BanqueteDelMarBanqueteDelMar

Hace mucho, mucho tiempo, existía un pequeño pueblo costero al suroeste de la provincia de Cerie, que vivía de las olas inquietas del Océano de la Solemnidad. Aquella comunidad, formada principalmente por pescadores y tejedores de redes, consumía cada día los frutos que arrancaban al mar. Sus pequeños eran entrenados en el arte de la pesca y el marisqueo, y sus ancianos transmitían de generación en generación las historias sobre los dones del océano.

Sin embargo, una mala temporada acaeció sobre los habitantes de aquella aldea. Siempre llegan los malos tiempos, no hay que temerlos, pero hay que estar preparados para poder afrontarlos y superarlos como mejor se pueda. Pero aquellos pescadores y marisqueros no pudieron soportarlo: el hambre y la miseria llegaron; el mar se había vuelto demasiado salado y las capturas eran incomestibles. Las maseras estaban cubiertas por una capa de sal repulsiva, los lenguados estaban formados por cristales salinos y los percebes no tenían más que agua salada en su interior. La desesperación empezó a extenderse entre todos los aldeanos del pequeño pueblo costero; la hambruna sacudió los cimientos de aquel idílico lugar al tercer mes.

Entre tanto, un chaval desobediente decidió meterse en las cuevas cercanas. No sabía qué buscaba, solo quería alejarse de su insoportable hogar. Allí, entre paredes de roca reseca y restos de sal, encontró un extraño altar desgastado por el desesperante paso del tiempo. Grabados incognoscibles, manchas repulsivas y una estatua de piedra caliza tallada con torpeza y simpleza. Cuando agarró semejante y asquerosa representación humanoide, un rayo de luz verdosa surgió del interior de la figura, y esta se desintegró en sus manos. Él también lo hizo, convirtiéndose en segundos en una masa protoplásmica sintiente.

Los sonidos que emergieron del océano helaron la sangre a todos los aldeanos. La mar empezó a revolverse y a levantarse, una galerna en ciernes que arrasó con buena parte del puerto. Decenas de despistados fueron arrastrados hacia el interior del mar y se ahogaron en aguas saladas. Pasadas poco más de dos horas, todo se calmó. Los destrozos del pueblo habían sido impresionantes, pero lo que iba a llegar cambiaría el rumbo de la comunidad.

Una criatura de torso humanoide y una parte corporal inferior similar a una ballena o beluga se alzó del mar, mostrando un nerviosismo desquiciante. Chapoteó por la costa hasta varar en una playa cercana, salpicada con los restos y maderos de los navíos que habían sido destrozados por la galerna. Allí intentó arrastrarse fuera del agua, como si lo que hubiese en su interior lo asustase, pero se topó de repente con una marabunta de pescadores que se habían acercado para ver más de cerca a aquel extraño ser.

El morador del océano intentó comunicarse, pero las membranas que cubrían su rostro y le daban un aspecto monstruoso, similar a una abominación de piel marchita, impidieron que los aldeanos entendiesen sus súplicas de ayuda. Lástima que su presencia no despertase pavor ni curiosidad por comprender qué era. El pueblo llevaba mucho tiempo pasando hambre, y los cuartos traseros de aquella criatura parecían deliciosos; un valiente se acercó y le cortó un buen filete, a lo que el ser respondió con un aullido estremecedor de miedo y dolor. Pero su angustia fue ignorada; su carne era deliciosa, y su sangre, de color marrón parduzco, sabía a elixir dulzón. En poco menos de un par de horas ya sólo quedaban los huesos de aquel curioso visitante. Su carne sirvió para alimentar al pueblo durante las semanas subsiguientes.

Se dice que el océano dejó de estar salado, que los lenguados, los ojitos, las merluzas y los congrios volvieron a ser manjares. Que los percebes, las quisquillas y las almejas pararon de estar llenas de agua salada. Y que la pesca volvió a relucir en aquel pequeño pueblo, ubicado al suroeste de la provincia de Cerie, en la república de Nerettea.

Eso es lo que se cuenta, porque la verdad es que si uno se pasea por ese lugar a día de hoy, solo encontrará las ruinas de lo que fue un poblado de pescadores. Un muelle carcomido por la mar, un puerto devastado por las olas y, en el centro de lo que podría haber sido una plaza, una repulsiva estatua de piedra caliza que representa un humanoide hibridado con algún animal del mar.


Imagen: Generada por Microsoft BING

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.