Caía una noche gélida y brumosa en las calles de Copenhague. El bullicio había desaparecido hacía horas, y aunque algún bribón todavía deambulaba por las callejuelas en busca de un botín fácil, el silencio yacía pesado sobre aquella tranquila comunidad. A lo lejos, el débil resplandor de las antorchas parpadeaba, luchando por atravesar la niebla espesa.
En una parte remota del barrio de Christianshavn, erigida sobre montículos de tierra arenosa y rodeada por aguas inquietas, se encontraba la Casona de Edgardholm, una vieja construcción cuyos muros, llenos de grietas y moho, parecían a punto de derrumbarse. A aquel blasfemo lugar se llegaba tras cruzar varios puentes estrechos y sinuosos, alejándose de la urbe y adentrándose en un laberinto de sombras y niebla tan densa que, se decía, tenía vida propia. Los canales rodeaban la construcción, haciendo que la humedad y el frío fueran constantes, y el rumor del agua helada resonaba como un susurro siniestro en la quietud de la noche.
Dos figuras se movían con sigilo por el interior de la Casona, en busca de las escaleras ocultas en la tierra podrida que guardaban el acceso a una cámara interior. Las leyendas sugerían que esas zonas de poder habrían sido cavadas en la antigüedad, albergando círculos de poder impresionantes. Auténticos resquicios de Líneas-ley.
Uno de ellos, bastante más corpulento que su acompañante, se plantó frente a la caverna, escondida por debajo de los chirriantes maderos de la mansión.
— Bruja, tenías razón. Todo este lugar apesta a Kaos y a magia salvaje. — espetó con una voz de ultratumba. Cuando se retiró la capucha, se pudo reconocer a un hombre de rasgos toscos, casi cavernícolas, con un ojo completamente verde y un montón de cicatrices en la cara. Sin duda, era el Danzante de la Espiral Negra conocido como Björn Wulfhart, un traidor de los Colmillos Plateados que había vendido su alma y su propósito en pos de las maquinaciones del Wyrm. — Ahora, ¡exijo mi pago!
La mujer carcajeó brevemente, mientras se retiraba la capa que cubría su cabeza y sus hombros. Era una joven bella, con la piel marmórea, unos ojos púrpuras penetrantes y una larga y lisa cabellera rubia. Se puso de cuclillas para encender varias velas de fuego verdoso. El titileo de las llamas iluminaba tenuemente la estancia: claramente, era una caverna excavada por el ser humano. Las pinturas de las paredes sugerían que habían sido elaboradas hacía muchísimo tiempo.
— Tranquilo, mi particular y ansioso bruto. — se dirigía a la bestia con una indiferencia pasmosa, sin tener miedo del monstruo que estaba a su lado. — Antes de que acabe la noche, te daré tus hijos arcanos para que destroces a tus enemigos. — pronunció de manera sensual y sugerente.
— No tienen que destrozar a mis enemigos, bruja. ¡Tienen que detener a Alaric! ¡Ese bastardo es la última línea de defensa de la Corona Congelada! — empezaba a notarse que la paciencia del hombre lobo no era su punto fuerte. — ¡A mis enemigos LOS DESTROZO YO!
— Vale, vale. Cálmate de una vez. Si te pones a pegar gritos, los vecinos no tardarán en venir a fisgar. — la hechicera sacó un montón de polvo ceniciento y empezó a esparcirlo por el centro de la habitación. Después, sacó una tiza y empezó a dibujar símbolos arcanos. Björn torció el gesto.
Mientras el Garou esperaba, inquieto, en una de las esquinas, observando cómo su acompañante finalizaba la preparación del ritual, ella le echó una mirada de desprecio.
— Sabes que si me echases una mano, terminaríamos antes, ¿verdad? — sugirió, con una mueca de provocación.
— ¡Silencio! He pedido tu magia, Solveig. ¡Dámela y cállate! — bramó, sin mostrar un ápice de empatía. La mujer movió la cabeza, negando.
— En fin, trabajar con vosotros siempre requiere una paciencia sobrenatural. — masculló mientras daba los últimos toques al círculo mágico. — Ya está, ahora dame la gema del Palacio de Cristal.
Björn observó el diamante que tenía entre sus manos: lo robó de uno de los secretos mejor guardados de la región. El Palacio de Cristal era el hogar de una criatura muy poderosa, una mujer que tenía a su servicio a un draco auténtico. Flotaba más allá de las nubes, y el mero hecho de haber alcanzado aquel lugar costó la vida de varios de sus compañeros. Sólo él, y otro Danzante capaz de transformarse en un murciélago corrupto, lograron poner sus pezuñas en el suelo embaldosado del Palacio. Sin embargo, meterse en uno de los palacetes y apropiarse de un fragmento de poder de una de las Estigmas era una epopeya y un logro impensable para cualquier mortal.
Pero él, Björn «Ojo de Nieve» Wulfhart, Traidor de los Colmillos Plateados, Patriarca de Finsternis y Azote del Wyrm, lo había logrado. El dragón montó en cólera en cuanto sintió que su santuario había sido profanado: el hedor a Wyrm de los intrusos era insoportable. Los acabados marmóreos de aquella fortaleza voladora, arrancados directamente de la oniria humana, se quebraban a medida que Björn y su Theurge, un achaparrado Metis, fisgoneaban por cualquier recoveco.
