Aún era verano cuando llegaron a Venecia. Laura Wong sonrió al ver la ciudad de los canales, mientras caminaba tres pasos detrás de su Cuidador. Aunque su vida había sido corta y agotadora, Laura estaba orgullosa de pertenecer al Proyecto Ícaro y cumplir los encargos que su clan le enviaba. Aunque en realidad ella lo hacía para encontrar unas palabras de agradecimiento o una sonrisa de satisfacción. La aceptación de Bartholomew Connery, su viejo cuidador Garou era lo más importante de su vida. Una vida que consistía en rozar la perfección de lo físico y asesinar a quien Bartholomew señalase. Y eso le hacía feliz, sin pensar en el precio de la servidumbre.
La empleada del hotel fue muy amable con Laura, preguntándole sobre sus clases de violonchelo, a la vez que se sorprendía del tamaño del equipaje. Con su típico tono gris, Laura explicó a la señorita que su viaje consistía en ir presentando sus habilidades de chelista con el objetivo de promocionar los productos que su padre adoptivo fabricaba. La cara de la empleada se juntó en un complicado gesto de incomodidad y admiración. Laura recogió sus maletas y las de su Cuidador con facilidad y las trasladó hasta el ascensor; uno de los botones se sorprendió por la fuerza física de la chiquilla y se ofreció a ayudarla, oferta que la joven declinó con un forzado acento inglés.
En realidad, Laura Wong no era su nombre. Beatrisse Nikkolet fue una prometedora gimnasta rítmica belga, especializada en todos los campos de la disciplina. Sus padres, de origen francés y parientes de Furias Negras, pecaban de ser unos férreos maestros que sometían a su brillante hija a extensas sesiones de entrenamiento. La carrera de Beatrisse era tan genial que los patrocinadores competían entre ellos para ganarse los derechos; pero un día, soleado y tranquilo, Beatrisse se tropezó al hacer una vuelta sencilla y su torso se dobló unos 70º al revés, provocándole una invalidez de cintura para abajo. El tratamiento médico al que fue sometida le permitió recuperar la movilidad, pero apartándola de las competiciones para toda la vida. El rostro de decepción de sus padres fue tan desalentador que Beatrisse hubiese deseado morir a perder su carrera de gimnasta.
Tras perder su sueño, la joven abandonó los estudios y su forma física, caminando por los pasillos de su casa como un fantasma agónico. A los oídos de sus padres llegó la existencia de un proyecto médico financiado por empresarios norteamericanos en los que se curaba cualquier tipo de dolencia, desde tetraplejias a leucemias avanzadas; con los ahorros que habían estado guardando para el futuro de Beatrisse, ingresaron a su hija para que recuperase la agilidad de antaño. La joven protestó enérgicamente, argumentando que ella no necesitaba ninguna intervención médica y que podría tener una vida normal apartada de las competiciones. Pero la estela de fama que habían visto sus padres nubló el raciocinio de éstos y se despidieron de Beatrisse mientras era recogida en el aeropuerto de Amberes por un representante del Proyecto Nuevo Futuro, Bartholomew Connery. El hombre, vestido con un traje elegante de color gris y una sonrisa perfecta, le contó en susurros a la joven que el verdadero nombre del Proyecto era Ícaro. Y que ella podría ser una de esos adolescentes magníficos que poseen el poder de caminar bajo el sol.
Beatrisse estuvo a punto de no entrar en el Proyecto Ícaro debido a sus avanzados dieciséis años. Pero su tolerancia a las pruebas de asimilación y la poca gravedad de su estado físico la convirtieron en una de los sujetos más aptos. Una amarga carta de notificación a sus padres les comunicó la horrible noticia: Beatrisse no pudo superar la intervención y quedó parapléjica. Se les ofreció una cuantiosa suma de dinero como compensación y una asistenta que cuidaría a la chiquilla, pero ellos no quisieron saber más de ella. Enterraron los recuerdos de su prometedora hija y decidieron empezar de nuevo, dejándola de lado. Esta decisión benefició al clan Garou conocido como la Justicia Metálica y dueños del Proyecto Ícaro, convirtiéndose en los tutores de Beatrisse.
El precio de la servidumbre
Allí fue cuando Beatrisse Nikkolet pasó a ser Laura Wong. Una adolescente seria y taciturna, amante de la música clásica y con una educación exquisita. Asesina a sangre fría de importantes cargos políticos, financieros y del hampa por igual. Laura ya no recordaba cuándo fue la última vez que lloró, pero el dolor que sentía a veces de los golpes de sus objetivos hacía que sus lagrimales se humedeciesen. Laura no recordaba otro sentimiento que la servidumbre y el hacer feliz a Bartholomew. Cuando entró su Cuidador en la habitación con una carpeta roja y un sobre, Laura ya había preparado su pistola de 9mm y afilado sus cuchillos ka-bar. Él se sentó en la cama y abrió el sobre sellado, que contenía la foto del siguiente objetivo; Laura lo miró por encima, con curiosidad. Era la cara de Bartholomew Connery.
Imagen: Saoirse Ronan por kenernest63a