BannerEthShad_1BannerEthShad_1

Maverick

El reflejo de las luces iluminaba parte del océano, haciendo de los acantilados una visión preciosa. La monstruosidad marina con forma de cangrejo se tambaleó, mientras su coraza se resquebrajaba en miles de pedazos; una sustancia apestosa de color verde parduzco brotaba a borbotones de las grietas, manchando el suelo. Maverick se apartó a un lado para que la criatura pudiese desplomarse, sin vida. Aquel cangrejo gigante había estado robando las capturas de los pescadores durante semanas; y ahora iba a ser recompensado por haber acabado con él. Su compañero Steve enfundó el viejo rifle oxidado que empuñaba y desmontó su lanza de tres piezas, mientras Maverick tomaba rumbo al pueblo de Sander. La subida hasta el camino principal era una extensa subida entre rocas y piedras, con el repiqueteo de las olas de fondo.

— Que nosotros hayamos tenido que eliminar a ese monstruo dice demasiado sobre las defensas de nuestro pueblo. – masculló Steve mientras escalaban por las rocas talladas. — ¡Es necesario que el alcalde solicite protección a la capital! Sander es uno de los puertos más ricos y bellos de todo Analeen. – las palabras fluían llenas de ira. Él y Maverick eran sólo unos jóvenes de dieciocho años que entrenaban el uso de las armas cuerpo a cuerpo como un pasatiempo más. No eran soldados ni se les pagaba por ello. Maverick giró la cabeza para mirar a los ojos de su compañero.

— Hemos matado al Señor Pinzas porque Jennifer no sabe distinguir una mascota de un peligro. – notó como la herida del brazo seguía sangrando. Mav apretó los dientes con una mueca de dolor. – Un cangrejo sobrealimentado no es problema para los guardias, Steve. Tómatelo como una práctica en serio. – una vez que llegó a alcanzar el alto del acantilado, extendió el brazo derecho para ayudar a Steve a subir. Éste aceptó la ayuda a regañadientes.

— ¿Pero has visto cómo manejo la lanza? ¿Y el rifle? – Steve hizo un ademán con la mano como si estuviera disparando, con onomatopeya incluida. – Si algún día mis padres me permiten viajar a la capital, ¡me apuntaré al maldito ejército!

— Si haces eso, sólo te esperará un destino chamuscado cortesía de un dragón begoniano. – Maverick se giró bruscamente y adelantó el paso hacia el camino. El pueblo estaba en llamas. — ¿Pero qué…?

Los dos camaradas comenzaron a correr hacia el horizonte de fuego. Mientras se iban acercando a la zona urbana, pudieron comprobar que las llamas procedían de un edificio antiguo. La guardia del pueblo estaba ocupada transportando cubos de agua desde la fuente. Iban pasando de brazo en brazo propulsados por los músculos de aquellos hombros. Cuando Maverick vio eso, echó de menos a su antiguo mentor Rainmaker, un hidromántico que le enseñó lo básico de la magia elemental. Aunque la hechicería estaba aceptada en el país de Analeen, la gente común se mostraba reacia a tales prácticas; los estudios arcanos y las prácticas relacionadas con ello habían traído muchas desgracias al mundo. Mav no se lo pensó y se colocó en frente de la construcción en llamas; un guardia le gritó para que se apartasen de la línea de cubos de agua, pero él lo ignoró. Empezó a recitar la invocación del hechizo, concentrándose en la energía de sus manos y cuando sintió las líneas de poder dibujándose en sus palmas, liberó la fuerza acuática sobre el fuego. Un enorme chorro de agua a presión emergió de Maverick, empapando una buena parte del edificio. El joven pudo escuchar el farfullo de indignación de uno de los guardias mientras le cogía de la espalda. Mav intentó zafarse, pero el guardia era más corpulento que él.

— Por mucha magia que utilices, chico, no vas a lograr nada. Acaba de llegar Barrison Ranley. ¿Sabes quién es, no? – aunque Sander era un pueblo tranquilo dedicado al comercio y la pesca, también alojaba casas de verano de personas importantes. Barrison Ranley era uno de los nobles más conocidos del reino de Analeen. Maestro mago y hábil mercader, se había trasladado a Sander once años atrás para poder vivir en tranquilidad con su hija; su arrogancia era tan grande como su nariz, prominente y gorda en contraste con su cuerpo delgaducho y pelo ralo y feo. Caminó solemnemente entre los guardias y la asustada multitud para ponerse a la altura de Maverick. Steve observaba la situación desde la lejanía, pero se llevó las manos a la cabeza.

