Archivo de LumensolisArchivo de Lumensolis

Había consultado ese mapa tantas veces que se lo sabía de memoria. Intuía que era importante pero nunca imaginó que en él hallaría la respuesta que tanto estaba buscando. La pista que encontró Meltem en él a primeras no les decía nada ya que era una combinación de letras y números que sin contexto alguno no servían de nada. No obstante, que estuvieran ocultos significaba que el rey no quería que nadie lo descubriera.

Pasaron horas en los aposentos del rey Ugzhul, ni Leylak ni su guardia personal lograban descifrarlo, y por más que lo volviese a intentar la maga no había más escritos ocultos por ningún lado.

―Mi señorra, ser posible que yo estarr equivocado, pero mi gente guarrda cientos de mapas tanto de terrenos como de las montañas. Tantos que necesitarr llamar por números parra consultarr después ―interrumpió Dukhim.

―¡Eso es, Dukhim! Leylak, está claro. Si el rey ha estado investigando la montaña no creo que aquí dispusiera de toda la información. ―dijo Meltem― Debéis tener alguna biblioteca o algo parecido, ¿no?

―Tenemos un archivo. Es muy posible que el rey fuese allí a por el mapa… ―Leylak los miró sorprendida― No había caído en ello pero es una buena idea. Bueno, en realidad es la única que tenemos. Meltem, me serás de gran ayuda en los archivos. Tu e Issobell me acompañaréis.

―¿No podemos ir?

―No os lo toméis a mal, Neal. No creo que hayáis usado un libro más allá que para hacer una hoguera con él. Os quedaréis con Hessa, mi doncella. Preparad los petates y las armas. No tardaremos en partir de nuevo.

Issobell agradeció la atención que Leylak le prestaba, salir a conocer un poco más la ciudad la ayudaría a pensar en otras cosas. Lumensolis era diferente al resto de las ciudades en las que había estado hasta ahora. Las calles estaban perfectamente adoquinadas, no estaban sucias ni eran bulliciosas. Sí que había tiendas y mercados pero sin exceso y había el mismo número de ellas en cada barrio. Las casas, para su gusto, eran un tanto rústicas y pocas pasaban de los tres pisos. No había gran aglomeración de población y, aunque en algunas casas se notaba, la diferencia de estatus no definía la estructura la ciudad. Todo parecía estar medido al milímetro y todo respondía a un mismo estilo. Había un par de cosas que le habían llamado la atención, más que el resto. La primera era que las posibles peleas de taberna y altercados entre ciudadanos eran resueltos a duelos denominados como «a primera sangre». Lo otro que le había llamado la atención decidió armarse de valor y preguntárselo directamente a Leylak.

― No he podido evitar observar que en su ciudad no existe la mendicidad, mi señora. ¿El reino de Lumensolis es tan autosuficiente?

― ¿Mendigos, me decís? ¿Qué beneficio obtiene el perro de las pulgas que sólo viven gracias a chupar de su sangre? Lumensolis no es un país de vagos. Desde el niño al anciano, todos colaboran por el funcionamiento del reino y cada uno sabe cuál es función. Si no se es útil para la sociedad se va más allá de la frontera. Si no, siempre puedes ser la primera línea de los batallones. Morir con honor es al menos lo único que podemos ofrecerles.

Aunque había cosas con las que no estaba de acuerdo, las palabras de Leylak quedaron resonaron en su cabeza. Tenía tanta lógica su discurso que le fue imposible rebatirlo.

Meltem, por su parte, estaba emocionada y no prestó mucha atención a la conversación. Nunca había estado en un archivo real. No quería insultar su inteligencia sin embargo era bien sabido que la pasión de los semiorcos residía en las armas y no en el papel, y desde que estaba con Leylak nadie le había demostrado lo contrario. Se imaginaba que el mismo edificio servía tanto de archivo como de biblioteca en la planta baja y que la superior servía de almacén para algún tipo de arsenal.

―Es allí enfrente.

No tardaron mucho en llegar y como sospechaba el edificio que señaló Laylak constaba de solo de planta baja y su tamaño no era muy considerable. La mueca de sonrisa que comenzó a dibujarse en su cara se esfumó rápidamente al comprobar que cuanto más se aproximaban al edificio el número de guardias aumentaba.

―Mi señora, ¿por qué hay tanta guardia?

―En el mundo tan hostil en el que vivimos, Meltem, si no hay nada por escrito que justifique que las tierras son tuyas no tienes nada. Cuando se trata de invadir el primer objetivo de los semiorcos es ir a destruir la cultura escrita. ¿No lo hacéis así en vuestro continente? Veo que aún os queda mucho por aprender.

Al entrar en el pequeño edificio no había rastro de libros o documentos por ningún lado. Sólo un par de estanterías con algunos botes vacíos y un semiorco con parche en sobre su ojo izquierdo sentado en un orejero de color verde que sólo dejó de prestar atención al tabaco de su pipa al oír que Leylak se presentaba.

―La última de los Lukuf. ¿Qué encargo le hace venir a verme una de los tres consejeros del rey?

―Tan gruñón como siempre, Garmkil. Tenemos ordenes directas del mismo Ugzhul. Déjanos pasar o responderás ante él.

Con un gruñido dejó su pipa apagada sobre la mesa y con ayuda de una muleta se incorporó. Garmkil fue uno de los mejores capitanes que tubo la guardia de Lumensolis hasta la última gran guerra. En ella no solo perdió el ojo izquierdo a causa de una flecha, sino que también perdió la pierna derecha a causa de la gangrena ocasionada por un tajo muy profundo. Por honor a sus grandes méritos el rey mismo le encomendó la custodia del archivo real.

El chirrido que desprendió la compuerta de hierro oculta bajo la alfombra hizo que tanto Meltem como Issobell pusieran cara de dolor. Garmkil esperó a que Leylak y su séquito bajaran para volver a cerrar la compuerta. La sala a la que accedieron era enorme y estaba bien iluminada. Bajaba en forma de caracol unos seis pisos, todos repletos de libros y archivadores. A Meltem le pareció el paraíso.

Descendieron cuatro pisos y encontraron el archivador que andaban buscando. Había documentos muy antiguos sobre las primeras cuentas del reino, otros que hablaban de la fundación de la ciudad y los Sacros Protectores, los primeros estatutos de paz entre lumensolies, ya fueran humanos o semiorcos… Nada que Leylak considerase importante en ese momento. Issobell encontró un pequeño dibujo de lo que parecía ser una estancia dentro de la montaña y el nombre del dios Lenseng escrito a un lado.

―Esto debe ser lo que el rey anda buscando, ¿no creéis, mi señora?

Leylak examinó el dibujo a fondo pero no pudo comprender muy bien de qué se trataba y entre los papeles no había nada más sobre ello. Meltem la sacó de sus pensamientos.

―He encontrado otro mapa idéntico al que tenéis vos, y este también tiene información oculta en el reverso. Indica cómo acceder a la Montaña Roja a través del santuario de Lenseng de la entrada norte y de los pasos a seguir para llegar a una cámara oculta en el mismo corazón de la montaña.

De repente el dibujo que había encontrado Issobell cobró mucha importancia para Leylak y dándose cuenta de ello lo guardó con sumo cuidado junto al mapa al terminar de estudiarlo.

―Lo tenemos. Es hora de partir de nuevo.

 


Continuar con la historia


Imagen: Fantasy Library Bookshelves Circle Tower

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