Habían pasado más de diez ciclos estelares desde que el Gran Emperador y su séquito desaparecieron en las brumas del Velo Obsidiana. No se supo más de esa comitiva que iba a encontrar el Nuevo Vergel, y dar una nueva oportunidad a la humanidad —y sobretodo al Imperio—. Sin embargo, el consejo que se formó tras la ausencia estuvo envuelto en polémicas y luchas internas desde el comienzo. Y parecía que esta era de incertidumbre iba a encontrarse con su final.
El sol emergió sobre las calles de la capital de Delaccia, el planeta jardín del Imperio terraformado para presentar un paraíso idílico. Aceras anchas, edificios de colores blancos, grises y marengos y un ambiente aséptico salpicaba las verdes superficies de aquel pequeño planeta; si bien Perguilos representaba la verdadera cara del Imperio y su expansión descontrolada, Delaccia era el símbolo de lo que las altas esferas querían para sí.
Al norte de la ciudad se hallaba un amplio astropuerto, equipado con la tecnología más puntera adquirida bajo contratos muy beneficiosos para la Corporación Rayem. El navío de lujo de Lord Ternus Martok, hijo ilegítimo del Gran Emperador, aterrizó en la bahía nº 23-R, solicitando una comitiva que le acompañase hasta el Palacio de Congresos. Los operadores que le atendieron intercambiaron una mirada incómoda entre ellos y uno de ellos avisó a su superior entre balbuceos.
Tres horas y media después, el revuelo que había montado el bastardo del Gran Emperador había sacudido a buena parte de la élite corporativa del Sector Targajel. Decenas de aristócratas, nobles, empresarios de éxito, accionistas e inversores atravesaron el espacio-tiempo a través de sus astronaves impulsadas por opsio para asistir a la repentina asamblea convocada en Delaccia. Incluso los que podían asistir por holoconferencia prefirieron presentarse en el palacio de congresos.
El enorme edificio levantado a partir de piedra esculpida por androides constructores relucía con luz cálida: se podría decir que era mediodía. Distintos allegados del Imperio se iban reuniendo en sus puestos en el anfiteatro interior del palacio. Mascullaron entre ellos sobre la majadería que iba a soltar un impertinente como Martok, un desliz más del Gran Emperador con una psicomante catlodia; cuando creció, se volvió tan molesto como un famoso más de la SensoRed. Sin embargo, esta vez era distinto: Lady Autumn Weehas, la terrateniente del Sector comercial Noroeste de Targajel, se colocó en el auditorio central y anunció, con una sonrisa en la cara, que tenía en su poder una de las esferas de datos que podrían evitar el Ocaso Sideral.
Después de que los asistentes recobraron la compostura, el silencio reinó de nuevo en el lugar y Lady Weehas invitó a Lord Martok para que se pusiera a su vera. Aunque intentó que sonara como si fuera idea de ambos, estaba claro que el plan de la ambiciosa noble de colocar a un hombre de paja como nuevo Emperador era idea suya. De nuevo, el barullo y el escándalo se apoderaron del auditorio, provocando muchas dudas en Lord Martok. No obstante, Lady Weehas se mantuvo firme durante la sarta de insultos y descalificaciones: la nobleza no quería un nuevo Emperador, porque vivían mejor con sobornos y extorsiones a miembros del Consejo.
Cuando se hizo el silencio, se escuchó el vuelo de una astronave que sobrevoló el palacio a toda velocidad y aterrizó relativamente cerca. Los pocos que pudieron fijarse en ella se extrañaron: era una nave diplomática kirishâ. Lady Weehas activó su comunicador para mantener una conversación con Lady Phodina Orray, una de las directoras de investigación de la Corporación Rayem, que tras una terrible metedura de pata en el sistema Zugwobug había tirado su carrera por la borda. Tuvo la suerte de encontrarse con un séquito diplomático de la Nación Kirishima y ser salvada por la tripulación, pero ahora quería ganarse el favor del Imperio a cambio de un lugar dónde esconderse.
«Un maldito gusano», pensó Lady Weehas, «por el momento necesito a esta miserable». Lady Orray, una opulenta y pomposa humana de hombros gruesos, caderas prominentes y piernas abultadas, apareció en el auditorio llena de porquería, con el vestido blanco rasgado y con su peinado arruinado. A su lado había un tipo que parecía un austero errante y un mastuerzo acorazado, que tapaba su rostro tras un casco manchado de sangre y armado con una ametralladora láser. Cuando Lady Weehas solicitó a Phodina el orbe de datos para mostrarlo al público, una espada de plasma recorrió todo el anfiteatro desde la pared sur, atravesando los cuerpos de los asistentes hasta clavarse en el pecho de Lady Orray, que se desplomó como un saco de vegetales podridos en el suelo de la platea. Sus dos escoltas en seguida se pusieron a la defensiva y abrieron fuego contra los intrusos, un grupo de enmascarados vestidos con ropajes negros que habían entrado a la fuerza en el palacio de congresos.
En un abrir y cerrar de ojos, el palacio de congresos estalló en una batalla a varias bandas en las que multitud de nobles y miembros de la élite imperial murieron en el fuego cruzado. Los dos individuos que trajeron a Lady Orray acabaron huyendo de nuevo en la nave diplomática kirishâ tras verse superados en número, pero tanto Lady Weehas como Lord Martok permanecieron impasibles, protegidos tras un campo de energía translúcido, observando cómo sus rivales políticos caían. Cuando la matanza finalizó, quedaban unos pocos heridos y otros tantos habían logrado escapar hacia sus astronaves, pero había cumplido la promesa que le había realizado a Ternus en el borde imperial: la gran mayoría de nobles y el Consejo iban a apoyar su candidatura a Gran Emperador.
— Queridos camaradas imperiales. — anunció con sorna Lady Weehas. Decenas de cuerpos estaban siendo acumulados en las esquinas por los enmascarados. — Como habéis podido observar, no estamos seguros. Siniestros conspiradores nos amenazan desde las sombras y ni la Nación Kirishima ni la Corporación Rayem son capaces de protegerse. — extendió los brazos al mismo tiempo que parte del techo del auditorio se derrumbaba sobre una pila de cadáveres llenos de quemaduras. Un rayo de luz se coló por la claraboya e iluminó a la conspiradora. Lord Martok observaba con miedo y admiración a Autumn, que había pasado de ser un amor de la juventud a una asesina en serie que había limpiado sus obstáculos políticos mediante la violencia. — Larga vida al Gran Emperador Ternus Martok. — susurró al micrófono.
— ¡¡Larga vida al Gran Emperador Ternus Martok!! — aullaron el resto de los asistentes.
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