— ¿Señor Highwind? Creí haberle pedido que se abstuviera de practicar hidromancia o lo que sea que le enseñó Gustavus. Usted no tiene talento natural para la magia. – los ojos pequeños de roedor color gris se clavaron en la mirada del joven. La mirada heterocrómica de Maverick no pasó desapercibida y adoptó una forma desafiante. – Ahora, si me hace el favor, apártese. Debo salvar mi vivienda de esas llamas. Guardia, lleve a este joven con su madre, aquí corre peligro.

— ¡Pero…! – Mav fue arrastrado por el guardia. Steve se puso a su altura y tomó el relevo. — ¡Suéltame Steve! Puedo apagar ese fuego, ¡lo sabes!

— Obedece a Ranley. Te ahorrarás un problema; y a Eva también. – después de escuchar a su compañero, Mav se calmó. Eva era la hija de Barrison y era amiga íntima de los dos compañeros. Se había marchado de la ciudad meses antes para comenzar sus estudios como sacerdotisa de la fe, dejando un hueco vacío en el corazón de Maverick. Él y ella estuvieron en una relación difícil de explicar y que no acabó bien.

— Eva ya no está, Steve. Ahora será una monja pía y devota. No creo que necesite que la protejamos de su padre idiota. – Mav escupió al suelo. Barrison Ranley se situó frente a la casa ardiendo y estiró sus brazos en cruz. Mediante una invocación en idioma arcano, provocó que un tsunami espectral apagase por completo las llamas sin utilizar ni una gota de agua. Una vez que el pueblo estuvo fuera de peligro, los transeúntes vitorearon su actuación, dejando en el olvido el tenue intento de Maverick. 

La madre de Maverick se encontraba en el porche de la casa, mirando el horizonte pintado en naranja y rojo. Los edificios de tres plantas de la ciudad tapaban parte de las llamas, pero el humo del incendio acariciaba el cielo. La casa de los Highwind se encontraba en la zona residencial de Sander, a pocos metros por encima del mar. Los edificios no debían tener más de diez años, pues se construyeron en el auge de la ciudad. Los distritos de comercio se encontraban a pocos minutos de carruaje, lo que hacía que las casas del lugar fuesen codiciadas por su tranquilidad. 

Noelia Highwind perteneció al ejército de Analeen, en la División de Hechicería. En su historial se escribieron logros honorables que obtuvo sirviendo a su patria, pero la última misión que participó se llevó a su marido y a su carrera. Se convirtió en una tejedora formidable y montó su negocio en el creciente pueblo de Sander, dando a sus dos hijos la mejor vida que pudo. Casi siempre era risueña, pero todo eso cambió cuando el menor de sus hijos, Darkerion, fue secuestrado por una compañía misteriosa. La cara del pequeño Dark aparecía a veces en sus sueños para recordar su ausencia.

La valla de protección que cubría toda la casa era de color azul oscuro, hecha de férrea madera de fresno y pintada por Maverick una vez cada año. El joven se sentó al lado de Noelia  y agarró su mano. Estaba fría y carente de emoción.

— Madre, he intentado apagar el fuego, pero ese hijo de mil rameras de Barrison se chuleó. – Mav acarició la helada mano. – Debería clavarle la espada en el pecho.

— Maverick, somos pacientes. – la mirada de Noelia se giró hacia los ojos bicolor de su hijo. – El noble Ranley se pavonea de sus habilidades. Pero él sabe tanto como yo que la magia termina consumiéndote. – puso su otra mano encima de la de su hijo. Apretó sintiendo el calor de Mav. – Hoy he estado mejor… ¿qué tal con Steve? ¿Habéis dado caza al monstruo de la chiquilla Aeson?

    — Lo he matado, madre. Steve ayudó agujereándolo un poco, pero parece que le da miedo matar. – Mav se separó de su madre. Se puso de pie y observó como el crepúsculo naranja iba tornándose negro. – Aunque dice tonterías sobre el ejército, no le veo capaz.

    — Oh, Maverick. Aún no habéis acabado vuestros estudios y ya estáis pensando en alistaros al ejército. – la mujer hizo un gesto de desaprobación. – Sé que Sander no es el mejor sitio para cultivar cultura, cielo. ¿No quieres ir a la capital y estudiar hidromancia? Rain decía que se te daba bien.

    — Una opinión que un mago noble no comparte. – Mav chasqueó los dedos y varias burbujas salieron de ellos. – Ranley se ocuparía de amargar mi estancia en Analeen.

    — Maverick… No tienes por qué ser los dos… Dark ya no está, puedes ser lo que tú quieras. – Noelia se levantó sin problema. A sus cuarenta y seis años sufría algunos problemas con los huesos, pero seguía siendo aquella poderosa hechicera de la Corte de Analeen. Su melena castaña y frondosa caía a los lados de los hombros; sus ojos verdes se unieron con el azul y verde de su hijo. El azul provenía del Caballero Real del que ella se enamoró hace tanto tiempo; chispas salieron de sus dedos para contestar a la magia acuática de su hijo.

