El lloro de Barbarella

El lloro de Barbarella

9 de junio de 2118

Desde la mierda que pasé en el Parque de Atracciones con los zumbados de Amstrad Red, he intentado volver a las calles a ser el viejo Byron de siempre. Sin embargo, Ciudad Capital huele a rancio, hiede a problemas que no son de los existenciales, pero cuando uno curra de lo que curro yo, transmitir calma enfría y mantiene amistades.

La información es una pieza jugosa, un zumo que ha de probarse poco a poco sin atragantarse; los suburbios están bullentes de miedo, y nadie se atreve a pronunciar una palabra. La caída de la Troupé de los Payasos ha agitado demasiados avisperos, resintiendo el negocio; menos mal que conozco un par de comunas dónde una buena lata de Smash es recibida con miradas perdidas y bocas babeantes.

Siento algo en mi interior, y no es un buen rabo erecto, que no me deja dormir. Por la mañana vomito nada más que baba y gargajos blanquecinos: duermo solo. Quizás demasiado.

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Vómitos de neón y purpurina

Vómitos de neón y purpurina

27 de mayo de 2118

Ha pasado un tiempo desde que compré este cuaderno digital. No sé muy bien para qué, pero fueron unos diez digiecus mal invertidos. En la red hay un montón de basura tecnológica escrita, así que lo que estoy redactando va a importar bien poco, pero la soledad se está volviendo insoportable y yo necesito descargarlo por algún lado.

29 de mayo de 2118

Mi vida en Ciudad Capital no es lo que uno querría pero sí lo que uno necesita. Los tratos que he hecho con los Hermanos del Vudú me permiten pagarme este micro-apartamento, y aunque estoy caminando por la cuerda floja, antes estaba directamente en el suelo de la pista. ¿Quién soy? Algunos me llaman el “colega más barato”, otros saben que soy el Byron, pero nadie conoce con certeza mi pasado.

Soy el glamour personificado, y reparto polvos mágicos en ambos sentidos: sensoriales, tangibles y sensuales. ¿Qué mejor que un ciudadano no cualificado dispuesto a hacer lo que sea por unos digiecus? No sé si me siento orgulloso o me dan ganas de potar.

Es algo que ya no importa: en una mega-ciudad como Ciudad Capital, con sus conglomerados de cemento, distritos subterráneos y el sol marrón calcinando poco a poco los antiguos rascacielos, la identidad de uno se reduce a un número.

La noche se filtra por la ventana, con la luz lunar iluminando tenuemente el distrito Orilla Sur, mi residencia actual. Regresar a casa después de patear las zonas de reparto y escribir en este cuaderno es una forma de relajarse. Quizás publique mis memorias… ¿Quién las compraría?

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