El silencio reinaba en el lugar. Sólo nuestras respiraciones y los cascos de nuestros caballos reverberaban contra las piedras de la montaña que albergaba el Templo de Kaj. La estatuilla había vuelto a su hogar. No sabíamos qué nos encontraríamos allí dentro ni qué nos depararía nuestro destino, pero llegados a este punto del camino ya no había vuelta atrás.
La entrada era un pasillo que se abría ante nosotros invitándonos a entrar. Estaba todo oscuro y no podíamos ver nada. En el momento en el que nuestra vista se acostumbró a la oscuridad del interior pudimos contemplar con asombro la macabra realidad del templo. Las paredes estaban recubiertas por calaveras. No había ni un solo hueco vacío. Nos miraban con sus cuencas vacías juzgándonos por ser intrusos que no pertenecían a ese lugar.
Un extraño escalofrío recorrió mi espalda.
La luz era muy tenue, pero era suficiente para poder movernos por aquél cementerio de calaveras. Al final del pasillo había tres losetas de piedra con una palabra cada una. De izquierda a derecha se podía leer:
FE – SERVIR – DEBER
Un el pasillo se abría en dos; uno a la izquierda y otro a la derecha. Korko, Droste, Yogurta y Ramplocin debatieron por cuál de los dos caminos seguir. La teoría de Yogurta era que quizá uno de los dos pasillos estaba destinado a los feligreses que debiesen demostrar su FE y el otro a los sacerdotes ya que su DEBER era enseñar la fe. Mientras ellos decidían yo permanecía atenta por si se oía cualquier otro ruido que se acercase a nosotros.
«Nuestro DEBER es acabar con esto de una vez por todas» fue la frase de Yogurta que decidió al final cual sería el camino a tomar.
La decoración del pasillo es idéntica al de la entrada, lleno de calaveras. El camino gira a izquierda, y al hacerlo nosotros vemos que a los lados del pasillo hay muchas puertas. Con precaución comenzamos a revisar las habitaciones. Tras abrir la primera puerta vemos que las habitaciones son muy pequeñas. Solo hay un camastro, y sobre este, el esqueleto completo del que antaño fuese un feligrés con una armadura como los habitantes de Criabul, pero muchísimo menos cuidada. Ver que el esqueleto no se movía como los de la última noche nos hizo coger confianza. Fuimos revisando cada uno el resto de las habitaciones, y en todas encontramos lo mismo que en la primera.
El ruido de una espada oxidada chocar contra el suelo hizo que me girase de un salto en esa dirección con mi martillo en la mano preparada para lo peor. Pero ver a Korko cargado de calaveras y espadas hizo que parase en seco, y soltase una carcajada. Su plan era que si en algún momento se levantaban por algún tipo de sortilegio o magia estos no supiesen por donde ir ya que no tenían sus cabezas-calaveras. Y no nos podrían atacar porque no tendrían sus armas a mano y no las podrían buscar ya que no tendrían sus cabezas-calaveras.
Aunque algo disparatado, en ese momento su plan nos convenció a todos. Y satisfecho por su buena idea dejó en el pasillo las cabezas y las espadas.
El final del pasillo volvía a girar a la izquierda, momento en el que nos dimos cuenta que quizá en algún momento el pasillo terminase en la misma entrada. Pero en esa esquina, a la derecha, se encontraba un gran portón de madera con bajorrelieves de piedra de extrañas figuras.
La curiosidad nos puede más que el sentido común de terminar de revisar el pasillo e intentamos abrir las puertas. Anquilosadas por el paso del tiempo y por su gran tamaño nos cuesta mucho moverlas, por lo que la mejor idea es abrirlas lo justo para poder pasar, y un poco más para que la tripa del enano también pase.
Ante nuestros ojos se nos revela una inmensa sala excavada en la roca, con una claridad tal que nos cuesta asimilar por la penumbra del pasillo. El experto en montañas y rocas, Korko, sabe que a la hora de hacer esta sala se puso mucho empeño y cariño. Los suelos estaban pulidos y completamente lisos. Unos tres o cuatro metros desde el suelo, la paredes también estaban pulidas pero lo que quedaba hasta la bóveda ya era roca pura, cosa que al enano no le hizo gracia. «Ya que te pones a excavar tal obra en la roca termina tu trabajo» soltó farfullando para sus adentros.
Al fondo de la sala había un pequeño altar de mármol blanco. Al acercarnos a él vimos que en el medio de la superficie había una pequeña hendidura a forma de agujero que se asemejaba al contorno de la estatuilla de piedra. «Una vez devuelta a su lugar dejará de molestar…» Dijo Yogurta sacándola de su jubón.
Pero no fue así, para nuestra desgracia.
En el mismo momento en el que la puso sobre el mármol el suelo a nuestros pies comenzó a temblar. De repente la estatuilla abrió los ojos y atacó a Yogurta con una velocidad asombrosa. La estatuilla había cobrado vida. Se alejó de nosotros y en un abrir y cerrar de ojos estaba a nuestra espalada convertida en una mole gigante de piedra. Sus movimientos son lentos y sus gritos retumban en las paredes ensordeciéndonos.
