lobeth.»
-«Porque faltemos un año no va a pasar nada, todos los años igual. Esas fiestas son muy aburridas…»
-«¡Pero si van a asistir muchas muchachas y muchachos de tu edad! Entre ellos… Zack. ¡No pongas esa cara jovencita! Zack es un buen muchacho. Ya tienes 16 años, ya vas teniendo edad para ir fijándote en los chicos.»
Ya estaba otra vez con el mismo tema. Aunque no lo hacían con mala intención, últimamente tanto mi madre como mi abuela no dejaban de dar vueltas al asunto, que si mira el frutero, que si no me gusta algún chico… ¡qué cansada estaba de esas dos! Lo que realmente llenaba mis pensamientos era el pequeño libro de cuero que encontré en el desván del abuelo. Nunca antes me había fijado en él, pero hace unos meses lo encontré entre unas cajas y cubierto de polvo. Parecía un diario, pero entre algunos párrafos, si estabas atento, estaban escritos algunos hechizos sencillos de mago. «¡Por Ioun!» pensé «¡esto es genial!».
Los estudié a fondo dedicándome a ello la gran parte de mi tiempo. Al principio no lograba ni un leve cosquilleo, nada… hasta que una tarde de entre mis dedos apareció uno pequeño resplandor. Comencé a pegar saltos de alegría por toda la habitación, ¡tanto estudio por fin daba resultado!
-«Tulliële, ¡qué haces hija! ¿te has caído? ¿estás bien?» Gritó mi madre desde el piso de abajo. Pero rápidamente disuadí a mi madre de subir a ver qué es lo que pasaba. No podía saber nada de mi pequeño secreto.
Al principio acababa un tanto agotada, pero poco a poco estos pequeños trucos no requerían de tanta concentración. Y necesitaba saber hasta dónde podía llegar, así que decidí que al atardecer me acercaría al final del camino del este e intentaría mover algo un poco más grande. Con la escusa de ir a cenar a casa de los abuelos me despedí de mis padres y corrí todo lo que pude para comenzar con mi segunda fase de entrenamiento.
Miré a mi alrededor, no había nadie. Los nervios y la emoción no dejaron concentrarme y tardé unos diez minutos en contener la risilla. Tomé aire, cerré los ojos y me concentré en un tronco que años atrás fue un majestuoso árbol. No estaba a un palmo del suelo cuando un grito que provenía de mi espalda hizo que perdiera toda la concentración y el tronco cayera al suelo con un sonido sordo.
-«¿¡QUÉ!? ¡Qué diablos acabas de hacer!»
Era Zack, me había seguido y no sabía de dónde salía. «Maldita sea. La he cagado pero bien, descubierta por este idiota.» Desde el primer momento en el que nos conocimos nunca me cayó bien. Esos ojos agrisados escondían más de lo que sus amables palabras dejaban ver. No sabía cómo salir del embrollo. Nuestras miradas se cruzaron, ninguno decía nada, en mi caso por miedo, pero no lograba comprender el porqué de que él continuara allí de pie y no salió corriendo a contárselo a su familia o a todo aquél que se cruzara en su camino. Permanecimos en silencio hasta que la suave brisa marina nos trajo las voces del pequeño séquito que seguía a Zack a todas partes que se dirigían hacia nosotros. Su grupo de tres amigotes, a cual más tonto que el anterior, no hacían otra cosa que burlarse de cualquiera que encontraran, siendo yo su diana favorita. Un comportamiento un tanto infantil para unos chicos que me doblaban en tamaño y me sacaban dos años. Sin decir nada él se dio media vuelta en dirección a las voces y cuando se encontraron tomaron una nueva en dirección opuesta a la que me encontraba yo.
Al día siguiente esperaba encontrarme con mis padres y mis abuelos dando gritos de ira por haberles ocultado algo tan importante. Pero no ocurrió nada. Me dediqué a obedecer a mi madre en todo lo que reclamara y ese día no utilicé la magia.
Imagen: Soul Born por Daniel Dos Santos