Recuerdos olvidados IIRecuerdos olvidados II

Por fin, 15 putos años… Ya era hora. Jo ya está lista, pensaba que este puto día no iba a llegar nunca. Esta noche, la luna llena me traerá lo que llevo tanto esperando.

 

¡Esa puta de Rirth! No sé qué coño ha pasado. Todo ha salido mal, ¡TODO! Las que ayudaban en el rito están muertas, Jo medio moribunda y encima NO hay un puto espíritu de oso ligado a ella, ¡ahora hay una jodida pantera! Voy a obtener respuestas, claro que sí, y la zorra de Rirth es la que me las va a dar…

 

Bueno, no hay de qué preocuparse. La mocosa de Ernosequé no se acuerda de nada que haya ocurrido antes del rito de iniciación y la estúpida de Rirth ya no me dará más el coñazo. Llevo días dándole vueltas a lo que ha ocurrido. Creo que al final no ha sido tan malo como pensaba, no ha sido más que un contratiempo que mi mente ágil no pueda solucionar.

 

¡Esa jodida pantera va a lograr que un día me reviente una vena o algo! No me hace ni puto caso y ya es el 8º encargo que me hace perder en dos años. A él no parece hacerle daño nada, pero parece que su orgullo decae cuando le doy una buena a latigazos a la mocosa y se tira días sin poder moverse de la cama. Con lo bien que me vino que ella perdiera la memoria.. pero ese puto gato no hace más que recordarle todo en todo momento. Te juro que un día la mataré sólo por el gusto de ver si así sufre de una vez por todas.

 

Jo cierra el diario. No quiere seguir leyendo más. Mira a Alair inquisitivamente.

– ¡¿Esto es lo que querías que leyese?! ¿Que por tu culpa no tengo memoria? ¿Que no he sido más que un simple juguete a las órdenes de un patán como Belkas? ¿Algo de usar y tirar?

Jo tira el diario al suelo con todas sus fuerzas y no puede evitar comenzar a llorar de rabia. Pero ambos están distraídos y no se percatan que alguien ha entrado sin apenas hacer ruido.

– ¿Se puede saber qué coño hacéis los dos aquí?

Belkas parece furioso por la intromisión en su tienda. Hace un barrido con la mirada, ve que su baúl ha sido deliberadamente abierto y que su diario está estampado contra el suelo. Su ira crece y sus ojos se clavan en la figura de la muchacha. De dos zancadas llega hasta Jo, la agarra del brazo y la lanza por los aires hacia la entrada con todas sus fuerzas.

– ¡¿A qué coño juegas, Jo?! Te advertí de que si había una próxima vez no tendría clemencia. Ya me has tocado bastante los cojones, mocosa.

– ¡No la toques! –dice Alair interponiéndose entre ambos– O te juro que…

– ¿O qué? Puto gato. Jo es mía, ella lo sabe, y haré con ella lo que quiera. Pero esto se acaba hoy. Estoy hasta los cojones de ti y de ella. Voy a poner punto y final a esto de una vez por todas.

– ¡Haz algo, Jo! ¡Jo!

Belkas atraviesa la figura fantasmal de Alair como si no fuese nada. Le da una patada en el estómago a Jo, que aún está en el suelo, haciéndola perder todo el aire que tenía en sus pulmones y sacándola de la tienda de campaña. Tras ello, Belkas, aún con la sangre reciente de los enemigos que acaba de masacrar sobre su cuerpo, coge a la muchacha del pelo y la lleva a rastras sin miramiento alguno hasta el centro del campamento para que todos sus hombres les vean. Jo pide clemencia y perdón por lo que ha hecho entre gritos de dolor, pero a Belkas no le afecta. Es de noche y la luna se esconde tras las nubes, solo la luz de las antorchas iluminan la fatal escena.

Cuando llegan al centro del campamento arroja a la muchacha cerca de la hoguera central. Jo intenta recobrar la compostura como puede y limpiarse la sangre de su boca pero su cuerpo está dolorido. Belkas se retira su larga y negra cabellera de la cara. Señala a Jo con su gran hacha. Sus hombres hacen un círculo alrededor de ellos.

– No tolero la insubordinación entre mis filas. ¿Veis a esta puta? ¿La veis bien? Ella ha sobrepasado los límites de mi paciencia y piedad. La he cuidado, la ha hecho tal y como es, se lo he dado todo… Y así es como me lo paga.

– No, Belkas, ¡por favor! No quise, de verdad.

Jo suplica. En pocos segundos, contra todo pronóstico, las nubes que están sobre ellos comienzan a descargar con fuerza el agua que llevaban. Los truenos y relámpagos asustarían a cualquiera, pero ninguno se movería un ápice hasta que su líder se lo dijera.

– Yo soy la ley aquí. Y yo su ejecutor.

Tras pronunciar su sentencia, Belkas levanta su gran hacha y con un grito se dispone a cortarle el cuello a Jo. Moriría allí si no hacía nada. Las palabras de Alair comenzaban a cobrar forma en su cerebro. Estaba cansada de ser la marioneta.