No éramos capaces de asestar un golpe contra la mole, aunque era lenta sus puños amenazaban con acabar con nosotros si solo uno de ellos nos acertaba. Los esquivábamos como podíamos. Pero algo fallaba en nuestra estrategia. Desde el primer momento Ramplocin, Yogurta y yo luchábamos codo con codo para acabar con la estatuilla. En un momento de desesperación nos dimos la vuelta para pedir ayuda a Korko y Droste, para nuestra sorpresa estaban intentado abrir entre los dos la pesada puerta de madera. Al otro lado resonaban las espadas oxidadas y el chocar de huesos.
Ninguno de los dos respondía a nuestras llamadas, estaban como idos. El tatuaje que tenía Droste en su nuca brillaba. Cuando nos dimos cuenta de lo que estaba pasando ya era demasiado tarde y la estatuilla habló a través de ellos. Nunca saldríamos con vida de ese lugar. Moriríamos bajo las piedras o por los cortes de las hojas oxidadas de sus súbditos.
Sin importar las palabras de la estatuilla intentábamos hacerles entrar en razón, que tomasen el control de sus propios actos. Pero en sus cabezas estaban librando una terrible batalla. La estatuilla ejercía un gran poder sobre ellos. Entre gritos de desesperación y rabia Droste alzó su puñal y se arrancó el tatuaje, empujó a Korko en dirección opuesta a la puerta y la trabó para que los esqueletos no pudiesen abrirla.
Viendo que había perdido el control sobre uno de sus nuevos súbditos decidió que nos atacaría con el otro. Para él no eran más que simples peones que controlar para conseguir lo que quería.
Entre tanto pudimos asestar un par de golpes certeros, lo que ocasionó que la estatuilla pasase otra vez a ser pequeña y rápida. No éramos capaces de seguirle el ritmo. Solo nos quedaba esperar a que volviese a su forma gigante y evitar los ataques de Korko.
Una vez que volvió a ser enorme pudimos volver a plantarle cara. En un intento desesperado Ramplocin logró tocar su cuerno. Su melodía cálida resonó por toda la sala imbuyendo nuestro coraje a límites insospechados.
Un último golpe asestado por mi martillo hizo que la mole parase en seco. Al ver que Korko recobraba la consciencia nos alejamos todo lo que pudimos de la estatuilla. No tardó mucho en estallar en mil pedazos volviendo a ser una estatuilla pequeña inofensiva. La dejamos allí, sola, en mitad de la sala.
Tras la puerta ya no se oían a los esqueletos, así que decidimos salir de allí todo lo rápido que pudimos. Salimos por el lado del pasillo que no habíamos explorado. Evitamos como pudimos los esqueletos, que muy a muy pesar de Korko, todos portaban sus cabezas y espadas. Su plan no fue tan bueno como pensamos en un primer momento.
Aunque estábamos heridos por la batalla con la estuilla algo nos llamó la atención en una de las salas que se encontraba junto la entrada, justo por el lado por el que no habíamos ido. Era un almacén, y en uno de los estantes había un libro parecido al que tenía el Sabio de Ashmarra. Entre sus hojas pudimos leer el verdadero origen de la estatuilla. Tras ello todas nuestras dudas se aclararon.
Eones de tiempo atrás los enanos se toparon con un ser oscuro en esta montaña, una oscuridad que recordaba al propio Morgoth. No podían contenerlo ni hacerle frente, hasta que decidieron acudir a los elfos para que estos les ayudasen con su magia. Llegaron a un acuerdo y encerraron al demonio en una piedra. Si la piedra permanecía en ese templo nadie corría peligro ya que permanecía en un estado de eterno letargo. En cambio, fuera de esas paredes y de la magia elfa el demonio era capaz de atraer el mal para que le liberasen.
Dejamos a la estatuilla sobre el altar, ya que una vez derrotada habíamos agotado todo el poder que había estado reuniendo. Salimos del Templo de Kaj con una victoria agridulce. Realmente no acabamos con ella, se había quedado allí dormida, esperando a que algún otro incauto caiga en su trampa y la sacase de aquel lugar.
Con esos pensamientos en nuestras cabezas decidimos hacer un fuego y descansar para curar nuestras heridas. El camino había sido largo pero por fin podíamos descansar.
Sashka Norvvind-.
FIN.
[Volver a leer la historia. Espero que te haya gustado. Gracias por leerla hasta el final]
Relato resultante de las jornadas de rol en Langa (30-06-2017 al 2-07-2017). Ambientación: Tierra Media. Sistema: Rolemaster.
Imagen: Vista de las Catacumbas de París.
Gracias por compartir este camino, y por leerlo. Ha sido un placer y siempre guardaré estas jornadas de rol con muy buenos recuerdos y las recordaré siempre con cariño.