KaelDiarioDeKaelKaelDiarioDeKael

Cuando nació, no era más que una bola de pelo pequeña y asustadiza, incapaz de dañar a nadie. Con el tiempo, se demostró que Kael era tan sereno y tranquilo como una marea matinal, haciendo honor a lo que significaba su nombre, «el que viene del mar».

Su madre, una preciosa gatónida de pelo blanco como la nieve, decidió bautizar a su retoño tras dar a luz a la orilla del océano; el pequeño fue el único superviviente de una camada de cuatro.

Ahora, le veo liderar una tropa de rescate para traer de vuelta a sus amigos. Ante todo pronóstico, Kael es un orgullo para mí.

Vaiel, la luna, brillaba con intensidad en el azulado cielo nocturno, y los prisioneros gatónidos iban a ser preparados para el gran banquete, liderado por el jefe de los goblins; éste se llamaba Hiffer, un orondo retaco de piel verrugosa y aceitunada, cicatrices de viruela y un pronunciado estrabismo. Sus planes habían salido bien por una vez en su accidentado mandato: tenía entre sus sucias zarpas a la hija de Rony, el gatónido que le había causado demasiados quebraderos de cabeza, y esa noche iban a probar festín felino, un plato que llevaban mucho tiempo deseando.

En las cercanías del campamento, Kael se derrumbó a pocas patas, agotado por el esfuerzo de intentar mantener el ritmo de Ngon. En sueños astrales se reencontró con su mamá, la gatuna más bella del Valle de los Maullidos y consorte eterna del cacique Rony. Su pelaje marmóreo brillaba bajo los destellos de cientos de soles metafóricos. Kael esbozó una sonrisa mientras el cansancio fluía por sus extremidades y lo elevaba hacia los aires, rumbo al paraje paradisíaco donde aguardaba su madre.

Gata había cargado durante unos instantes con el príncipe, pero la aparición de Rony y su mano derecha, el enorme Koki, le hicieron entregar al pequeño. Kael se desperezó con una sonrisa, que enseguida se desvaneció cuando el rostro severo de su padre le recibió.

— Gato… ¿qué es lo que has hecho? ¿Dónde está tu hermana? ¿Dónde están los tesoros de la familia? — rugió Rony con voz cavernosa e intimidante. El príncipe gatónido sufrió un escalofrío desde la punta de la cola hasta la nuca. — ¡Gato! ¡Contesta! — instó Rony, nervioso.

Los guardianes de la aldea se habían movilizado para asistir al asalto a la Cueva de los Reflejos. Rony era un líder valiente, pero no estúpido, y había dividido sus fuerzas en dos grupos: uno para defender el puebli gatónido y otro, más pequeño, para salvar a los jóvenes.

— Padre, Padre… — gimoteó Kael. — Verá, mi hermanita halló un pasadizo por el que salir de la aldea sin ser detectada y… — titubeó. Koki estaba a la vera de su padre, observándole con desdén. — y… fue engañada por los pieles verdes… Ella quería enseñarles la gema verde… se la llevó… y se la llevaron…

La inocencia de Kael le rompió el corazón a Gata, que observaba su testimonio con angustia. Sabía que Rony atesoraba esa esmeralda con devoción: era uno de los «Corazones de Mushuki», piedras de inmenso poder que se creían originarias en las lágrimas del Espíritu deífico de los felinos.

Y el verde era el color favorito de su hija pequeña, Talim. Sería terrible que los goblinoides hubiesen puesto sus monstruosas zarpas en semejante tesoro tribal. Rony reaccionó rápido: se giró hacia su segundo al mando y ordenó a los centinelas que rodeasen la Cueva de los Reflejos. Esa noche iba a recuperar a su hija, a sus tesoros y a los gatónidos capturados.

Kael se quedó en silencio, sin saber que hacer, confundido y asustado. Su padre se marchó de su lado inmediatamente, más concentrado en su misión que en los sentimientos de su primogénito.

Únicamente Gata permaneció junto al joven príncipe. Había hallado el camino hacia los sentimientos de Kael y comprendía lo que estaba pasando. Al fin y al cabo, era una gatuna.

— Tranquilo, pequeño. — pronunció con un hilo de voz calmado y dulce. — Las proezas de tu padre no deben empañar tus éxitos. Si han podido descubrir las intenciones de los pieles verdes, ha sido por tu diario y tus advertencias. 

El gatónido rubio ronroneó para agradecer los ánimos de Gata. Había visto a esa gatónida de vez en cuando merodear por la aldea, pero era esquiva. Era un poco más joven que su padre, pero mucho más adulta que él. Cuando se fijó en sus ojos profundos y sinceros, se dio cuenta de que él también tenía que participar en la batalla.

— Gata, gracias por tus palabras. Pe… pero… es mi deber. — sacó pecho, no muy convencido. — Soy el heredero del Valle de los Maullidos, he de demostrar a mi padre, el cacique Rony, que soy digno de liderar la aldea. — adoptó una postura bastante cómica, aunque muy seguro de sí mismo.

Gata no pudo evitar esbozar una sonrisa de alegría; el pequeño Kael siempre le había parecido alguien muy tierno. Decidió permanecer a su lado, pues aunque sabía que la situación era muy peligrosa, ya era hora de que madurase y se enfrentase a los peligros más allá de las murallas.

Kael y Gata corrieron a toda velocidad rumbo al campamento de pieles verdes, esquivando piedras y raíces traicioneras. Sin embargo, Rony y Koki ya habían liderado el asalto y se encontraban dando una buena tunda a los guardias y secuaces de Hiffer, que encajaban asombrados los golpes certeros y dolorosos de los gatónidos.

El fragor de la batalla iluminó los ojos azulados de Kael, que reflejaban la determinación y el miedo de aquel que atraviesa la barrera de la adolescencia. Kael estaba a punto de convertirse en un hombre.


Imagen: Kael, en su más absoluta y vaga gloria.

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

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