Sin embargo, no tardaron en localizar lo que buscaban: la bruja Solveig le había susurrado en runas blasfemas y atormentadas lo que necesitaban: una gema plateada, escondida en uno de los alcázares del Palacio de Cristal, que descansaba sobre un cojín de terciopelo. Era un fragmento de energía de la Estigma Superbia, cristalizado a partir de su propia aura. Para Solveig era incognoscible el motivo por el cual esta entidad sobrenatural había creado un objeto de tanto poder, pero eso ya no importaba. Björn puso sus peludas garras encima del artefacto y empezó a correr, mientras gritaba a su secuaz que cambiase a Crinos para salir volando de ahí.
El regreso a tierra firme fue tenso y repulsivo, mientras los dos Danzantes surcaban los gélidos cielos de Dinamarca perseguidos por una gigantesca sierpe alada. El dragón lanzó un mordisco que se llevó por delante al miserable Theurge, pero a Björn ya no le importaba. Aquella noche iba a ver nacer a sus hijos de la escarcha y la sombra, y con ellos podría conquistar el clan de la Corona Congelada.
— ¡Björn! — gritó Solveig, con expresión enojada. — ¡Dame la maldita gema!
El aviso de la bruja devolvió la atención a Björn, que gruñó y se lo tiró con desprecio. Afortunadamente, Solveig tenía bastante destreza manual y lo atrapó al vuelo.
— Si no fuese porque esto nos conviene a los dos… — masculló para sí misma, mostrando cara de asco a su acompañante. — Está bien, me voy a tumbar sobre el círculo. Tú ponte encima de mí e intenta ir rápido…
—¡Sucia ramera! Yacer con un Patriarca del Wyrm debería ser un honor para tu estirpe inferior. — poco a poco se acercaba a la bruja, con una clara muestra de asco y desprecio. —¡Espero que este acto repugnante dé sus frutos, o me comeré tus entrañas!
Pero Solveig era consciente de que, aunque fuese un violento cambiante corrupto por el Destructor, Björn no era más que un perro ladrador. El coito fue rápido, insatisfactorio para ambos y ciertamente doloroso para ella, pero las consecuencias le iban a transformar en una de las hechiceras más poderosas del Viejo Mundo.
En seguida notó como la semilla del hombre lobo se expandía por su vientre, e inmediatamente aprovechó para erguirse y comenzar el sortilegio encima de la gema plateada. Los fluídos de ambos se unieron en una amalgama repulsiva, infecta y hedionda, que cayó como un reguero de engrudo sobre la delicada pieza argéntea. Un estallido de energía azulada surgió de repente, mientras los restos se amalgamaban en una suerte de feto cristalino. Björn, desnudo por completo, contemplaba las consecuencias del ritual desde una esquina de la habitación, con sus ojos iluminados por la energía arcana que desprendía el foco.
—Ya se están formando, Björn. — chilló, plena de éxtasis, Solveig, mientras llevaba a cabo los complejos signos arcanos con sus manos. —¡Contempla a los Filii Duorum! ¡Nuestros hijos del hielo y la oscurid…!
Antes de que pudiese finalizar su frase, el pecho de la bruja fue atravesado por un pilar de hielo plateado, procedente de los dos bebés sobrenaturales que acababan de formarse. El aura del Danzante de la Espiral Negra y la suya estaban tan corruptas que habían dado forma a fuerzas irresistibles de la naturaleza.
— ¡Idiota! ¡Estos bastardos rebosan energía del Kaos…! — bramó Björn, presenciando cómo su aliada iba convirtiéndose en una estatua de hielo. La fuerza gnóstica que brotaba de los gemelos destrozó en mil pedazos el cuerpo de Solveig. — ¡Mierda!
Sin embargo, en las profundidades de aquella caverna, bajo la Casona de Edgardholm, nadie iba a escuchar los gritos del Garou. Toda su vida pasó frente a sus ojos: su despertar como defensor de Gaia, la frustración que sentía al estar en un entorno tan opresivo como lo era la Corona Congelada, su traición y deserción al clan de Finsternis, su iniciación en la Espiral. Todo tenía un objetivo: demostrar que él era el Garou más apto, el más poderoso. Björn era consciente de que no lo había logrado.
Superbia estuvo siguiendo a los intrusos desde que osaron profanar su Palacio de Cristal. Antes de que el Danzante estuviese cubierto por el hielo primordial de los Filii Duorum, se presentó ante él.
— Tú y tu amiga me habéis causado un leve dolor de cabeza, perro. — su dicción era perfecta, sus ojos brillantes como un cielo soleado, y sus cabellos de oro caían sobre un vestido blanco como la nieve. — Pero veo que vosotros mismos os habéis puesto los grilletes. — sonrío. Ella era inmune a los efectos de congelación. — Voy a tener que llevarme a estos pequeños de aquí, no pueden estropear mi ciudad. Vosotros dos tendréis el inmenso placer de simbolizar un ínfimo desliz en mi seguridad. — sólo quedaba el rostro de Björn por ser devorado por el hielo. — Finsternis prosperará sin ti. Te olvidarán. Y no serás más que una mota de basura en el recuerdo de la humanidad.
Los susurros de Superbia fueron lo último que Björn «Ojo de Nieve» Wulfhart escuchó antes de morir congelado por sus hijos corruptos. Los niños, ya con el aspecto de infantes de tres o cuatro años, miraron desconcertados a la Estigma, que se arrodilló para abrazarlos.
—Vuestro poder es demasiado terrible. Os necesitaré en el futuro, pero ahora tendréis que dormir.
Aquella noche, la temperatura en el barrio de Christianshavn fue insoportable. Varios murieron por los descensos repentinos, y fueron encontrados al día siguiente por la guardia de la ciudad. Pero nadie recordaba a la bruja Solveig ni a su fornido acompañante, el traidor Björn.
Imagen: Generada por Inteligencia Artificial.