    — ¡No quiero ser Darkerion! Ni siquiera he sacado ese tema… — señaló con el dedo índice derecho las recientes descargas. – Tú eras una hechicera especializada…

    — Y lo seguiré siendo en pasado. – Noelia se dirigió al interior de la casa. Se quedó en el umbral de la puerta,  indignado.  A pesar de que los dos intentaban que su relación madre—hijo fuese agradable, era imposible. Noelia se culpaba de la desaparición de su hijo pequeño y trataba de proteger a Maverick de cualquier peligro, por ínfimo que fuese.

Los ruidos del ferrocarril de maná retumbaron la tranquilidad de la urbanización. Una vez al día, llegaba repleto de cargamento de combustible para hacer funcionar la mayoría de máquinas de Sander. Las baterías de fuego púrpura se habían vuelto una  obligación para cualquier ciudadano de Analeen, pues iluminaban y servían como fuente de calor para cocinar. El camino hacia la estación estaba salpicado de calles desoladas, llenas de basura y vagabundos. La vida en Sander era dura y quien no pudiese encontrar una vocación allí, quedaba relegado a comer de las sobras y la beneficencia; Maverick lanzó un gesto de desprecio a aquellos sin—techo que suplicaban por su ayuda. Un tumulto se había formado alrededor del orondo dueño del ferrocarril de maná, pero éste estaba protegido por sus tres matones de tamaño colosal. Intentaba conversar en Idioma—Suave con los pueblerinos, regateando y ofreciendo sus mejores trabajos de alquimia, aunque las ventas ése día iban a caer en picado. El edificio ardiendo de la entrada de la ciudad daba muy mala publicidad a las llamas.

— ¡Compren viales de fuego púrpura! Llama preparada alquímicamente para calentar su húmedo hogar o freír los filetes de peces trueno… ¡Si compra dos, llévese  la mitad por el mismo coste! – las palabras del hombrecillo sonaban bruscas y poco improvisadas. Los matones clavaban su mirada en los clientes, que cada vez se agitaban.

— ¡Zaunder! ¡Espero que tu “fuego de alquimia” tenga seguro! La casa de la Gran Orra se ha quemado en el incendio de esta tarde y ha perdido un lienzo entero de seda… ¿Quién me pagaría a mí si perdiese mi vestido caro, eh? – preguntó violentamente una mujer ya entrada en edad y con muchos hijos en sus caderas.

— ¡Las ofertas de Zaunder el Alquimista no disponen de seguro, señora! – el hombrecillo grueso zarandeó las manos en señal de “no”, sacando un pañuelo de colores vivos de entre ellas. La palabra «OFERTA» estaba bordada con seda en el pañuelo. — ¡Pero puede usted comprar más fuego púrpura! – señaló con el dedo a la mujer – Hemos oído que le gusta el calor, así que le damos fuego púrpura dentro de fuego púrpura para que caliente su casa mientras la calienta…  ¡es genial! – antes de que pudiese finalizar su eslogan más repetido, Maverick suspiró y se coló entre la multitud hasta el charlatán. Cuando el joven lo agarró de la pechera y lo arrastró hacia el interior de su improvisada tienda, los gorilas suspiraron. El rechoncho malasthino se arregló la fina casaca de seda morada de dos golpes rápidos.

— Encantado de volver a verte, Maverick. Veo que conservas tus buenos modales.  – Zaunder se sentó en un taburete viejo y polvoriento.

— Y yo veo que sigues estafando con tus palabras podridas, mercader. – el comerciante se fijó en el vendaje del sanderiense. – Noelia necesita cuatro baterías. De las que no estén usadas.

— ¿Sabes? Podría incluirte en el pedido unas hierbas de los páramos del norte que tienen propiedades regenerativas. Esa herida tan fea dejaría de molestarte… — señaló con una mueca de ingenio el brazo vendado. — ¡y sólo por cincuenta ésolas de plata!

— Olvídalo. Dame las baterías cuanto antes. – Mav agarró la bolsa con monedas que le dio su madre para empezar a contar. – Jamás me tomaría uno de tus remedios, Zaunder.

— Algún día valorarás mis objetos, Maverick. – bajó de un pequeño salto al suelo y empezó a rebuscar entre las cajas que se encontraban al fondo de la tienda. Extrajo cuatro cubos perfectos de color morado; brillaban con un tenue resplandor rosa. — ¡Aquí están! Baterías de fuego púrpura sin usar. – las colocó en una bolsa de cuero negro con cierre de cuerda de cáñamo. Tensó el nudo con la gracia digna de un ladrón. – El precio de siempre, chico. – Zaunder ofreció al joven la bolsa perfectamente preparada.