La gran hacha toca el suelo y la sangre salpica las caras de los que están en primera fila. Belkas suelta un gran alarido agarrándose su hombro mirando a donde supuestamente tendría que estar su brazo, cayendo de rodillas sobre el suelo. Las garras de Alair están ensangrentadas y mira desafiante al guerrero. Jo está de pie, junto a la hoguera, y comienza a susurrar un sortilegio. Un repentino frio recorre todo el campamento. Varios espíritus animales hacen presencia y comienzan a matar a los hombres de alrededor. Otros son asaltados por entes que sólo ellos pueden ver y caen al suelo fulminados. Los relámpagos parecen concentrarse sobre sus cabezas cayendo sobre las tiendas incendiándolas. La noche se llena de gritos y en el suelo se forman riachuelos de agua y sangre. El cuerpo de Belkas comienza a quemarse y congelarse a la vez, el dolor que experimenta es insufrible.

Jo se acerca al que fue su mentor y con la mirada fría permanece en pie ante él. Los brazaletes que le impedían usar magia en contra el guerrero arden al rojo vivo sin que parezca afectarle. Solo cuando Belkas cae al suelo con los ojos y oídos ensangrentados, Jo sale del campamento con Alair a su lado. El espíritu felino arranca los brazaletes de un mordisco y los tira al suelo. Los dos ponen rumbo a Al’Ujib.

 


 

– No recuerdo nada de eso ¿Es así como ocurrió, Alair?

– Sí.

– Eso hace más de tres años, ¿verdad?

– Sí.

– ¿Por qué yo? ¿Por qué nos vinculaste a la fuerza?

– Ya te lo he dicho, porque hueles a canela.

El silencio los envolvió a ambos. Jo mirando pensativa al horizonte aprieta con fuerza su lanza.

– Te odio con todas mis fuerzas.

– Lo sé, por eso estamos aquí… es lo que quieres.

– Con toda mi alma. Quiero volver a ser yo, quiero recuperar mi memoria y que desaparezcas de mi lado. Y espero que esta vez sea la definitiva.

Alair suspira y sigue cabizbajo a su compañera. Entran en la cabaña donde les están esperando con todo preparado. El chaman, tras ser debidamente pagado con unas monedas de oro, comienza su cántico ancestral. El humo de las pipas de los otros chamanes y druidas comienzan a hacer efecto sobre Jo. Alair parece algo nervioso, gruñe y va de aquí a allí inquieto. Jo comienza a perder la noción del tiempo. Todo se vuelve borroso y brillante, de repente todo es oscuridad y siente una gran punzada en la nuca. Un ruido ensordecedor hace que sus oídos sangren y nota cómo su alma se desgarra en mil pedazos. Nunca antes había soportado tanto dolor hasta que se desmalla casi sin poder respirar.

Tras unas horas inconsciente, a duras penas se puede incorporar. Todo le da vueltas y siente nauseas. El olor a chamusquina es insoportable y la marea aún más. Cuando logra abrir los ojos ve que la choza en la que estaba y los árboles a su alrededor están totalmente carbonizados.

– ¿Qué…? ¿Qué ha ocurrido?

Se lleva las manos a la cabeza e incorpora como puede. Una secuencias de imágenes de lo ocurrido golpean su mente. Alair rugía, se aferraba a ella, un gran temporal lo invadía todo, sentían dolor. Y de repente, la nada. Un vacío aterrador invade a Jo dejándola casi sin respiración. Está sola. Completamente sola.

– No, Alair… Qué he hecho… ¡Alair! ¿Dónde estás? ¡Alaiiiir! ¡Vuelveee!

Jo grita agobiada pero no obtiene respuesta alguna. Algo aturdida comienza a correr sin rumbo fijo desesperada internándose en el bosque. El sonido de un tintineo lejano hace que pare en seco. Una sensación cálida comienza a invadir su cuerpo. Al darse la vuelta ve a Alair que se dirige hacia ella agotado.

– ¡Alair!

Dice su nombre aliviada. Recorre la corta distancia que los separa y se arrodilla ante el felino, que se ha tumbado a descansar. Las lágrimas de felicidad brotan y recorren su mejilla.

– Parece que esta vez casi funciona –dice lamiéndole la cara de la muchacha para limpiarla.

– Casi…

– Yo no quería que nos separásemos, y, por lo que parece, tu tampoco lo querías.

– He pasado miedo. De repente me he sentido muy sola. Tu eres lo único que conozco y que permanece inmutable a mi lado. No quiero que te vayas, por fin lo he comprendido.

– Juntos formamos un todo. Nuestras almas están vinculadas.

Jo rompe a llorar y acaricia a Alair. Éste mira cansado a la muchacha.

– ¿Me prometes no volver a intentarlo?

– Te lo prometo. Pero hay que solucionar lo de mi memoria.

– Está bien, niña.

Alair se incorpora y comienza a andar.

– ¿A dónde vas?

– Vamos al Sur. Los espíritus dicen que hay una poderosa bruja. Quizá nos ayude.

Jo se incorpora y juntos descienden la ladera rumbo al sur.

 


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