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El honor de los dragones bulle por sus venas; su pasado también.

  • Pronunciación: dracónido, dracónida, dracónidos
  • Particularidades: arcaicos, honestos, obsesivos, orgullosos
  • Características: fuerza, carisma, fortaleza
  • Habilidades: aguante, averiguar intenciones, historia, perspicacia
  • Clases predilectas: caballero, clérigo, hechicero
  • Idioma: sérpido (dialecto dracónido)
  • Daño de aliento: ácido, electricidad, escarcha, fuego, sónico o veneno

Considerados como una de las especies más antiguas de Esseria, los dracónidos son recios, taciturnos y honorables que no pertenecen a ninguna tierra en concreto. Sus orígenes son un misterio para las otras razas: se dice que fueron creados como compromiso de Valujna, el espíritu de los vientos y los cielos, con la humanidad; o que fueron los habitantes de un reino dragontino a los que Lenseng, la sierpe de las mareas y patrón de los dragones, maldijo por su arrogancia. De un modo u otro, los dracónidos pertenecen a dos mundos diferentes y enfrentados entre sí: por un lado su esperanza de vida y costumbres son humanas, y por otro la sangre de los antiguos dragones les otorga su ferocidad, su avaricia y su solemnidad.

Aspecto

Un dracónido sobrepasa la altura estándar de un ser humano, ya que suelen ser bastante altos y corpulentos. No suelen medir menos de metro noventa y la mayoría alcanza los dos metros treinta o dos metros cuarenta. Sus manos poseen tres dedos y un pulgar, y acaban en garfas retráctiles; en los pies la distribución es diferente: tienen tres garras posteriores y una púa o espolón que brota del talón.

La cabeza de un dracónido se asemeja a la de un gran reptil –incluso se podría decir que a un dragón- y está adornada a lo largo de su ancha frente con protuberancias óseas semejantes a crestas. Tienen el morro aplanado, y su forma protege los orificios de su nariz. De la parte anterior del cráneo surgen unos apéndices de cartílago que cumplen una función similar al cabello. Estos apéndices suelen ser adornados, recogidos y cuidados por los dracónidos; las hembras se esfuerzan mucho más en decorar que los machos.

Su epidermis está repleta de escamas serpentinas, excepto en las áreas más blandas –el vientre, las uniones de las extremidades- que tienen un tacto similar al cuero. La coloración de las escamas de un dracónido coincide con su herencia dragontina. Los ojos son brillantes como gemas en bruto, con colores variados que compaginan en armonía con las escamas.

En el interior de la garganta de un dracónido se encuentra un órgano vestigial que le permite producir sustancias nocivas y expulsarlas como si fuese el aliento de un dragón real. La composición varía de un individuo a otro, y el usode esta capacidad agota la sustancia durante unas horas. Las materias de estos alientos suelen coincidir con el tipo de dragón del que desciende el dracónido, aunque puede llegar a darse situaciones en las que esta afirmación no sea cierta.

Se suele creer que los dracónidos, al ser descendientesde dragones, son capaces de desarrollar alas o cola, pero no es así. Se cuenta que ha habido vástagos nacidos con tales extremidades, pero el espécimen común no posee estos rasgos míticos salvo la capacidad de exhalar un aliento similar al de un dragón.

Reproducción

Los dracónidos son mamíferos ovíparos con dimorfismo sexual. Tanto los machos como las hembras poseen una cloaca similar a la de las aves o los reptiles. Los machos poseen un primitivo pene retráctil resguardado en una vaina elástica entre las piernas, entre los órganos internos del pubis; sólo se emplea para el apareamiento, ya que evacuan sus desechos por la cloaca al igual que las hembras. Estas desarrollan dos bustos de grasa en el pecho, pero que carecen de pezones y la sensibilidad de las hembras humanas. Son capaces de producir leche, pero para que la cría se pueda alimentar de ellos, ha de atravesarlos con sus finos colmillos; amamantar provoca un enorme dolor a las draconarias.

El acto sexual no se trata a la ligera entre los dracónidos: debido a su particular sentido del honor, es complicado que unos individuos puedan forjar el vínculo necesario para llevar a cabo el apareamiento. Cuando se alcanza la confianza necesaria, el acto es tratado de manera ritual y llevado a cabo con la mayor tranquilidad posible. En la cultura draconaria no es habitual la perversión ni el sexo por placer, por lo que este tipo de uniones suelen ser sólo con fines reproductivos.

Las hembras tienen un periodo de fertilidad cada cuatro o cinco semanas, momento en el que los tejidos de su cloaca se preparan para recibir la semilla del macho. Si el apareamiento ha sido llevado a cabo, se formará un huevo en su interior que pondrá a los seis o siete días de su concepción; si no, expulsará el material residual como si fuese una deposición más. El periodo de incubación del huevo varía entre dieciséis a veinte semanas (4-5 meses) y, aproximadamente, durante ese tiempo la draconaria no tendrá más periodos de fertilidad. En el momento de la eclosión, la cría de dracónido aprende a caminar torpemente a los segundos del nacimiento, y en seguida busca la leche materna. La maduración se alcanza a los trece o catorce años, momento en el que comienza la pubertad y se puede comenzar a tratar al joven como un verdadero adulto.

