Leyenda
En las profundidades de la más antigua biblioteca de Al-Ujib se encuentra un polvoriento y mohoso tomo en el que se relata, con terrorífica precisión, como los primeros ujibos fueron liberados del terrible yugo que ejercían los monstruosos ogros sobre ellos. Dirigidos por un misterioso profeta a través de las dunas del Desierto de Nunemanda, los esclavos supervivientes decidieron asentarse junto al océano, en una agradable bahía de playas cristalinas y levantar allí una ciudad-fortaleza que les protegiese de la cólera de sus captores.
Pero el lugar que eligieron como su nuevo santuario ocultaba, en el lecho marino, la prisión de una malévola bestia primitiva. Cuando las legiones de mercenarios goblinoides, dirigidos por sus amos ogros, alcanzaron los muros de la ciudad, la criatura que moraba en el fondo de la bahía surgió atraída por el olor de la guerra y de la muerte. El profeta, que guió a sus iguales a través de las ardientes arenas del desierto en la descarnada tierra de Guroalt, se plantó ante el ignominioso horror marino y lo sometió sólo con el poderío de sus palabras. El ejército ogro huyó aterrorizado cuando los ujibos pusieron de su parte a la atrocidad primigenia. Con la ciudad a salvo, el profeta y el monstruo se sumergieron en el mar para no volver jamás. Los que sobrevivieron al asedio juraban que los susurros del salvador recorrieron los muros de la ciudad para anunciar que permanecería vigilante por el resto de la eternidad.
Otras versiones de la historia cuentan que el profeta hizo un pacto con la bestia y los dos se unieron en un único ser mezcla de mortal y aberración, pero estos escritos son desacreditados por los practicantes de la fe. Aunque, entre los más fieles, se suele asumir la verdad.
Custodio de la Ciudad Dorada, Califa de los Abismos Marinos, el Cuerpo del Horror
- Ideograma: Semicírculo sobre triángulo dorado. Ciertas sectas heréticas añaden detalles de criaturas marinas, como una concha en espiral o un tentáculo.
- Religión: Uno de los pilares en Al-Ujib; dispersa en otras regiones.
- Devotos: Ciudadanos de Al-Ujib
- Moralidad: Orden a través de la doctrina y la civilización.
Adoración
Desde su nacimiento, los ujibos son instruidos en el respeto y en el seguimiento de las doctrinas que aparecieron en la espuma marina tras la marcha del profeta. Estos mandamientos, grabados en tres tablillas de piedra, exigen a sus fieles que extiendan la sabiduría de Yuseth allá dónde no lo conozcan, que trabajen con sus iguales para hacer grande Al-Ujib y que le honren tanto en el amanecer como en el crepúsculo. Todo ciudadano ha de cumplir con los preceptos del Custodio de la Ciudad Dorada para enaltecer el acto de sacrificio que el gran profeta hizo para su pueblo y así mantener el aura de protección divina que rodea a la región ujiba. El sacerdocio de los fieles de Yuseth busca asegurar el status quo otorgado por la abnegación de su salvador para poner fin a la persecución de sus seguidores.
Aunque no todos los fieles de Yuseth se mantienen férreos a las enseñanzas que surgieron entre espuma marina. Ciertos cultores reconocen la descripción del monstruo del lecho oceánico como un ser maléfico, exigente de sacrificios mortales y baños de sangre. Estos herejes interpretan la leyenda como si el profeta se hubiese inmolado para controlar, de manera temporal, a la bestia y usar su terrorífico poder en beneficio de la humanidad. Las sectas que se forman en torno a la adoración maligna de Yuseth le dan el título del Califa de las Profundidades Marinas, y son condenados por los simpatizantes de la fe original sin descanso; estos grupos heréticos ansían el regreso del demonio para que juzgue a los infames que han usado su sufrimiento en beneficio propio.
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Si bien destacan dos cismas muy diferenciados entre sí producto de la misma creencia, Yuseth no ha hecho acto de presencia ante ningún mortal desde la edad antigua.
El horrendo ser que emergió del mar era un híbrido colosal entre un amonite y un pulpo, de piel pálida y turquesa, y armado con cientos de tentáculos de los que surgían púas afiladas. En el centro de su cabeza se encontraba una boca terrible llena de pequeños y puntiagudos dientes. Carecía de ojos, y se movía a toda velocidad en el agua. La sola presencia de esta abyecta monstruosidad bastó para que los mercenarios de Azarov se batiesen en retirada.
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