— Ciento noventa ésolas de oro por cada batería, lo que hacen setecientas sesenta ésolas de oro para tu bolsillo de noble. 

— Se te dan muy bien las matemáticas, aunque con ese aspecto de bandido nadie lo diría. – contaba cada pieza de oro con sus orondos dedos. A alguna muy reluciente le hincó el diente para comprobar su veracidad. – Dicen por el pueblo que no se te da nada bien la hidromancia…. ¿qué te parecería trabajar para mi como guardaespaldas?

— No voy a contar tus monedas, Zaunder. Gracias por las baterías y suerte con tu venta de fuego alquímico. – recogió el paquete de baterías y comenzó a abandonar la tienda. 

— ¿Qué clase de persona arrastra a su tendero a la tienda para obligarle a vender mercancía y luego se marcha dándole las gracias? – gritó el malasthino mientras seguía a su cliente.

— Alguien que tiene buenos modales, mercader. – el joven Maverick abandonó la plaza mientras Zaunder regresaba a su negocio de fuego púrpura. El mercader masculló en su idioma natal un insulto para intentar cubrir el orgullo que le había herido el chaval. Sus guardaespaldas le dieron una mirada de compasión, pero él empezó de nuevo a chillar sus ofertas, intentando recuperar la atención que había perdido al atender a Maverick en su tienda.

Ya estaba la noche dejando caer gotas de escarcha cuando Maverick cruzó el umbral de su hogar; su madre se encontraba de pie en los fogones, cocinando algo que olía a carne mediante el uso de hechizos de fuego. El joven resopló al ver de nuevo a Noelia utilizar la hechicería.

— Conjurar llamas para calentar un guiso no va a mejorar ese agotamiento, madre. – colocó con cuidado las baterías sobre la mesa del comedor. La casa de los Highwind era extensa por dentro, teniendo las habitaciones comunes como la cocina o la sala de estar en la planta de abajo y los dormitorios en la primera planta. – Si me dejas, colocaré estos trastos donde deben estar. – Noelia se sonrojó de agotamiento, el uso de magia estaba prohibido para ella hacía tiempo.

— No me quieras hacer dependiente de esas puñeteras cajas de maná malasthinas, Maverick. – apartó los cubos de color morado y los dejó en una encimera cercana. A continuación sirvió la comida ignorando a su hijo. – No soy otra cotorra esclavizada que limpia, fríe y plancha con sucedáneos de magia. ¡Fui una hechicera de la Corte Real de Analeen! – Noelia esperó a que Maverick probase el guiso. El joven cerró los ojos y saboreó la comida.

— Es perfecto… aunque no sé si debo halagar la comida que haces empleando las llamas. Madre, si dices esas cosas, suenas como una vieja. – siguió disfrutando del sabor de la comida. El viaje hasta la estación y la caza al Señor Pinzas habían mermado sus fuerzas.

— ¡Ya lo sé, Maverick! ¿Pero qué quieres que le haga? – sorbió parte del caldo sin demasiadas ganas. Estaba un poco soso. – Fui una heroína para esta nación. Freía a monstruos más grandes que yo de un chasquido… y mírame ahora. Utilizando tecnología de una nación que intentó invadirnos hace décadas. – las lágrimas empezaron a brotar sutilmente de sus ojos. Hizo lo que pudo para que Maverick no se percatase. – Me alegro que te guste la cena, cielo. – hizo una mueca de desprecio. – Odio estancarme en el pasado, pero todas las veces me he sentido capaz, hasta que sucedió lo de… tu hermano.

— Tú siempre has sido capaz. Lo que sucedió con Darkerion no fue culpa tuya… — hizo una pausa para seguir comiendo aquel guiso de carne de cerdo y verduras. – Eres una víctima más de aquellos cazadores de brujas. Sabes que viajaría en el tiempo si pudiese para asesinarlos.

— No. – Noelia suspiró.  – Lo que has dicho no es descabellado, pero la magia temporal es muy peligrosa. 

— ¿Y qué no es peligroso, madre? No quiero aprender hidromancia, ¡ya lo sabes! – Maverick finalizó el plato con furia, acentuando sus palabras. – Quiero regresar a ese momento y matar al secuestrador de Dark. – mientras declaraba las intenciones bien sabidas por Noelia, la cena caliente se sumergió en las nieblas del pasado. Maverick se percató de la mirada perdida de su madre, preocupado.


Imágenes: The City State of Estom & Female Human Wizard

Por Maurick Starkvind

Aprendiz de escritor desde siempre, rolero empedernido desde los trece y nintendero desde los cinco. Empecé en esto de la creatividad porque no había dinero para los salones recreativos.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.