Los dracónidos no pueden aparearse con otra especie que no sea la suya propia; los intentos de aparearse por parte de otros humanoides suelen acabar con bastante dolor en ambos individuos.

Situación

Conocidos por su particular y arcaico sentido del honor, los dracónidos son bien recibidos allá donde van como consejeros, guardaespaldas y músculos de alquiler. Los ancianos de sus tribus conocen la verdadera historia y guardan celosamente el secreto; consideran que honrar su condición como híbridos entre dragones y humanos es cumplir la palabra de Xelastris. Para lograr este objetivo, cada individuo es acogido por su comunidad desde su nacimiento y adiestrado lo mejor posible por sus mayores. Siempre que se pueda, la crianza de un dracónido no recae sólo en sus padres, también en el resto de miembros de la tribu.

Para un dracónido, romper un juramento es el exponente más extremo del deshonor, y cada uno debe asumir la responsabilidad de sus decisiones. Difíciles de tratar en un principio, aquellos que se toman en serio la dedicación y la sublimidad pueden ganarse su confianza. Tienen un resentimiento particular contra los iblisios; las relaciones entre las dos especies no han sido particularmente agradables. Los descendientes de Gylran recuerdan el papel que tuvieron los dragones en el exilio de su especie y los dracónidos desprecian el estilo de vida que llevan –y promueven– los iblisios.

Religión

Los dracónidos rinden pleitesía a Xelastris, el rey de las nubes e hijo del sol, más como penitencia que como adoración. Entre su pueblo, hay un buen puñado de sacerdotes, clérigos y sirvientes de la fe de la Precursora, que respetan tanto a Xelastris como a Lenseng, la sierpe de las mareas. Las creencias de un dracónido no se rigen por su especie si no por la vida que ha decidido llevar, pero jamás permitirá que el credo de una fe condicione sus decisiones o sus juramentos.

Origen

Muchas leyendas hablan de la creación de los dracónidos pero, salvo ciertos puntos coincidentes, ninguna de ellas explica con exactitud los orígenes de esta especie. En realidad el secreto de su creación está guardado por unos pocos eruditos ancianos, que conservan avergonzados la historia de Narelmayl, el primer dracónido.

En los albores de Esseria, existía un Imperio habitado por dragones llamado Alleinn Nuj. El emperador Nercerón, uno de los primeros dragones de acero y el más antiguo de la época, gobernaba a su pueblo con mano firme pero amable. Los dragones del Imperio vivían bañados en prosperidad y felicidad, hasta que unos humanos osaron invadir parte de las tierras. Los guardianes expulsaron a los transgresores con diplomacia, pero aquellos humanos insistieron hasta el punto de bañarse en sangre de diablos para obtener la fuerza suficiente como para plantar cara al Imperio de Nercerón. La situación requiso que el propio emperador participase para expulsar a los humanos diabólicos, pero aquellos rufianes llevaron a cabo un retorcido plan que hizo tambalear la autoridad de Nercerón.

Los humanos capturaron y torturaron a Nulsärax, la primogénita de Nercerón, y utilizaron el conocimiento –y el símbolo que representaba- para extorsionar al gran emperador y obligarle, no sólo a ceder los territorios invadidos, si no a llevar a su gente a librar una guerra contra los diablos que invadían la capital humana. Los mismos villanos que robaron a Alleinn Nuj usaron a los dragones de acero como tropas de choque contra los invasores que ellos mismos habían convocado. La decisión de Nercerón despertó resentimiento y odio entre sus súbditos, que se organizaron para dar un golpe de estado y arrebatarle su posición de gobernante. El día que los rebeldes se reunieron para enfrentarse al emperador, contaron con la ayuda de Nulsärax y la bendición de Xelastris, el rey de las nubes e hijo del sol, la deidad que protegía a los dragones. Hinchados de ego y con la convicción de que habían sido bendecidos por sus dioses, los insurgentes de Alleinn Nuj atacaron el palacio imperial. Nercerón aceptó la revolución y murió bajo las garras de su consejero, el ambicioso Narelmayl, que se nombró a sí mismo el nuevo emperador. 

Una vez que todo el Imperio estaba bajo su voluntad, Narelmayl ordenó un ataque a gran escala sobre el reino humano que había traído la desgracia y el deshonor a Nercerón. Antes de que ejecutasen la campaña, Nulsärax se acercó a Narelmayl, convertida ahora en su consorte, y le advirtió que había experimentado visiones proféticas sobre una maldición que caería sobre todo Alleinn Nuj si exterminaban a los humanos. El rey de las nubes iba a arrebatar el poder y la majestuosidad a todos los dragones del Imperio si osaban romper la palabra que Nercerón juró. 

Sin embargo, la advertencia de la joven dragona fue desoída y Narelmayl arrasó las tierras de los humanos. En los últimos momentos, Xelastris se manifestó como una luz brillante, cegadora y ardiente ante el vuelo del emperador, y con una voz que retumbó por todos los valles y todos los mares, condenó a aquellos que habían roto la palabra de Nercerón a vivir como humanos. El séquito de Narelmayl sufrió una sentencia divina, una condenación de la que ya no podrían escaparse, y se transformaron en dracónidos.


Imagen: Pixabay (fondo) / Pinterest (dracónida)

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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