Al levantarme esta mañana me he encontrado una carta. Estaba ahí, como si alguien la hubiese deslizado bajo mi puerta y, sin esperar a mi reacción, se marchó por donde vino. Me pareció raro, pero estas cosas a veces suceden así, sin avisar, y la curiosidad venció a mi cautela.
Me acerqué a la chimenea y me senté en el pequeño orejero. Las ascuas aún estaban calientes y la lluvia continuaba cayendo desde hacía dos días. Estas cordilleras de Malasthar son bien conocidas por su abundancia de agua, y no precisamente por albergar grandes lagos. El sobre no era muy grande, estaba amarillento por el paso del tiempo pero desprendía una fragancia afrutada muy agradable. Dentro no había más que un pequeño mapa de la zona con unas coordenadas. Quien quiera que fuera quería que encontrase algo y mi espíritu aventurero no me dejó pensármelo dos veces y sin darme cuenta ya había salido de la taberna y la lluvia comenzaba a mojar mi ropa.
El lugar no estaba muy lejos, quizá algo más de a medio día a pie. Mis pasos me adentraron más en las montañas y el terreno comenzó a ser boscoso. Llegué al sitio que indicaba el mapa. No había nada. Sólo árboles y más árboles. Me apoyé en un tronco que descansaba en el suelo, quizá aburrido de ver solo árboles, como lo estaba yo en ese momento. Dejé mi mochila en el suelo e hice un pequeño fuego para entrar en calor, pero el agua no ayudaba nada. El sonido lejano de unos pájaros me hizo mirar en su dirección. Salían de una pequeña oquedad. Recogí mis cosas y con paso apurado llegué a la cueva. No era muy grande pero me servía para entrar en calor y reanudar mi vuelta a la posada.
No dejaba de pensar en que esta salida no había sido más que una pérdida de tiempo y no lograba entender el motivo por el cual alguien habría querido que viniese aquí. No parecía una emboscada, ya que de serlo así ya me habría enterado, y tampoco portaba nada de gran valor. Quizá sería por…
Un ruido metálico que provenía del interior de la cueva me sacó de mis pensamientos. Tal vez el mapa no andaba muy desencaminado y sí que había algo interesante que explorar. Según me acercaba el sonido era más nítido pero aún no terminaba de diferenciar si eran cacerolas o armas que eran movidas torpemente. Habían acondicionado la cueva para poder vivir allí, pero todo era muy rústico y un tanto maloliente. Se oían unas vocecillas al final del pasillo. Logré acercarme lo suficiente como para distinguir que eran dos goblins, quizá tres, pero no más. Discutían sobre qué hacer con algo que había en un cofre que habían logrado saquear hacía unos días. Me asomé lo justo para que no ser vista y así estudiar el terreno. Unos camastros al fondo, un par de calderos y varios sacos medio vacíos repartidos por todo el suelo sin orden alguno. Dos de los goblins discutían en mitad de la sala, uno de ellos amenazaba al otro con un cucharón de madera a modo de espada, y un tercero dormía a pierna suelta sobre una caja, no muy grande, de madera. No había ninguna otra salida ni parecía que la cueva continuase, así que aquella caja sería el motivo de la discordia.
La pelea fue a más. El del cucharón comenzó a pegar al otro con su utensilio de cocina en la cabeza mientras soltaba improperios, el otro se le lanzó a su cuello y ambos rodaron por el suelo. Aproveché la situación para entrar en sigilo, mi plan era noquear al que aún dormía, hacerme con la caja y salir sin que los otros dos notasen mi presencia. Y todo abría sido así si no fuera porque en mitad de mi huida me tropecé con un saco medio vacío. La caja cayó al suelo conmigo y se rompió. Todo lo que había en su interior se esparció por el suelo y los goblins pararon de pelear y me miraron asombrados.
― ¡Llevar tesoro! ¡Llevar tesoro de nosotros!
Dijo el que iba ganando la pelea y con un grito se lanzó a por mí. Yo no quería iniciar ninguna pelea, y menos con un par de sucios goblins. Cogí lo primero que tenía a mano del interior de la caja y me levanté de un salto mientras el otro goblin recogía del suelo el cucharón de madera. El primer goblin se interpuso en mi camino pero logré derribarlo de un empujón pero el otro me lanzó el cucharón que se lió entre mis piernas y casi me hace tropezar. Por suerte no caí pero sí que me di un gran golpe en la cabeza contra la pared de piedra.
Salí corriendo de la cueva poniendo cuidado en no tropezar de nuevo y puse rumbo de vuelta a la taberna. Dejé de oír los insultos de los goblins después de un rato y tras comprobar que ya no me seguían y aflojé el paso. Casi sin aliento y sin que nadie me siguiera los pasos me posé en un pedrusco y saqué el objeto que había cogido. Era pequeño, alargado y de un fuerte cuero negro. En lo que parecía la tapadera tenía incrustadas unas pequeñas perlas de plata que formaban el dibujo de un par de flores. No pesaba mucho pero lo agité ligeramente y pude oír cómo lo que había dentro tintineaba.
Con el tiempo supe cómo abrirlo y averigüé lo que tantas veces me quitó el sueño. Pero esa es otra historia.
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